?Joder, ?qué demonios estoy pensando??
Bueno, no tenía ni idea. El alcohol todavía me dominaba. Me quedé así, intentando no hacer nada que no debiera hacer. En cierto momento comencé a sentir frío de nuevo y me pregunté como una tonta por qué no nos habíamos quedado abajo, al lado de la fogata.
La verdad es que sí éramos bastante estúpidos…
—Deja de mirarme —me rugió Adrik de pronto.
—?No te estoy mirando! —me defendí, rugiendo también—。 Estoy mirando a la nada y resulta que tú estás en medio de esa nada. Además, tengo… tengo frío.
—Busca en aquel cajón. —Se?aló el cajón de la esquina sin abrir los ojos, como si supiera con exactitud dónde se ubicaba cada cosa ahí dentro—。 Debe de haber una manta o algo.
Me levanté de mala gana, abrí el cajón y rebusqué. Había juguetes, revistas de autos, cómics y… algo que parecía de tela. Lo saqué, lo estiré y descubrí que era bastante grande, como una manta. La olí. Bien, no tenía un olor extra?o.
—?Cuánto lleva esto aquí? —pregunté, desconfiada.
—No lo sé, sacúdelo y ya está.
Lo sacudí tanto como pude hasta que ya no salió nada de polvo. Luego volví a echarme sobre los cojines y, con incomodidad, me cubrí.
—Espero que esto no esté lleno de pulgas, Adrik, porque si no… —le advertí.
—Calla y duerme —zanjó.
Bueno, al menos daba calor. Nada me picó, nada me atacó… Me removí un poco y cerré los ojos, pero lo siguiente lo solté sin pensar:
—Lo haré, romperé con él. Ya no quiero seguir soportando esto.
Pasó un buen rato. Entré en un estado de somnolencia, pero todavía no me había dormido del todo. Más bien, mi cerebro trabajaba a mil, pensando en muchas cosas: en Aegan, en cómo usar toda la información que había conseguido, de qué manera proceder, en cuáles serían las consecuencias…
Y entonces sentí que algo temblaba junto a mí. Giré la cabeza, ce?uda. Durante unos segundos, no supe qué era hasta que entendí que se trataba de Adrik, que estaba tiritando. Temblaba de frío y no decía nada. Me di cuenta de que no podía. Debía de estar profundamente dormido, y muriéndose de frío.
Dudé un momento: ?debía ofrecer parte de mi manta a mi enemigo?
Bueno, ahora no tenía claro que fuera mi enemigo. Las cosas parecían un poco distintas. Con todo lo que había dicho, con lo de la fogata… No sé. Desde el principio Adrik me había parecido muy diferente a sus hermanos, pero no quise aceptarlo. Sin embargo, era algo evidente por muchas cosas: su aspecto, su comportamiento, lo que hacía y decía en clase de Literatura, cómo evitaba las situaciones que a Aegan le encantaban…
Pero tampoco podía confiar en él.
No podía confiar en nadie.
No podía asegurar que uno de los Perfectos mentirosos no era en realidad tan mentiroso…
No obstante, me había salvado de la doble humillación de Aegan, me había ayudado a quemar ese maldito vestido, habíamos compartido nuestro deseo de estar lejos de la fiesta, me había acompa?ado en medio de aquella oscuridad y no se había comportado como un idiota a pesar de estar borracho…
Y por todo eso hice lo correcto.
Me deslicé con sumo cuidado hacia él y le eché el resto de la manta por encima. Se removió, pero no abrió los ojos. Soltó un leve gru?ido y luego se quedó quieto. De manera inevitable, mi piel hizo contacto con la suya. Fue un contacto caliente y suave. Me dejó paralizada y envió una rara corriente a mi cuerpo. Me sorprendió tanto que me obligué a mí misma a dormirme de una maldita vez.
Y entonces él se giró. Fue un movimiento rápido, producto de su sue?o y su búsqueda de comodidad. Se quedó de lado y lanzó su enorme brazo por encima de mí. Abrí los ojos desmesuradamente porque en tan solo un segundo tuve su rostro a escasos centímetros del mío. Mi rigidez se acentuó. Esa cercanía era tan nueva y tan abrupta que mi cerebro casi dio error.
—Adrik, ??qué demonios…?! —chillé.