Ella rebuscó en su mente mientras observaba las colas de camiones en el horizonte, bajo el amplio cielo.
—?Se te ocurre alguna? —inquirió. Grant no respondió—。 Entonces yo lo haré por los dos —afirmó Sara.
Pasaron otra noche en el aparcamiento, amaneció y Sara salió del coche temblorosa, con un hambre que intentó ignorar y dos monedas de veinticinco centavos en el bolsillo. Se llevó el cambio hasta la cabina telefónica, se encerró y llamó a casa.
—Soy yo —dijo cuando respondió Spencer.
—Hola. —Sara esperaba oír algo diferente en su voz (tristeza, ira o alivio por escucharla) pero no notó ningún sentimiento—。 ?Estás bien? —preguntó Spencer.
—Sí —contestó Sara—。 ?Y tú?
—Sí. ?Has llegado?
—Todavía no. —No quería preocuparlo—。 Casi. —Se quedaron en línea, respirando juntos. La calle estaba desierta. Un camión se detuvo. Ella observó al conductor, recordó lo que la esperaba y se volvió hacia la ladera en la que había una mujer sentada en una roca, recogiendo algo del suelo y guardándolo en una taza. Vio que era Vivian.
—Tengo que irme al cole —dijo Spencer.
—Vale. Te llamaré pronto.
La cabina telefónica quedó en silencio. Sara escuchó su propia respiración. Ahí estaba. Seguía siendo parte del mundo.
Se apoyó contra el panel de cristal de la cabina. Vivian, en la distancia, se llevó la taza a los labios y bebió. ?Cómo sería su día? ?Cuántos hombres encontraría Vivian para ella? ?Cuánto dinero ganaría? Lo suficiente, al menos, para atravesar las monta?as. Entonces podrían buscar un refugio en el que dormir un tiempo. Hallaría un trabajo como limpiadora. Empezaría una nueva vida.
Salió de la cabina y atravesó el aparcamiento hacia el borde de la colina, donde el asfalto se convertía en hierba.
—Buenos días, solecito —saludó Vivian desde arriba.
—Te he visto desde la cabina. ?Qué has echado en la taza?
—Acércate y te lo ense?aré.
Sara subió la pendiente con cuidado, comprobando la tierra bajo sus pies para asegurarse de que la sostendría. Podía notar las piedras y las ramas a través de las delgadas suelas de sus zapatos de lona. Se sentó junto a Vivian en una roca.
—Esto —explicó Vivian tomando un tallo con peque?as hojas verdes—。 Yerba buena. Es curativa. Ponla en una taza con agua caliente. Sue, la del minimercado, te dará agua y un vaso gratis.
—?Qué cura?
?Borra la memoria?, se imaginó que diría Vivian. ?Te ayuda a desenamorarte. Te dice el futuro para que puedas soportar los días que quedan?.
—Lo que necesites. Todo depende de tus intenciones.
—Vale, de acuerdo —dijo Sara. Solo era una mala hierba que crecía en el suelo. Sintió una punzada de dolor en la parte baja del estómago.
—Puedes elegir no creer. Depende de ti. Pero una perspectiva positiva te llevará lejos en la vida. Sé abierta de mente, es el mejor consejo que tengo para darte. ?Preparada para el día de hoy? ?A qué hora empiezas en el motel?
—A las nueve.
—Me pasaré con el primer cliente sobre las once. Limpia las habitaciones lo más rápido que puedas en dos horas. Bá?ate en alguna de ellas para oler bien. Soy buena juzgando caracteres y elegiré los mejores para ti. Pero si algo va mal, sal de inmediato. La mayoría simplemente están solos, pero hay algunos que son malvados.
Sara asintió con la cabeza, reprimiendo el miedo. Se puso de pie con la ramita de yerba buena en la mano y se dirigió al minimercado donde, tal como le había dicho Vivian, una mujer llamada Sue le hizo se?as desde la puerta sin pedirle que pagara.
Grant todavía estaba tumbado en el asiento trasero. Sara abrió la puerta del copiloto y se metió dentro, despertándolo cuando la cerró.
—Hola —la saludó él, sonriendo mientras se sentaba, contento de verla. Por un momento hizo que sintiera que su nueva vida estaba empezando ya, si no fuera por el día que la esperaba. Había intentado no pensar en ello durante toda la noche, en cómo serían los hombres y en qué querrían de ella. Cuando finalmente se durmió ya casi por la ma?ana, so?ó con Annie. Le había estado susurrando algo a Sara, directamente en el oído, pero ella no había podido entenderlo.
Se preguntó si ahora que estaba despierta recordaría las palabras. En lugar de eso, lo que recordó fue ?hay algunos que son malvados?. Necesitaba otras palabras.
—Dime por qué estabas llorando.
—?Cuándo?
—En el coche, después de lo de Eugene.
Grant se removió en el asiento y se rascó el cuello.
—La verdad es que no quiero hablar de ello.
—No, no pasa nada. Toma, te he preparado esto. La he encontrado en la colina.
El chico le tomó el vaso de papel de las manos y Sara deseó poder seguir aferrándose al calor aunque se lo hubiera quitado. Sin embargo, ahora calentaba las manos de Grant y eso también era bueno. Y le diría algo que quería saber.
—?Estás intentando matarme?
—Es yerba buena —replicó ella—。 Se supone que es curativa.
Grant tomó un sorbo.
—Está bueno. Nunca había probado un té como este.
—Cuéntamelo.
—Por Dios, Sara, todavía me estoy despertando. Vale. Fui al río Ruso porque quería conocer a un chico.
—?Un chico en concreto?
—No. Solo había oído que allí iban muchos chicos gays.
—Ah —respondió ella—。 Es cierto. Pero sobre todo en verano.
—Había oído que era un sitio peque?o y pensé que sería más fácil encontrar a alguien allí que en San Francisco. O menos abrumador, supongo.
Se había sonrojado. No la miraba a los ojos. Sara intentó ponérselo más fácil.
—Un momento, ?fuiste al río Ruso para ligar con una camiseta de Mickey Mouse?
él le sonrió.
—Joder, ?qué tiene de malo Mickey Mouse?
—Tienes razón —a?adió ella—。 Todo el mundo sabe que si quieres echar un polvo tienes que ponerte una camiseta de Mickey Mouse.
—Puede que en eso me haya equivocado —contestó Grant. Le gui?ó un ojo, pero sin embargo su mirada era triste. Tomó otro sorbo. Sara esperó—。 Sin embargo, no conocí a nadie. O sí, pero… Fui a un bar, un chico intentó hablar conmigo y me marché. No pude hacerlo. No sé por qué.
—Y yo te llevé hasta Eugene.
—Sí. Y fue raro. Es decir, no buscaba algo así. Pero el motivo por el que paré allí fue porque no quería ser virgen cuando llegara a Los ángeles. No quería que fuera un problema cuando finalmente conociera a algún chico con el que quisiera salir de verdad. Quería saber qué estaba haciendo. Pero fuiste muy lista al no dejar que te follara. Yo lo hice y todavía no sé qué estoy haciendo. Ahora simplemente me siento un asqueroso.