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Perfectos mentirosos (Perfectos mentirosos #1)(32)

Author:Alex Mirez

—Esperen un momento —dije, y corrí hacia mi habitación.

Cogí las botas trenzadas y me las calcé. Me miré en el espejo y me solté el cabello. No me parecía que me viera mal, es decir, al menos esa ropa no estaba vieja y gastada. Pero Aegan estaba acostumbrado a ver tacones, cabellos peinados, bolsos colgando del brazo y perfumes caros. Y yo no iba a darle nada de eso. No tenía ningún interés en complacerlo ni en cumplir estereotipos.

Y si lo que quería era hacer algo más que solo molestarlo, tenía que emplearme a fondo. De hecho, iba a darle tan duro que rompería ese cascarón de chico perfecto y sacaría al verdadero animal que tenía dentro, ese que yo sospechaba que se esmeraba en ocultar.

Volví a la sala.

—Ahora sí —anuncié.

Aegan casi ladeó la cabeza y volvió a hacerme un repaso, tratando de encontrar lo que me había cambiado de mi atuendo. Me aproximé a él y fruncí el ce?o. En ese instante se me ocurrió una idea para hacer más divertida la noche: le seguiría su falso jueguecito a mi sarcástico modo.

—?Hay algún problema? —pregunté con falsa incredulidad.

Aegan entornó los ojos, pero luego relajó la expresión.

—No, vamos.

Artie, que había permanecido en estado de shock todo el rato, me siguió cuando salí primero. Comenzamos a bajar las escaleras varios pasos por delante. Con disimulo, se me acercó y me preguntó entre dientes:

—?Qué estás haciendo? ?Qué está pasando?

—Solo sígueme la corriente —le respondí en un susurro.

Aegan quería una cita, ?no?

Mi respuesta mental era:

?Acepto, y nos conoceremos, Aegan, de verdad?.

7

Una cita con un Cash es un sue?o de magia y amor…

Hasta que te despiertas

Fuimos a un restaurante japonés del campus, y no dejé de analizar a Aegan en todo el camino.

Primer rasgo detectado: controlador.

En serio, no podía ser normal. Tenía que ser patológico porque no le encontraba otra explicación. Le encantaba tener el mando. Primero dijo que todos iríamos en su auto, y no, no lo propuso, sino que nos dio una orden irrefutable, lo cual obligó a que Adrik, que había llegado en su camioneta, tuviera que dejarla aparcada frente a nuestro edificio.

Después escogió lo que comeríamos. Al llegar al restaurante, tras sentarnos alrededor de una elegante barra en forma de ?U? que rodeaba una reluciente plancha en la que un chef cocinaría para nosotros, Aegan dijo:

—Lo de siempre.

No nos dieron el menú ni posibilidad de elegir. A Artie no le molestó y a Adrik tampoco, aunque, ahora que menciono a Adrik, qué raro era ese tipo, ?eh? Había pasado todo el trayecto dentro del vehículo con cara de culo, ?sabes lo que es la cara de culo? Cara de fastidio, medio arrugada, como la de un ni?o al que habían obligado a ir a un sitio que no quería.

En fin, mi intención con esa salida era que el verdadero Aegan se manifestara. No quería ver al caballero sonriente de hoyuelos endemoniadamente encantadores y cara de póster político. Para conseguir mi objetivo, se me ocurrió que, además de fingir que me gustaba estar allí con ellos, podía refutar inteligentemente cada una de sus órdenes.

La pesadilla de un controlador, ?no crees?

—?Qué es lo de siempre? —pregunté con mi voz más agradable al chef.

—Fideos, rollos de salmón y cangrejo —contestó Aegan sin apartar la vista de mí.

Demonios, sonaba tan bien que consideré cambiar de estrategia y aceptar encantada su propuesta.

Pero Artie me salvó el día sin saberlo.

—Yo soy alérgica al salmón —dijo, y su voz sonó extra?a, afectada e incluso temerosa.

Pensé que Aegan le diría al chef que no preparara salmón porque no queríamos ver a Artie inflarse hasta explotar, pero se limitó a observarla, medio ce?udo, con cara de ??Y qué esperas que haga yo??, porque no le preocupaba en lo absoluto que ella fuera alérgica.

Otro rasgo descubierto: Aegan no era empático.

—Escoge algo diferente —sugirió Adrik con la perezosa simpleza de alguien que resolvía las cosas de la forma más rápida, sin molestarse. Me asombró un poco que eso saliera de él.

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