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Perfectos mentirosos (Perfectos mentirosos #1)(19)

Author:Alex Mirez

Aleixandre lo observó, desconcertado.

—Pero esa no es la…

—Escribirá un peque?o artículo acerca del presidente del consejo estudiantil —especificó Aegan, mirando a su hermano con autoridad, en un claro: ?Ni intentes contradecirme?—。 Les dirá a los alumnos nuevos lo que necesitan saber sobre mí. Y lo vamos a publicar.

Eso calló a Aleixandre de una forma interesante. Le vi la intención de refutar a Aegan, pero el chico solo cerró la boca y asintió. Su sonrisa de entusiasmo flaqueó un segundo antes de volver a mirarme y a dibujar de nuevo una expresión divertida y segura.

Vaya, así que un hermano mandaba más allí.

Pero lo que no pudo fue callar la sorpresa de alguien más:

—??A publicar?! —intervino de nuevo la misma chica de antes—。 Pero eso es demasiado, los aspirantes no pueden…

—No hemos hecho ninguna nueva publicación en el perfil de Instagram del periódico desde ayer —la interrumpió Aegan, aunque en un tono menos duro; sabía que debía cuidar cómo hablaba a las personas que lo seguían—。 Nos servirá para hoy. Y será bueno, ?verdad, Jude?

Enarqué una ceja.

—Pero al parecer esa no es la prueba que los demás hicieron —dije, se?alando su injusticia.

—Es la que tienes la oportunidad de hacer tú —contestó Aegan, y su tono dejó claro que no pensaba cambiar de opinión—。 Si no estás de acuerdo, puedes irte. Aunque, si eres inteligente, sabrás qué debes hacer.

?Sabrás qué debes hacer…?

Por un instante no había entendido el objetivo de todo eso, pero esa frase cambió toda mi perspectiva. Aquello era personal. No me gustaba lo que estaba ordenando, pero ya no podía retractarme de nada. Si me levantaba de la silla, sería como perder en un ring de boxeo, porque Aegan acababa de iniciar pelea.

Me descolgué la mochila para sacar mi bolígrafo y una hoja en la que pudiera escribir, pero…

—No, lo escribirás ahí para que todos podamos verlo. —Aegan se?aló la pizarra digital en la que la imagen había cambiado y se mostraba un cuadro blanco para escribir texto—。 Y cuando acabes, puedes presionar en publicar.

Me bastó ver su disimulada sonrisa de altivez para captar el resto de sus objetivos.

Escribir un artículo sobre él. Delante de todos. Más allá de darme la oportunidad de presentar la prueba, lo que Aegan estaba haciendo era darme la oportunidad de enmendar mi error durante la partida de póquer. Y era, de hecho, una idea cruelmente ingeniosa, porque, sabiendo que mi imagen ante la mayoría de los estudiantes era la de ?la chica que había salido de la nada a desafiarlo creyéndose superior?, mi única opción en ese momento era escribir algo bueno sobre él, lo cual pisotearía el haberlo llamado imbécil y sería tomado como un: ?Estoy arrepentida de haberlo insultado?.

Lo peor era que él creía que yo iba a hacer eso. Su carota de idiota transmitía un: ?Anda, te estoy permitiendo redimirte?.

En serio, Aegan, subestimarme siempre fue tu peor error.

Acepté el desafío.

Dejé mi mochila sobre el asiento, fui a la pizarra y tomé el lápiz digital. Como la pizarra era giratoria, la volteé, de modo que nadie pudo ver nada mientras me dediqué a escribir. Ni tampoco pudieron detenerme.

Durante todo el rato sentí las miradas pesadas y juzgadoras sobre mí, esperando. Hubo algunos cuchicheos. Mi mano no paró de moverse, inspirada. En cuanto terminé de escribir, le di a publicar, luego le di la vuelta a la pizarra, me dirigí a mi silla, tomé mi mochila y, como acto final, me fui del aula sin decir nada y sin permitir que me dijeran nada, porque algo así se terminaba con una salida épica.

Lo que todos debieron ver decía:

El consejo estudiantil de Tagus puede ser difícil de entender en un principio, pero no es más que un grupo dedicado a defender los derechos de los alumnos. Su presidente, Aegan Cash, lo asegura. Confiable y multifacético, su apellido le precede. Es posible que su actitud intimide, pero esto le sirve para liderar con responsabilidad y firmeza, y para esconder muy bien su defecto principal: que es un auténtico idiota que cree en costumbres prehistóricas y al que, dicen por ahí, no deberías atreverte a desafiar. En tu primer a?o tienes dos opciones entonces: amarlo o meterte bajo una piedra para que no te pise con su bota machista.

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