—Esta pieza es un clásico.
Lo dice con tal convicción que quiere reírse de mí. Me inclino rápidamente sobre el cuaderno de dibujo.
Nos sentamos en su oficina, ella está detrás del escritorio, yo en una silla de esquina, al otro lado de la habitación.
últimamente, la he estado observando desde este lugar todo el tiempo mientras trabaja, escuchando sus llamadas telefónicas, y me sorprendió descubrir que todavía tiene las manos llenas. Lo que más admiro es que, a diferencia de mis padres, no sólo se las arregla para trabajar de la ma?ana a la noche, sino que también aprovecha cada momento de su tiempo libre.
Después de un largo día en la oficina, pasa las tardes en el jardín… O invita a sus amigos a una copa de vino. O se sienta en el invernadero y dibuja.
—Lo más importante es el equilibrio—, me respondió cuando le pregunté cómo lo hace. —Beckdale me da la paz mental que necesito para encontrar la energía creativa dentro de mí.
He estado pensando en sus palabras durante mucho tiempo y me intriga por qué mi padre ha limitado tanto nuestro contacto. Recuerdo cenas familiares de pesadilla que siempre terminaban en desagradables y después de las cuales mi padre presentaba a Ofelia como una hippie loca y frívola a 109
la que no se le pueden confiar decisiones serias. Poco a poco, me doy cuenta de que esto no es cierto.
Miro el proyecto en el que he estado trabajando durante una hora. No empiezo las clases particulares hasta la próxima semana. Ofelia insistió en que la acompa?ara y dibujara durante el día. Ella cree que eso alejará mis pensamientos de otras cosas. También a?adió: —En el pasado, siempre me gustaron mucho tus proyectos. Tengo curiosidad por ver en qué dirección se ha desarrollado.
Al principio, me daba vergüenza dibujar en su presencia. Además, me faltaban ideas. Pero ahora es casi una rutina para mí sentarme en un sillón y hacer algo.
—Ma?ana James y Ruby vendrán…— digo después de un tiempo y miro a mi tía. Hoy lleva una larga falda blanca y una camisa vaquera, anudada a la cintura.
Recogió su pelo en un mo?o suelto, del que salen hilos de pelo rebeldes. Mi madre nunca saldría de casa con ese disfraz, por no hablar de ir a la oficina, y sin embargo en este momento Ofelia se parece tanto a ella que me sorprendo a mí misma mirándola demasiado tiempo.
—Me alegro de conocer a Ruby—, dice. Aunque se haya dado cuenta de mi vista, no lo comenta, sólo bebe un sorbo de café de una taza enorme e inmediatamente se arrepiente. —Oh, no, ya se ha enfriado.— Deja la taza.
—?Puedo conseguirte uno nuevo?— Quiero levantarme, pero Ofelia me retiene con un gesto.
—No, vamos. Es tarde de todos modos. Si tomo café ahora, no dormiré en media noche.— Me detiene y dejo de levantarme de la silla. Se me acerca. —Muéstrame.
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Le doy un boceto. Es un vestido de cartera, simple y elegante. El tipo de vestido que mi madre solía usar prácticamente todos los días. Cuando dibujé esto, sentí una extra?a conexión con ella.
—Oh,— Ofelia dice que sobre mí. Su tono delata que ella también lo notó. —Muy bonito.
Pongo mi mirada en el dibujo y la evito.
Desde que vivo aquí, no ha insistido ni una sola vez en que confíe en ella. No preguntó por mi padre, no planteó el tema del embarazo y aunque por un lado me alegro de no tener que hablar de ello, por otro lado me pregunto sobre su comportamiento. Me trata como si nada hubiera pasado, como si fuera lo más normal del mundo, que a los dieciocho a?os, espero gemelos y vivo con ella.
Tal vez así es como ella trata los problemas. O quiere darme tiempo hasta que esté lista para hablar con ella.
—No estoy segura de los colores, quiero decir. Algo no está bien para mí aquí.
Siento que me mira desde la curva por un rato, y luego suaviza mi hombro. —Tu madre siempre me aconsejó que confiara en mis instintos en esta situación.
Miro los lápices de colores de la mesa y busco el gris claro. Le doy la vuelta en mis manos y me pregunto qué haría mi madre en mi situación.
—No sabía que dibujaban juntas—, digo y finalmente miro a Ofelia.
—Constantemente,— ella responde y se sienta en la silla de al lado.