—Podemos comprar tampones —contestó sin inmutarse.
—No uso tampones. Leí que una modelo perdió las piernas por usarlos —repliqué. En realidad, cualquier excusa me servía en ese momento, aunque fueran mentiras. Pero eso de la modelo no era mentira, en serio.
Aegan alzó los hombros como si todavía no viera cuál era el inconveniente.
—Bueno, podemos demandar a la empresa de tampones —dijo como una obvia solución. Luego me dedicó esa sonrisa amplia y triunfante que me causaba tres tipos de dolores de cabeza—。 ?Por qué tanta negatividad hacia la vida? No hay nada imposible para un Cash y menos para la novia de un Cash, así que anda, ve a vestirte, yo te espero aquí.
No se iría. Aegan no aceptaba un bendito ?no? por respuesta cuando se trataba de algo que quería para él. Cuantas más excusas le diera, más soluciones propondría. Lo creía capaz de sacarme del apartamento en pijama con tal de salirse con la suya.
—Eres un grano en el culo —solté, conteniendo un montón de groserías.
—Espero que sea en el culo de Kylie Jenner —canturreó con un perverso entusiasmo.
No, más bien en el culo peludo de un mono.
Así que me llevó a clase. El viaje en coche fue raro. Durante casi todo el trayecto fuimos en silencio. No fue un silencio incómodo, sino espeso, como el de dos contrincantes. Para aligerarlo, decidí poner algo de música. Encendí el reproductor y fui descartando canciones de rap, de rock y de reguetón hasta que milagrosamente encontré una de Adele.
La dejé, pero de inmediato Aegan la cambió.
—No me gusta —dijo.
—Pero está en tu lista de reproducción —rebatí, volviendo a ponerla.
él presionó la pantalla del reproductor para que sonara la siguiente.
—Seguramente la puso Adrik.
?Adrik escuchaba a Adele? Ohmaigá.
Daba igual, la puse otra vez.
—Suena bien, la dejaré.
Y él la cambió de nuevo.
—Que no me gusta. Por la ma?ana siempre prefiero oír a Mick Jagger, de los Rolling Stones. Me da energía. Es mi favorito.
Volví a poner a Adele.
—Podemos oírlos cuando termine esta canción.
Aegan la adelantó.
—No. Y punto.
Me negué a seguir esa ridícula batalla, así que apagué el reproductor y miré por la ventana.
Lo de Eli llegó a mi mente de inmediato, porque la verdad era que no había salido de mi cabeza en toda la noche. Lo siento, pero sí era raro. No, era muy raro. No, era tan raro que pasaba a ser también interesante.
?A qué conclusiones había llegado con esa historia? Que Tagus tenía tantos secretos como extintores. Uno en cada pasillo. A la vista, pero al mismo tiempo invisibles. Y hago esta comparación porque, dime, ?quién les presta atención a los extintores? Nadie, hasta que los necesitas.
Artie necesitó un extintor la noche anterior y lo usó para apagar su llama de la ira.
Pero, sin saberlo, encendió mi llama de la curiosidad.
?Qué había pasado con Eli? ?Cómo fue que un día dejó de ir a Tagus y nadie la había vuelto a ver? ?Acaso ahora yo estaba en su lugar? ?Estaba sentada donde ella se había sentado? Y más importante: ?el injustamente atractivo espécimen que iba a mi lado mordiéndose con distracción el interior de su labio había tenido algo que ver con su desaparición?
Quería saberlo. Quería saberlo todo. Mi cuerpo exigía al menos intentar encontrar una pista. De no existir el vídeo que Artie tenía guardado habría sido muy difícil, pero la grabación me daba un punto de partida: la antigua biblioteca.
Esa era la otra parte del plan que no le había contado a Artie para no asustarla. Si no podía decirle a nadie que había algo raro en relación con Aegan y la desaparición repentina de su exnovia, lo investigaría por mi cuenta. Buscaría pistas, cualquier cosa que me pudiera ayudar a comprobar si Artie tenía razón al pensar que Aegan le había hecho algo a Eli. Por otro lado, que Dash y Kiana creyeran que solo quería humillar a Aegan me serviría para recabar información adicional sobre él. Estaba todo cubierto.
La única complicación era que solo tendría los noventa días que duraban sus noviazgos para lograrlo.