Home > Books > Yerba Buena(43)

Yerba Buena(43)

Author:Nina Lacour

Pero ese momento, ese tiempo con él, no quería que terminara. A veces, durante el día, se preguntaba si podría haber tenido eso con él todo el tiempo. ?Acaso su padre siempre había estado dispuesto a pasar horas y días con ella? ?Simplemente estaba esperando a tener la razón o el proyecto adecuado? ?Podría haberlo llamado, digamos, hace dos a?os, cuando todavía estaba arreglando flores para el restaurante y antes de que Jacob moviera su espacio de trabajo junto a ella? Si se lo hubiera pedido, ?Bas la habría ayudado a convertir su apartamento en un lugar más alegre? Un lugar que la llenara de confianza de un modo que cuando Jacob le pidiera ?quiero ver dónde vives?, ella hubiera sido una persona totalmente diferente y le hubiera dicho: ?Claro, tráete a tu esposa, me muero de ganas de conocerla?. ?Habría aparecido allí Bas con su cinturón de herramientas, una caja de azulejos para la pared, una tabla de cortar para la encimera, barras de cortina y herramientas para el yeso? Pero, más que eso, después de todo, cuando hubieran terminado y Emilie se sintiera en casa, ?habría aparecido con las manos vacías, habría subido por las escaleras y se hubiera sentado con ella, sin hacer nada más que tomar café y hablar, contándole su día sin pedirle nada a ella?

Tal vez lo habría hecho. Nunca lo sabría. Pero haría que durara todo lo que pudiera. Bas se estaba terminando la cerveza y pensando en el pasado. Su expresión se había vuelto melancólica. Entonces Emily preguntó: —La casa de Inglewood, ?recuerdas dónde está?

—Lo recuerdo perfectamente.

—Pues vayamos.

Bas agarró las llaves de la encimera, pero luego se detuvo.

Abrió la puerta lateral del garaje, buscó en un cajón y sacó un viejo llavero.

Emilie negó con la cabeza.

—No creo que arranque.

—Podemos saltar dentro de él —replicó él—。 Vamos.

Las puertas del garaje se abrieron por primera vez en a?os (levantando polvo y calor) y ahí estaba el viejo Coupe de Ville de color granate, con el techo blanco y los asientos de cuero negro, y Bas fingió que se le aflojaban las rodillas al verlo.

—Un sábado de marzo de 1974. Papá estaba trabajando durante el fin de semana en una casa. Mamá llevaba un traje blanco y lo sacó del aparcamiento.

—?Estabas ahí?

—Dijo que necesitaba ayuda para negociar, pero luego no me dejó decir ni una palabra.

Emilie sonrió.

Hizo falta más que un salto para poner en marcha el coche (les llevó unas cuantas horas y la ayuda de uno de los amigos de Bas), pero finalmente lo lograron. Emilie se sentó en el asiento del copiloto y Bas condujo hasta Los ángeles por la periferia de la ciudad de Long Beach porque, a pesar de que seguía diciendo que el coche funcionaba tan bien como hacía cuarenta a?os, no se sabía cuánto iba a durar.

Tomaron un desvío una vez pasada la casa de Compton en la que vivía cuando era ni?o. La reconoció por la foto, y pensó en sus abuelos comprando su primera casa en Los ángeles.

Giraron hacia Normandía, y Bas aminoró la velocidad.

—Aquí, creo que era… No, esa no era. Puede que en esta manzana… ?Esta!

Se detuvo ante una casa modesta, con rosales y un césped verde.

Emilie la reconoció por una de las fotografías. Claire lleva el pelo corto y pantalones de cintura alta, y su abuelo usaba gafas y sonreía ampliamente.

—?Bajamos? —preguntó Emilie.

—Por supuesto —respondió Bas—。 Tengo grandes planes para nosotros.

Ella agradeció que se hubiera empezado a levantar la brisa de la tarde. Cerraron las puertas del coche y Bas la condujo hasta la puerta delantera; llamó al timbre y, un minuto después, también golpeó. Oyeron que giraba un pestillo, y luego se abrió la puerta y apareció un hombre negro con un uniforme de guardia de seguridad y algunos botones del cuello desabrochados. Se apoyó en el marco de la puerta con un vaso de agua helado en la mano, bloqueando la vista del interior cuando Bas, en su ansia por reconocer algo de su pasado, estiró el cuello para mirar.

—Lo siento —se disculpó riéndose de sí mismo—。 Soy Bas Dubois.

—Michael —se presentó el hombre, que miró la mano extendida de Bas y se la estrechó.

—Mi familia vivía en esta casa en los sesenta. Esta es mi hija, quería ense?arle el sitio.

—?Ah, sí? —Michael bebió un sorbo de agua.

—?Todavía está el jazmín creciendo por la pared, en la parte trasera?

—Sí, es muy vigoroso, y huele realmente bien ahí detrás.

—?Y todavía pasan por aquí arriba los aviones?

—A veces todo el día.

—?Alguna vez os tumbáis ahí para verlos?

Michael entrecerró los ojos.

—Me estoy perdiendo.

—Yo me tumbaba ahí y esperaba a que pasaran. ?No lo hacéis?

—No —contestó él—。 Nunca.

—Oye… ?Qué me dices de dejarnos ver el patio trasero? Solo un poco, quiero ense?arle a mi hija cómo es.

—Me parece que no.

Bas asintió.

—Vale, lo entiendo. —Vaciló unos instantes—。 ?Qué me dices de la parte de adelante? ?Te importa que nos tumbemos un poco allí?

—?En el jardín delantero? —rio Michel.

—Sí.

—Adelante —los invitó, y volvió a reír.

La puerta se cerró y Emilie miró a su padre. ?Iba en serio? Corrió hacia el centro del césped y levantó la mirada hacia el cielo.

—Ahora está en silencio, pero espera. —Se sentó y luego se tumbó boca arriba, con los brazos estirados a los lados y las palmas hacia el cielo. Pasó un coche; el conductor redujo la velocidad, Emilie vio que la copiloto entornaba los ojos para mirarlos, y luego el coche volvió a acelerar. Se sentó al lado de su padre. No le apetecía tumbarse, pero entonces un avión apareció a lo lejos y él le dijo—: Créeme, no querrás perderte esto. Aquí, justo aquí. —Dio unos golpecitos en el suelo para que ella se tendiera allí; al sentir la humedad del césped filtrándose a través de su camiseta de manga corta y los pinchacitos de la hierba en el cuello, Emilie se preguntó cuándo habría sido la última vez que se había recostado en el césped. Pensó en cómo picaban las erupciones que le salían de ni?a después de pasarse el día rodando colina abajo en Griffith Park. El avión se estaba acercando y el ruido era mucho más potente de lo que había imaginado.

—Vale —murmuró Bas—。 Vale, prepárate.

Pero era imposible que hubiera estado lista, nada podría haberla preparado para eso. La tierra se sacudió bajo ellos. El vientre del avión era como un meteorito. Seguro que algo iba mal. Un accidente. Una explosión. Bas gritaba de alegría a pocos centímetros de su oído y ella apenas podía escucharlo por el estruendo del gigantesco avión. Intentó mantener los ojos abiertos, pero no podía, no pudo. Cuando todo terminó, Bas se llevó las manos a la cabeza.

 43/71   Home Previous 41 42 43 44 45 46 Next End