The Seven Year Slip(104)
—Y el presente conociendo al presente.
—Y… —sonreí, recordando a aquella chica sentada en un taxi compartido—, el pasado encontrándose con el pasado.
—Creo que estoy enamorado de ti.
Parpadeé.
—?Q… qué?
—Clementine. —Y la forma en que pronunció mi nombre en ese momento me pareció una promesa, un juramento contra la soledad y la angustia, y podría escuchar el modo en que su lengua envolvía las letras de mi nombre durante el resto de mi vida—: Te quiero. Eres testaruda, te preocupas demasiado, siempre se te arruga el entrecejo cuando piensas, ves partes de la gente que ya no ven en sí mismas, y me encanta cómo te ríes y cómo te ruborizas. Me encantaba la mujer que conocí en el apartamento B4, pero creo que a ti te quiero un poco más.
Me tragué el nudo que tenía en la garganta. Sentía el corazón brillante y terriblemente fuerte en los oídos.
—?En serio?
Me agarró la barbilla, girando mi cara hacia la suya, y susurró: —Te quiero. Te quiero, Lemon.
Me sentí como si pudiera flotar hacia el cielo.
—Yo también te quiero, Iwan.
Me inclinó hacia él, con el aroma de la loción de afeitar embriagándole la piel.
—Voy a besarte ahora —ronroneó.
—Por favor.
Y me besó allí, en los momentos robados de una noche de miércoles, en un restaurante que sentía como su alma, y su beso sabía agudo y dulce, como el comienzo de algo nuevo. Sonreí contra su boca y susurré: —Y yo que pensaba que encontrarías el romance en un trozo de chocolate.
Soltó una carcajada.
—Una chica que conocí una vez juraba que se lo había comido en un buen cheddar. —Sus manos bajaron hasta mi cintura y empezó a balancearme un poco, adelante y atrás, al son de alguna canción invisible—。 ?Qué te gustaría esta noche, Lemon?
Lo besé de nuevo.
—A ti.
—?Para cenar! —Se rio, echando la cabeza hacia atrás, y luego dijo, un poco más suave—: Aunque también puedes tenerme.
—?No me juzgarás?
—Nunca.
—Quiero un PB&J.
Volvió a reír, brillante y dorado, y me besó en la mejilla.
—De acuerdo. —Y tiró de mí hasta la inmaculada cocina y me preparó un sándwich de mantequilla de cacahuete y mermelada con algunos extremos sobrantes de una barra de pan recién horneado, compota de uva y mantequilla de cacahuete natural. El pan estaba blando, y cuando lo besé, sabía a mermelada de uva, y me habló de los nuevos chefs de su cocina, y me preguntó—: ?Qué vas a hacer ahora con el resto de tu vida, Lemon?
Ladeé la cabeza y debatí mientras él se inclinaba y le daba un mordisco a mi bocadillo.
—No lo sé, pero creo que debería asegurarme de que mi pasaporte está bien.
—?Vas a viajar?
—Creo que podría. Y, no sé, tal vez perseguir la luna.
Se inclinó hacia mí, ya que ambos estábamos sentados en la encimera, y me besó suavemente en los labios.
—Creo que es una gran idea.
Dejé el resto del bocadillo y enrosqué los dedos en su cuello, sintiendo el calor de su piel en mis dedos fríos. Sinceramente, me apetecía otra cosa.
—?Quieres volver a mi apartamento?
—Sólo —respondió, mientras una sonrisa torcida curvaba sus labios—, si puedes adivinar mi color favorito.
—Bueno, eso es fácil —dije, y me incliné hacia él para susurrarle la respuesta al oído.
Soltó una carcajada y le brillaron los ojos.
—?Estoy en lo cierto, James Iwan Ashton? —pregunté, sabiendo ya que lo estaba. Al principio, no había estado muy segura de cuál era su color favorito, pero resultó que lo había estado diciendo todo este tiempo, repitiéndolo, una y otra vez, cada vez que pronunciaba mi nombre.
Porque su color favorito era el mismo que el mío.
El Monroe estaba tranquilo aquella tarde. El cielo brillaba con las últimas gotas de luz solar, arrojando rosas y azules por el horizonte, mientras guiaba a Iwan hacia el interior del edificio de doce plantas donde criaturas de piedra sostenían los aleros y los vecinos tocaban musicales con sus violines. Earl estaba en la recepción, leyendo a Agatha Christie, y se animó con un gesto de la mano, y volvió a ella mientras nos apresurábamos hacia el ascensor.
—No sabes cuántas veces he pasado por delante de este edificio esperando verte —me dijo mientras entrábamos—。 Tenía medio miedo de que ese hombre acabara reconociéndome.
—Es un milagro que no nos encontráramos después del taxi —coincidí—。 ?Qué habrías hecho tú?
Se mordió el labio inferior.
—Muchas cosas que probablemente estén mal vistas en la sociedad educada.
—Oh, ahora estoy muy interesada… Levanta la vista —a?adí, y cuando lo hizo, le susurré, y mi yo del espejo le susurró al suyo medio segundo después, y sus ojos se abrieron de par en par al oír las palabras. Me miró mientras el color le subía por el cuello y le te?ía las mejillas, haciendo que sus pecas casi resplandecieran. Le vi pasarse la lengua por los dientes de abajo, con la boca ligeramente entreabierta.