—Podemos establecer límites. Decirle lo que vamos a hacer.
—De acuerdo —aceptó ella.
Los dos miraron hacia el pasillo, a la puerta del dormitorio abierta. De algún modo, el suelo volvía a ser plano y la luz que entraba por las persianas era solo luz. Sara echó a andar y Grant la siguió. Eugene estaba sentado en la cama, todavía vestido, y a Sara la sorprendió ver que él no estaba seguro de que fueran a hacerlo. No quería parecer ingenuo.
—Vamos a enrollarnos, pero no puedes follarme.
—?Te reservas para alguien especial?
Podía notar a Grant temblando detrás de ella y su miedo la fortaleció.
—Lo tomas o lo dejas —sentenció.
—?Y tú? —le preguntó a Grant.
—Supongo… —empezó Grant—。 Supongo que haré lo que sea.
—Acepto entonces —confirmó Eugene—。 Tengo trescientos dólares en efectivo.
—Quiero verlos.
—Quedaos aquí.
Volvió con el dinero y Sara lo contó.
—?Todo bien entonces? —inquirió Eugene.
—Sí —afirmó ella—。 Todo bien.
No podía pensar en ello, no se permitiría hacerlo. Ni en su padre la noche anterior ni en aquello tan horrible que él le había dejado. Ni en el gancho del río, ni en sus amigos después de ello, ni en lo que había sucedido en casa de Eugene.
Lo único que importaba era el dinero que tenía en el bolsillo y que el coche de Grant volvía a funcionar. él conducía bastante rápido como para interceptar a Spencer de camino entre la escuela y la casa de su amigo Henry, adonde iba todas las tardes. Podía verlos a lo lejos: dos chicos pedaleando por la calle.
—Para —le ordenó a Grant, y se asomó por la ventanilla para llamar a Spencer. él la escuchó y se bajó de la bici. Quería abrir la puerta y salir, pero se dio cuenta de que no podía. De repente le sudaban las palmas de las manos y tenía un nudo en la garganta. Vio que Spencer intentaba averiguar quién era Grant mientras caminaba desde su bici hasta la ventanilla y Henry seguía avanzando.
—Necesito hablar contigo —le dijo ella.
—Vale.
Como ella no se movió ni dijo nada más, Spencer le abrió la puerta y Sara salió.
—Tenemos que irnos.
—?Adónde?
—A Los ángeles.
él le sonrió y Sara notó una punzada de alivio hasta que su hermano agregó:
—Ja. Qué graciosa.
—No es broma —insistió ella. No quería pronunciar esas palabras, pero tenía que decírselo—。 Han encontrado a Annie.
Intentó respirar. Vio que él lo había comprendido.
—No puedo volver a casa.
Spencer asintió.
—Pero no tenemos dinero.
—Tengo un poco. Lo suficiente para una temporadita.
—?Dónde vamos a vivir?
—Ya veremos.
—?Y qué hay de papá?
—?Que qué hay de papá?
—Sara.
—Spencer. Aquí no hay nada para nosotros. Por favor. —Le temblaban las manos. Intentó relajarlas pero no pudo, así que las escondió detrás de la espalda—。 Spencer, por favor, métete en el coche.
El ni?o miró el manillar de la bicicleta. Tocó el timbre suavemente con el pulgar, pero sonó tan flojo que apenas pudo oírlo. Lo hizo una y otra vez, una y otra vez, mientras pasaba un minuto tras otro.
?Qué estaba sucediendo? Todas las comidas que le había preparado. Todas las veces que lo había arropado, le había dado un beso en la frente y le había dicho que lo quería.
Pero él no le decía que sí. No se iba a ir con ella.
—Vale —susurró Sara finalmente. Un sollozo comenzó a subir desde su garganta, pero se volvió hacia el pavimento y lo obligó a que se alejara—。 Te llamaré cuando llegue. En cuanto tenga un número de teléfono, te lo daré. Pídele a la madre de Henry que te permita cenar en su casa todas las noches, ?vale? Y si alguna vez necesitas algo, acude a ella.
Spencer asintió, pero Sara comprendió que él no le había entendido.
—Mantente lejos de Eugene —le advirtió—。 ?Me oyes?
—?Por qué?
—Tú prométemelo.
—Vale.
—Prométemelo.
—Te lo prometo.
No obstante, Sara comprendía que él no sabía lo que estaba pasando, y ella prácticamente tampoco. Solo sabía que no podía quedarse. No quería que la viera llorar, pero ?sería capaz de evitarlo? Había estado segura de que se iría con ella, pero finalmente eso no ocurriría. Había estado segura de que nunca lo dejaría, pero lo estaba dejando atrás. Lo abrazó fuerte mientras se le agitaba el pecho, y se volvió a meter en el coche. Consiguió cerrar la puerta. Grant encendió el motor, se pusieron en marcha, y Spencer se quedó mirándola con el ce?o fruncido mientras lo adelantaban y continuaban su camino.
—Sería más complicado si tuvieras que hacerte cargo de un ni?o —comentó Grant—。 Probablemente sea mejor así.
Sara miró por la ventanilla trasera. Su hermano estaba donde lo había dejado, observando el coche mientras se alejaba. Condujeron hacia River Road, y dejaron atrás las tiendas a las que había ido toda la vida. Pasaron delante de la licorería y de la iglesia del padre de Lily, y luego Grant dirigió el coche hacia el puente.
Sara se tapó los ojos con fuerza mientras cruzaban el río.
La carretera cambió, el camino se alisó.
—Allá vamos —dijo Grant—。 Adiós, paraíso.
Era increíble lo poco que rendían trescientos dólares al final. Se habían gastado casi cien en el mecánico. Contuvieron la respiración mientras llenaban el depósito en la gasolinera de Forestville.
—Puedo conducir yo, si quieres —se ofreció Sara.
Pronto se haría de noche y el viaje duraría unos ochocientos kilómetros. Nunca había viajado tan lejos en toda su vida. Buscó las llaves de Grant. Por favor, que diga que sí. Necesitaba estar atada a algo. Quería tener la responsabilidad de mantenerse dentro del carril, de seguir las se?ales de la autovía y de girar cuando tuviera que hacerlo.
él pareció aliviado al entregarle las llaves y sentarse en el asiento del copiloto. Sara sintió que había compatibilidad entre ellos y se dijo a sí misma que era una buena se?al. Pero en cuanto se abrochó el cinturón de seguridad, se vio de nuevo en el dormitorio de Eugene, con los dientes de él sobre sus pezones y su áspero rostro contra sus costillas. Ella había intentado complacerlo con las manos mientras trataba de esquivar su mirada.