—Estoy esperando una llamada. Es importante. Si me llaman mientras estoy limpiando, ?puedes avisarme?
Maureen asintió.
En la sala de suministros, Sara se puso un par de guantes de látex. Encontró el cubo de basura que no tenía ninguna rueda rota. Agarró una cubeta con limpiacristales, esponjas, limpiador y bolsas de basura, y colocó encima un rollo de toallas de papel. Lo empujó por la puerta trasera y se dirigió a la habitación número cinco. Quitó las sábanas y la manta. Vació la papelera del ba?o y la que había al lado de la cama. Recogió botellas de cerveza vacías de la cómoda y páginas de periódicos del suelo. Annie siempre le sugería que se colaran un día en una habitación y la usaran solo durante unas horas.
??No suena genial? Una puerta cerrada. Una cama?, le había susurrado a Sara al oído.
?Créeme, esas camas no tienen nada de atractivo?, le había respondido ella.
??Por qué no??.
?Son asquerosas?.
?Solo es gente?, había dicho Annie. ?Solo cuerpos. ?Cuál es el problema??.
Así que, un par de semanas antes, la tarde del decimosexto cumplea?os de Annie, Sara había limpiado la habitación doce (una de las más bonitas, con vista al césped) tan a fondo como había podido. Había comprado seis velas en la farmacia y había despegado con cuidado las imágenes de Jesús y de la Virgen María antes de ubicarlas: una en cada mesita de noche, tres en la cómoda y una en el mueble de la televisión. Había llevado el equipo de música de su casa con el último álbum de Alicia Keys, porque Annie siempre se balanceaba cuando sonaba ?No One?.
Aquella noche Annie había quedado con ella para tomar un helado a pocas manzanas. Cuando terminaron, Sara había dicho: ?Se me ha olvidado algo en el trabajo, ?me acompa?as??.
En cuanto salieron de esa calle y se alejaron de la vista de los demás, Sara le tomó la mano.
??Estás lista para tu regalo??, le preguntó.
Annie se sonrojó.
Maureen ya le había dado la llave de la habitación, así que Sara llevó a Annie a través de la puerta y la acompa?ó dentro. Había encendido las velas. Había puesto la música. Había abierto la mininevera en la que las esperaba media botella de rosado que una pareja había dejado en su suite aquella ma?ana, y había servido el vino en dos copas de plástico que el motel facilitaba a los huéspedes. Entonces Sara se giró y vio a Annie observándola con esos ojos brillantes, y se sintió abrumada. Que me mire de ese modo. Que me ame esta chica tan hermosa. Podría haber perdido la compostura si Annie no hubiera dado un paso adelante en ese momento, le hubiera pasado las manos por el pelo y la hubiera besado.
Había sido una noche perfecta. Bueno… casi. En un momento, Sara había besado la parte interior del codo de Annie y había visto una marca. Se había sentido mareada, al borde de las lágrimas, hasta que se dijo a sí misma que no era nada. No era lo que hacían su padre y sus amigos; no era como su madre. Puede que fuera un rasgu?o. No significaba nada.
?Dónde estaría ahora? Sara pasó la aspiradora por la habitación. A esas alturas, Dave ya debería haber escuchado algo. Tiraría la basura e iría a preguntarle a Maureen. Puede que hubieran llamado mientras estaba ocupada con un huésped. O tal vez Maureen no la hubiera tomado en serio cuando le había dicho que era importante. Dobló la esquina para ir hasta el contenedor de basura y se sobresaltó. Había un chico solo un par de a?os mayor que ella, metido en la basura hasta las rodillas.
El chico se quedó paralizado y la miró con recelo. Tenía el pelo grasiento y le caía sobre los ojos. Llevaba la ropa sucia, pero al fin y al cabo eso era una moda, así que no le decía mucho sobre él.
—Hola —dijo el joven.
—Qué asqueroso —respondió ella.
él le sonrió, más relajado. Sara notó que le faltaba un trocito del diente frontal derecho.
—Estas revistas son muy buenas —comentó mostrándole lo que había encontrado.
Ella puso los ojos en blanco y tiró el contenido de su papelera. El chico miró la basura que acababa de llegar.
—No hay nada bueno en todo esto —indicó ella, y se volvió a llevar la papelera.
—Espera —la llamó. Sara se volvió, impaciente, mientras él salía del contenedor—。 Me preguntaba… si podría ducharme en una de las habitaciones que no has limpiado todavía. Seré rápido.
Al principio pensó en decirle que no, pero vio un rayo de esperanza en su rostro y eso hizo que la suya se reavivara. Dejaría que usara la ducha. Esperaría detrás de la puerta. Y mientras hacía esa buena acción, mientras ayudaba a alguien que lo necesitaba, Dave llamaría para decir que la habían encontrado.
Sin embargo, pese a que lo había ayudado y el chico se lo había agradecido después, con el pelo y el rostro limpios, Dave no llamó. Y todavía no había llamado cuando lo comprobó una hora más tarde. Cuando se estaban secando las sábanas y volvió a entrar, Maureen salió de detrás del mostrador.
—Querida —le dijo—, te conozco. Sé que no me dirías que algo es importante si no lo fuera de verdad. Si alguien te llama, estaré tras la puerta gritando tu nombre antes de que acaben de decir ?hola?. ?Entendido?
—Vale —contestó Sara.
—?Quieres que hablemos de algo?
—No, pero gracias.
No podía ponerlo en palabras. Todavía no. Quería mantener a Maureen como estaba: con el cabello te?ido de negro, sus camisetas escotadas, todo negocio y amabilidad, el tipo de jefa que solo dos semanas antes le había entregado la llave de la habitación doce sin hacer preguntas. No quería escuchar lo que pensaba Maureen ni ver su expresión de preocupación. Solo quería que la espera terminara. Quería mantener el miedo fuera de su cuerpo.
Así que cuando volvió a ver al chico desde la ventana de la habitación veinte, esta vez sentado descaradamente en una de las tumbonas bajo una sombrilla blanca y hojeando una revista, se dijo a sí misma que cuando hubiera terminado de hacer la última cama, saldría y se sentaría a su lado.
Cuando se acercó, él levantó la mano a modo de saludo.
—?Qué haces?
El joven se encogió de hombros.
—?No es esto lo que se supone que hace la gente aquí?
—Si eres un huésped de pago, sí.
—?Has venido para echarme? —Sara negó con la cabeza—。 Pues siéntate conmigo.
Ella apartó ligeramente la silla que había junto a la de él, y se sentó. Era rubia y muy guapa. Alta, como su padre. Solía mantenerse en guardia para que los jóvenes y los hombres no se hicieran una idea equivocada. Pero había algo en ese chico que le decía que era buena persona.