La sacó de la caja. Le recordó a alas de mariposa, a tulipas y a vidrieras. Cosas preciosas a través de las cuales brillaba la luz. Nunca había tenido algo tan bonito.
—?Bayas de saúco! —exclamó Jacob. Se la envolvió alrededor del cuello—。 ?Cómo la ves?
Lo deseaba tantísimo.
—La veo como a ti —respondió. Al decir eso se refería a algo milagroso pero tenue. A algo demasiado precioso como para que fuera suyo para siempre, pero a lo que se aferraría todo el tiempo que pudiera.
Se sentía casi de otro mundo al entrar en casa de sus padres con la bufanda alrededor del cuello. Solo Alice y Pablo sabían que estaba enamorada, y aun así estaba segura de que relucía con el resplandor del amor. Pensó que cualquiera que viera la bufanda sabría que se la había dado alguien que la quería. Pero la casa estaba llena de gente, todos vestidos de un modo elegante y festivo, y ella estaba nerviosa y tenía calor. Se quitó la bufanda, y la dobló con cuidado antes de guardarla en el bolso.
El aroma de las gambas, las salchichas y las especias del gumbo de Bas impregnaba la casa. Colette estaba en calcetines, parada junto a la estufa, con un pie levantado y apoyado en la pantorrilla contraria como si estuviera en clase de yoga, removiendo la sidra de manzana con canela.
—Hola, hermanita —saludó Emilie.
—Hola —respondió Colette—。 Mamá y papá han estado todo el día discutiendo. Ayúdame a mantenerlos alejados.
—Haré lo que pueda.
Colette sonrió y Emilie vio que tenía una mancha de pintalabios en un diente.
—Espera —dijo y se la quitó con el dedo.
—?Vienes sin acompa?ante?
—Sí. ?Y tú?
—No estoy saliendo con nadie ahora mismo —contestó—。 Pero tú sí, ?no?
—Voy a ayudar a papá a servir el gumbo.
—Bien pensado —comentó Colette, como les había dicho el camarero aquella noche en el restaurante. Emilie quería que su relación durara, que pareciera normal (tanto que se le llenaron los ojos de lágrimas y se dio la vuelta rápidamente), porque conocía a su hermana, sabía que no duraría.
Ayudó a Bas a servir el arroz en cuencos, y los sujetó mientras él repartía el caldo y el marisco cucharón a cucharón dejando un agradable aroma. Si hubiera habido algo que lo justificara, podría haberse quedado junto a él para respirar ese perfume toda la noche. Pero, por supuesto, su tarea terminó, y entonces se limitó a llevar los cuencos en una bandeja a los invitados, a todos los familiares o a viejos amigos de la familia que le hacían las mismas preguntas embarazosas de siempre, y lograban que sintiera que tenía una vida muy peque?a, cuando no lo era. No lo era. Su prima Margie y su marido George se pasaron la noche persiguiendo a sus peque?os gemelos y cambiándoles los pa?ales. Y al final de la fiesta, Emilie vio a Jasper, el gemelo más gordito, acercándose demasiado a la chimenea y extendiendo la mano.
—Ten cuidado, cari?o —avisó Emilie, y luego el ni?o gritó y aulló. Margie se apresuró para consolarlo, y George apareció con hielo envuelto en un pa?o de cocina. Emilie se apartó y reconoció la debilidad de su voz. Se preguntó por qué no le había gritado que parara.
Siempre tan tranquila y educada, incapaz de expresar urgencia o pánico. ?Qué le pasaba?
Margie meció al ni?o, que no dejaba de llorar frunciendo el ce?o. George hacía todo lo posible para sujetarle el hielo, pero Jasper no dejaba de mover la mano libre para mirarse las ampollas en las yemas de los dedos.
Emilie los observaba desde el otro lado de la habitación. Le vino a la memoria la imagen de su boda, en la que habían sido dos ni?os borrachos: George derramó el bourbon sobre el vestido de Margie y ella echó la cabeza atrás y rio, en una noche nublada con la luna casi llena. Y ahora estaban ahí: tan serios, tan adultos. Ni siquiera miraban a Emilie. Ella había sido la testigo principal, la que podría haberlo impedido.
—Estará bien —le dijo Margie a George con la boca apretada. George quitó el hielo un momento y Emilie consiguió atisbar una roncha roja y ardiente antes de darse la vuelta.
Más tarde, aquella misma noche en su estudio, no podía dejar de pensar en ello. El pobre Jasper extendiendo la manita. ?Ten cuidado, cari?o?. Había sido peor que moderada, había sido poco entusiasta. Como si el peligro no existiera realmente, o como si la vida solo fuera algo de paso. Como si fueran actores repasando sus frases. Como si la sala de estar fueran tres paredes, luces de escenario y un teatro oscuro. Como si la comida fuera de plástico. Como si el vino fuera zumo de uva. Como si el fuego fuera papel de celofán rojo y naranja azotado por un ventilador.
Ella existía fuera de esa vida y lo sabía. Cuando se enfrentaba con el peligro ni siquiera era capaz de gritar. Apenas oía una palabra de lo que la gente decía, estaba demasiado ocupada intentado parecer entusiasta, asintiendo con la cabeza y diciendo ?qué interesante?.
A principios de a?o, Emilie entró a un establecimiento de bocadillos de Echo Park y se encontró con Colette. Se decepcionó al ver que estaba con un amigo. Pensó que tal vez tardarían solo un momento, pero el bocadillo de Colette estaba entero, lo que significaba que acababan de llegar, y entonces pensó que tal vez podría unirse a ellos. Llevaba un libro consigo y había pensado en comerse un sándwich y tomarse una cerveza en un rincón porque ya había pasado la hora del almuerzo pero era demasiado pronto para cenar, y sabía que habría muchas mesas libres. Pero tal vez se sentaría con ellos, en lugar de eso.
Le puso la mano en la espalda a su hermana y Colette se estremeció. Luego vio quién era.
—Ah, tú. —Tenía el pelo graso y la mirada cansada. Sollozó y se frotó la nariz, y Emilie lo supo.
—Solo voy a pedir para llevar —contestó Emilie.
—Siéntate con nosotros. Este es Kyle.
—Tengo que irme. —Quería que Jacob le preparara la comida. Quería apoyarse en el hueco de su hombro—。 En realidad, ni siquiera tendría que estar aquí. No me había dado cuenta de lo tarde que es.
Colette puso los ojos en blanco.
—No quería asustarte.
Se preguntó cuánto tendría que esforzarse Colette para hacer que su voz sonara tan ligera, para fingir que no era nada importante.
Intentó darle un voto de confianza. Pensó que tal vez estuviera sobria. O a lo mejor solo estaba incubando algo.
—No, es cosa mía. Es que estoy… tan dispersa como siempre.
—Espero poder pasar un rato en otra ocasión —dijo Kyle.
??Quién cojones eres tú??, quiso gritarle Emilie a la cara.
Dirigió la mirada al reservado de la esquina, donde se habría tomado la cerveza y el bocadillo.
—Sí —contestó—。 Estaría bien.