—No tenía ni idea. Lo único que he sabido de ti en estos últimos dos a?os es que una vez te fuiste a casa con mi jefa del bar.
—Alguien me delató.
—Bueno, es mi restaurante.
—Es justo.
—No puedo culparte. Todos querían llevársela a casa.
—Me enamoré de ella —explicó—。 Sigo enamorada de ella. —Ahogó un sollozo y se llevó la mano a la boca—。 Mírame —rio—。 Han pasado a?os y sigo llorando.
él le quitó una lágrima de la mejilla. ?Siempre había sido tan dulce?
—Tengo que irme —anunció Jacob—。 Mi familia…
—Los he visto.
—Me alegro de verte —agregó—。 Es decir, verte es aterrador, ahora mismo tengo el estómago revuelto, pero también está bien. ?Puedes quedarte aquí unos minutos? No quiero que nos vean juntos.
Estaban rodeados de queso, leche, nata, filetes de carne y largas placas de pasta. Emilie se estremeció. Podía ver el vapor que provocaba su aliento. ?Qué estaba haciendo allí con ese frío?
—No —rio de nuevo—。 No pienso esperar en una nevera. Puedes hacerlo tú si quieres.
Abrió la pesada puerta y salió al calor de la cocina.
Se abrió camino entre los friegaplatos y los cocineros; atravesó la barra, el vestíbulo curvo y luego las puertas que llevaban a los comedores. Había otra familia sentada en su reservado preferido, el 48. Pensó en Claire, en su traje de pedrería, preguntándole a Emilie los nombres de las flores. Vio el cielo, oscuro a través de las ventanas. Vio la luna y las nubes grises, la acera por la que había salido con Sara la noche en la que había aprendido lo que era estar segura. Vio el resplandor dorado de las velas sobre las mesas, las brillantes flores de los ramos. Y, finalmente, al otro lado del restaurante, Colette. Llamando su atención y haciéndole se?as.
La casa de Ocean Avenue fue puesta a la venta un miércoles por la ma?ana. Entró en depósito el viernes por la tarde con una oferta preventiva en efectivo tan alta que Randy se presentó en persona para darle la noticia a Emilie.
—El agente del comprador quiere saber si tienes otras propiedades en proceso —le dijo—。 Asegura que nunca ha visto una restauración tan buena.
—Bien —contestó Emilie—。 Me alegra oír eso.
Sin embargo, primero quería encontrar una casa propia.
Randy la condujo por Long Beach y por Los ángeles con su BMW. Ambos habían revisado las ofertas y tenían una agenda bastante larga como para llenar un día entero, organizado por barrios.
Primero iban a ver las casas de Long Beach, pero aunque a Emilie le encantaba su ciudad natal, se encontró pensando en sus abuelos. En lo lejos que habían viajado, en cómo se habían mudado de casa en casa hasta encontrar la que más se adecuara a ellos. Se dio cuenta de que Long Beach era algo demasiado conocido mientras estaba parada ante el recibidor de una casa con techos altos y suelos originales, una casa realmente encantadora que no quería poseer. Quería vivir en otra parte.
Volvieron al coche y siguieron la costa norte. En Rolling Hills había ranchos blancos con vistas al ca?ón. Cuadras y piscinas. Exquisito pero muy tranquilo, apartado de todo.
En Hermosa y en Manhattan Beach miraron peque?as casitas modernas con peque?os jardines delanteros, a un par de manzanas del mar. En Venice se detuvo a contemplar un estuco de cincuenta metros de Abbot Kinney que le encantó, pero en poco tiempo supo que quería más: más ventanas, más habitaciones, más espacio en el suelo que cubrir con alfombras, más espacio en la pared para colgar cuadros. Necesitaría un hogar que la consolara cada vez que terminara una casa nueva y la pusiera a la venta. Un lugar que pareciera un sue?o al que volver, noche tras noche.
Siguieron adelante.
Vieron algunas casas en Santa Monica.
A una la pasaron de largo.
Se dirigieron al este, alejándose del mar.
El tráfico se ralentizó en Pico, y Emilie miró la lista de direcciones que quedaban. Una en Beverly Hills, otra justo al lado de Sunset Strip. Algunas en Hollywood y varias en Silver Lake y en Echo Park.
Habían agotado las conversaciones sobre los padres de Randy, sobre Pablo y su prima Marisol, sobre cómo iba el negocio familiar de los Santos y sobre si se jubilarían alguna vez. Habían hablado del divorcio de Lauren y de Bas, y de cómo Colette y Thom estaban de vacaciones en Tahoe en ese momento, donde Emilie estaba segura de que Thom le pediría matrimonio en alguna parte del lago con un anillo de diamantes que llevaría guardado en el bolsillo. Y ahora iban callados, con la radio encendida, abriéndose paso por West Hollywood. Miraron un par de casas más, una de las cuales estaba casi bien. Y luego volvieron al coche y giraron a la derecha hacia Sunset Boulevard. El tráfico avanzaba lentamente. Emilie miró por la ventana.
Ahí estaba el Yerba Buena, en la esquina.
Siguieron de largo. Emilie apoyó la frente contra el cristal. Un poco más adelante vio una tiendecita vacía en la esquina de Hollywood Boulevard. Le vino un recuerdo. El tráfico se detuvo por completo. Un poco más allá, un semáforo se puso en rojo.
—Un momento —le dijo y abrió la puerta.
Salió corriendo del coche, solo un instante, para mirar por la ventana. Suelos de madera en espiga. Un ornamentado candelabro de techo de cristal y latón, enorme para un espacio tan íntimo.
El bar de Sara.
Volvió corriendo al coche cuando el semáforo se puso en verde.
—?Qué ha sido eso? —preguntó Randy pasándose al carril izquierdo.
—Me ha llamado —respondió Emilie.
—Es una buena ubicación para algo. ?Te interesan los locales comerciales?
—Puede que algún día —respondió.
Y luego salieron de Sunset hacia Laurel Canyon Drive. Se dirigieron hacia las colinas, subiendo y subiendo cada vez más hasta que llegaron a Mulholland.
—No sabía que íbamos a ver una casa aquí —comentó Emilie.
—Todavía no está en el mercado. Me habló de ella un agente que conozco. Se pondrá a la venta la semana que viene, pero ya hay caja de seguridad y me han dicho que podíamos echarle un vistazo.
Giraron por una calle estrecha. Era verde y silenciosa, con vistas a la ciudad que se extendía debajo.
—Ni en sue?os puedo permitirme esto.
—Bueno, es un bungalow, no una mansión. Y necesita mucho trabajo.
Randy dobló por un camino de entrada y Emilie vio la casa, escondida detrás de un patio de ladrillos cubierto de musgo. Tejas francesas de color verde, ventanas con paneles de diamante y palmeras alrededor.
Bajó del coche.
Aquella noche, el móvil de Emilie se iluminó mientras ella dormía. Por la ma?ana, lo primero que vio fue una fotografía de la cocina de Sara, que le había llegado justo después de medianoche, sin palabras que la acompa?aran.