Hubo un silencio de suspense. Artie pareció demasiado indecisa. En ese instante tenía la opción de irse y decirle a Aegan que yo estaba husmeando en su club o quedarse.
Sorprendentemente, eligió quedarse.
—Bien —suspiró—, pero prepararé un mensaje para Kiana, listo para enviar por si acaso.
—Perfecto —asentí.
Con nuestro equipo formado —en realidad, luego comprobaría si Artie era de fiar o no—, bajamos la escalera. Nos encontramos con otro pasillo que conducía a otras escaleras. Mientras bajábamos, vimos que las paredes eran diferentes, por lo que concluimos que esas secciones habían sido a?adidas. Aquella zona subterránea cada vez era más silenciosa y su aspecto nada tenía que ver con el estilo clásico del club.
?Es que estábamos bajando las escaleras secretas que llevaban a los túneles del Vaticano?
Al final, nos encontramos frente a una puerta que, para mi sorpresa, tenía un panel para introducir letras y números.
Artie y yo nos miramos, impactadas.
Pegué la oreja a la puerta un momento, por precaución. Como no escuché nada, marqué el código en el panel. La puerta se desbloqueó y abrí con lentitud. Asomé un ojo y, al confirmar que no había nadie, Artie y yo entramos.
?Qué rayos era esa habitación?
Cuatro paredes, dos de ellas con amplios espejos. Otra puerta daba a algún otro sitio, y a ambos lados de ella había dos grandes cajas transparentes. Cuando me acerqué, vi que dentro había un montón de máscaras de todo tipo: de carnaval, de animales, de rostros de mu?ecas, de mu?ecos, de personajes de dibujos animados, algunas sin identidad específica y el resto con un estilo sensual y perturbador.
—?Para qué es esto? —preguntó Artie, atónita, con una máscara en cada mano.
Pues no tenía ni idea, pero estábamos a punto de averiguarlo.
—Ponte una.
Ella escogió una de carnaval y yo una de zorrillo. Gracias al espejo, nos aseguramos de que nuestros rostros quedaran bien ocultos. Luego abrí la siguiente puerta.
Oh, por todos los secretos…
Ante nosotras apareció un lugar completamente diferente al de arriba. Un lugar que me hizo recordar, en un primer momento, a un club nocturno. Desde el techo, varias lámparas ba?aban todo de un color púrpura artificial que daba a aquel sitio un aire prohibido y clandestino, como el que tenían esos locales de la ciudad a donde la gente iba a bailar, sudar y hacer cosas que no podían hacer en ninguna otra parte. Además, estaba dividido en pisos, y en el que Artie y yo nos encontrábamos paradas —y perplejas— había un balcón y dos largas escaleras a ambos extremos que conducían hacia un nivel inferior.
Avancé y me detuve frente al límite del balcón, observándolo todo. Vi que en el centro había una barra rectangular rodeada por muchas mesas de casino, secciones exclusivas y sofás. Alrededor, tanto arriba como abajo, había gente y todos llevaban máscaras.
De acuerdo, por un lado, me sentí confundida y, por otro, emocionada. Emocionada porque sí, acabábamos de descubrir algo, y confundida porque… ?qué era exactamente? ?Un submundo oculto bajo los pisos del club? ?Una especie de ?lugar secreto para personas selectas?? ?Algo como el cuarto de juegos de Christian Grey, pero más grande?
Debido a las máscaras, no había ningún rostro reconocible, ninguna identidad revelada…
Tiré de Artie, que permanecía a mi lado tan boquiabierta como yo. Bajamos las escaleras, esquivando a las personas que estaban en medio de los escalones. De repente, una pareja se cruzó delante de nosotras y se lanzaron contra la pared mientras se besaban efusiva y asquerosamente como si estuvieran haciéndose una limpieza de gargantas.
Imposible saber quiénes eran, porque con esas máscaras y la poca luz que había no podíamos captar detalles. Habría que conocer muy bien las formas de un rostro para poder identificarlo. Justo como me pasó cuando vi, en una de las secciones con sofás, a alguien que llevaba una máscara de lobo que le cubría hasta por encima de la boca.
No necesité verle el rostro completo. Ese cabello negro, ese estilo de ropa elegante pero juvenil y, sobre todo, esa sonrisa ancha, fina y enmarcada con hoyuelos maliciosos y superiores eran inconfundibles. Aegan.