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Yerba Buena(45)

Author:Nina Lacour

—?Vas a luchar por ella?

él tomó el último trago de vino y se levantó para servirse otra copa.

—Me quedaré con los Davis.

—Me parece buena idea. —Detestaba la idea de pensar que estuviera solo en algún sitio, pero los Davis eran unos de sus mejores amigos, así que eso era bueno. Aunque también eran amigos de Lauren, ?no? Tenía la cabeza hecha un lío, al intentar encontrarle sentido a cómo iba a funcionar todo.

—Oye —empezó—, Emilie. Creo… que me tendré que tomar un descanso del trabajo.

—?El trabajo?

Y luego lo comprendió de golpe, como si estuviera viéndolo a través de rayos equis. Se refería a la casa. A sus horas juntos. A los martillazos, las mediciones y los viajes en coche. Se refería a los aviones que volaban sobre ellos. Bas no quería escuchar lo que la había entristecido, o se le había olvidado completamente. Todo había acabado.

La acercó para darle un abrazo.

—Solo necesito reorganizarme, espero que lo entiendas.

—Por supuesto —contestó ella.

El cielo se estaba oscureciendo. Bas se había ido. Y el descuidado jardín parecía menos lleno de promesas.

Aun así, algo se arremolinaba en su interior.

Quédate aquí.

Su padre diciéndole que no mirara. Colette en una camilla. Su madre hablándole del tipo de chica que era, de lo que iba a hacer. Había esperado tanto tiempo. Había esperado todo este tiempo, para darle a Colette la oportunidad de ponerse al día con ella. No tenía ningún sentido. Por qué iba a hacerse a sí misma algo como eso. Y aun así, ahí estaba, sola de nuevo. Las mismas palabras, esta vez en boca de su padre.

?Quédate aquí?.

Colette estaba muy lejos, ocupándose de sí misma. Ya era hora de que Emilie hiciera lo mismo. Era hora de continuar con la casa de Claire, con o sin su padre.

Volvió dentro.

Se plantó bajo las vigas expuestas, donde antes estaba el techo.

Quizás al principio se hubiera imaginado una excavación, en lugar de una demolición. Como si al pasar la remodelación de los setenta fuera a encontrarse con la gloria de los a?os veinte: suelos de madera y detalles antiguos, algún mensaje secreto grabado en una puerta. Pero lo habían arrancado todo y no habían hallado nada. Nada era encantador ni estaba encantado. Los cables de las paredes que habían derribado estaban pegados a las vigas con cinta adhesiva. Las paredes que habían quedado eran las de una casa embrujada: raspadas y descoloridas. Los suelos eran desiguales, salpicados de grapas y de clavos, y el patio trasero estaba lleno de escombros. Había dos ba?os abandonados, una ba?era y dos lavabos de pedestal, uno de los cuales ahora tenía el cuello roto.

?Qué habían hecho?

Solo otra serie de rupturas.

Pero no, pensó. No hacía falta que terminara. Ahora solo eran dos (ella y la casa), mientras la noche caía y la brisa se levantaba golpeando la puerta y susurrando entre las hojas de magnolia. Había intimidad en el momento, no soledad.

—Háblame —le pidió a la casa.

Las semanas pasaban. Sus padres se peleaban y acudían a ella, cada uno con sus quejas, sus necesidades y su rabia. Ella escuchaba y asentía, y cuando se marchaban, tomaba las fotografías de Claire y las extendía por el suelo. Claire de ni?a en Nueva Orleans. Claire vestida de novia con un ramo de gladíolos en la mano. Claire organizando una fiesta de Navidad, o sirviendo vino en una copa.

Esta casa le rendiría homenaje.

Usaba las fotografías, usaba sus recuerdos.

Dorado, pensó.

Y flores.

Y luz. Tenía que elegir el papel tapiz y llevar los cubos llenos de picaportes de cristal para venderlos en el mercadillo de segunda mano. Tenía que mover y restaurar una ba?era de doscientos kilos, y le faltaba probar los colores para las paredes.

Así que esto era lo que sentía: recibir un golpe, tomarse una pausa y seguir adelante a pesar de ello. No empezar de nuevo, sino continuar.

Los Santos le recomendaron a un contratista para que la asesorara en todo el proceso; un amigo de la familia, también de Filipinas. Tenía sesenta y tantos a?os y estaba a punto de jubilarse. Era un poco sentimental. Vio el Coupe de Ville la primera vez que la visitó y le pidió a Emilie que lo llevara a dar una vuelta. Fue a principios de verano, por lo que ella bajó la capota y luego dieron un paseo junto al océano.

—Así que quieres restaurar casas —le comentó.

—?Casas? —preguntó ella—。 No lo sé.

—Tienes mucho que aprender —le dijo el contratista—。 Pero veo que te encanta.

—Pues sí. Me encanta. Oye, Ulan, ?qué te llevó a dejar tu casa? Me refiero a cuando viniste a Estados Unidos.

—La oportunidad —respondió él. Una sola y definitiva frase. Y mucha certeza en ella.

—?Tuviste que renunciar a muchas cosas?

—A casi todo. Pero así es como funciona. Lo perdí casi todo y luego creé algo mejor.

Ulan quería ofrecerle consejo, no solo para la casa de Claire, sino porque veía potencial en ella para encarar una carrera.

—Necesito una aprendiz —le informó.

Cada vez que veía su nombre en el móvil dejaba lo que estuviera haciendo y tomaba una libreta para escribir, palabra por palabra, todo lo que Ulan le decía. Contrató al equipo de él para las tareas que sobrepasaban sus capacidades. Y el resto lo aprendió por sí sola.

Una noche, cuando la ba?era ya estaba instalada en el cuarto de ba?o principal y una nueva cocina Wedgewood descansaba contra la pared de azulejos blancos, le sonó el móvil. Era Colette.

—?Hermana! —exclamó Colette cuando Emilie respondió—。 Me alegra mucho oír tu voz. Te echo de menos.

Y aunque siempre que Emilie pensaba en su hermana notaba esa punzada de rechazo (la crudeza de la elección de Colette de no querer darles un número en el que localizarla, de desaparecer de todo en sus propios términos), esta vez sintió una ráfaga de felicidad y de amor al oír su voz.

—Yo también te echo de menos. ?Qué tal todo por allí?

—Ha sido difícil. Ha sido bueno. He aprendido nuevos modos de afrontarlo.

—?El qué?

—La adicción, la culpa, la decepción. Todo eso.

—?Qué tipo de nuevos modos?

—Un montón de cosas. He estado pintando con acuarelas.

Emilie sonrió.

—?Con acuarelas?

—Sí —rio Colette—。 Pierdo la noción del tiempo con eso. No me importa cómo quede, simplemente creo charcos de agua, a?ado color y observo cómo cambian. Es un recordatorio.

??Un recordatorio de qué??, quiso preguntar Emilie, pero no lo hizo porque se le ocurrió otra cosa.

—?Has hablado recientemente con mamá o con papá?

—últimamente, no.

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