Pero algo la sobresaltó y sacó la cabeza del agua. El estruendo de un camión atravesó la noche, primero lejano y luego cada vez más cerca. Los faros delanteros cada vez más brillantes. Estaba sola y flotando en el agua. Tenía que moverse pero no podía; tenía que gritar, pero no salía ningún sonido. Entonces la camioneta ya estaba sobre ella y el agua empezó a entrar por su boca.
Se despertó sobresaltada y temblando, y saltó de la cama como si pudiera ahogarse.
Estaba en mitad de la noche. Los destellos del sue?o la presionaban. La casa de Sara. Una piscina negra y un cielo negro. Los faros de un coche. El agua entrándole por la boca.
Sacó un jersey del cajón, se puso unos vaqueros y se metió el móvil en el bolsillo. Bajó corriendo la escalera de caracol. Agarró las llaves y la cartera y se calzó los zapatos en el recibidor. Salió a la noche tranquila, se metió en el coche y encendió el motor.
Entró en Ocean Avenue con el cuerpo temblando. No había dejado de temblar desde la ma?ana anterior, por mucho que lo hubiera intentado.
Sabía cómo funcionaba, había pasado anteriormente por eso. Alguien a quien quería la abandonaba. Su trabajo consistía en permanecer callada, quieta y apartada. Esperar, no necesitar nada, no confiar en que volviera.
Todas las noches que Jacob había desaparecido mientras ella dormía y luego había reaparecido por la ma?ana en el restaurante, o por la tarde llamando a su puerta.
Todos los a?os que había pensado que había perdido a Colette para siempre, hasta la ma?ana en la que se presentó en su puerta con todas sus pertenencias.
La tarde que se había despedido de su padre en casa de la abuela, segura de que todo había acabado, pero él había vuelto con ella meses después, a revolver gumbo en su cocina.
Incluso Sara, después de aquella primera vez, había captado la mirada de Emilie desde el otro lado del restaurante, había encontrado un momento para hablar a solas con ella y le había dicho que la quería de vuelta.
Emilie siguió sus faros a través de las calles de Long Beach hasta la 405, en dirección al norte.
El padre de Sara había muerto. Sara tenía negocios que atender. No tiene nada que ver conmigo, pensó Emilie. Pero cada vez que se lo decía a sí misma, volvía a temblar.
Sara había paseado por su casa, le había hablado a Emilie de su vida. Finalmente, se había acurrucado en el colchón y se había quedado profundamente dormida. Emilie había observado la respiración constante de Sara, cómo su pecho subía y bajaba, y había sentido un amor tan inmenso que la había aterrorizado. Necesitaba que Sara se quedara.
Pero tenía que ocultar lo que ella necesitaba para que Sara fuera libre de marcharse. De ese modo, Sara no tendría que pensar en ella o preocuparse, podría hacer lo que tuviera que hacer sin que Emilie se interpusiera.
?Dónde estaba yendo? No al río Ruso. Ni siquiera sabía adónde vivía Sara. Los caminos de su sue?o no eran carreteras reales. Esa casa no era la casa de Sara. No se estaba ahogando de verdad.
Salió de la autopista, condujo durante unas pocas manzanas y aparcó. Sacó el móvil del bolsillo, todavía le temblaban las manos. Eran las dos de la ma?ana. Quería despertar a Sara.
Pero la llamada fue directa al buzón de voz y recordó que Sara le había dicho que no había cobertura. En ese caso, le dejaría un mensaje. Pero ?qué iba decirle? Sonó el pitido, no le quedaba tiempo para pensar.
—Me siento muy egoísta al llamarte así, con todo lo que estás pasando. Espero que lo entiendas. —Tenía el corazón acelerado y un nudo en la garganta—。 No sabía qué decir cuando te marchaste porque solo quería que te quedaras. Pensaba que tenía que actuar como si me pareciera bien que te fueras y no me necesitaras, pero quiero que me necesites. No debería estar diciéndote nada de esto ahora, lo sé. Tu padre ha muerto, has vuelto a un lugar que odias, tienes cosas horribles que hacer, y yo soy un desastre, pero no puedo quedarme más tiempo sin decírtelo. He tenido una pesadilla horrible. Me he levantado y me he subido al coche como si pudiera simplemente conducir hasta ti, como si supiera dónde estás o incluso si me quieres. ?Hablabas en serio cuando me dijiste que podía ir contigo? Pensaba que solo lo decías por mí, como si supieras que me daba miedo que me dejaras. Y me da miedo. Lo odio. Odio que te fueras ayer. Quiero que me necesites, aunque sé que estás muy bien sola.
Apenas reconocía su propia voz (fuerte y quejumbrosa), pero sintió un gran alivio al pronunciar esas palabras. Por muy embarazoso que fuera, por muy patética que pareciera, sintió que se estaba sincerando. Fue como quitarse la ropa aquella primera noche que pasaron juntas.
Ahí estaba toda ella.
—Me esfuerzo mucho por ser buena. Por ponértelo fácil. Por no ser un desastre. Pero puede que te parezca bien que sea un desastre. Y que la cague y haga las cosas mal. Y que me preocupe por mí misma incluso cuando tú estás pasando por todo eso. Tal vez cuando oigas esto pienses que soy horrible, dependiente y egoísta. No lo sé. Ojalá pudiera conducir hasta ti, pero no sé dónde estás ni cuándo recibirás esto. Probablemente, no lo escucharás hasta que termines. Pero cuando termines, por favor, vuelve conmigo.
Había acabado de hablar, pero todavía no quería colgar. Sostuvo el móvil, se recostó en el asiento y miró a su alrededor.
Se dio cuenta de que estaba en Sunset, en Silver Lake. Su antigua casa estaba solo a una manzana, y la tienda mexicana de comestibles, justo debajo.
—No era mi intención, simplemente salí a la autopista, pero he acabado aquí. Comprobó el retrovisor y condujo por la manzana para verlo mejor—。 Ah —murmuró sin aliento—。 Hay un motel al otro lado de la calle. Todo el tiempo que viví aquí siempre tenía encendido el cartel que indicaba que había habitaciones libres. Pero ahora no hay. Nunca lo había visto así antes. Es increíble. Yo… —No sabía qué más decir. Tenía que colgar o se cortaría—。 Ojalá estuvieras aquí conmigo —concluyó. Y luego terminó la llamada.
Se sentó en el semáforo. Vio una sombra en su antigua ventana. El cartel de Lleno se iluminaba de un modo constante, sin parpadear.
Cuando se miró las manos, estaban quietas.
De vuelta en casa, cuando ya se había hecho de día, llamó a Randy.
—La casa está lista —informó—。 Necesito sacar lo suficiente de esta venta para comprar una casa para quedarme y otra para arreglar. Y necesito lo suficiente para invertir también en Colette.
La luz del sol llenaba su habitación, se proyectaba sobre el colchón del suelo y sobre su sencilla cómoda, calentando la casa que nunca iba a ser suya, al menos no de momento. No podía permitírselo, o no tendría nada para invertir en un próximo proyecto ni nada para Colette. Tendría que conseguir un inversor para poder seguir restaurando casas. Y, aunque lo hiciera, tampoco tendría sentido tener tanto espacio para ella sola.