The Seven Year Slip(17)
—No, ?como el número de la suerte! El siete. Debe dar suerte, ya que estás aquí.
Mi tía juraba que nunca se había puesto nerviosa en toda su vida, pero en aquel momento no tenía ni idea de qué decir. Hablaron durante horas sobre pasta al dente y ensalada marchita. Hablaron hasta que el horizonte se ti?ó de rosa. Se rieron con vino barato, y cuando mi tía contaba esta historia, se podía ver la felicidad que llenaba su cara de juventud y amor. Nunca tuve la menor duda de que quería a Vera.
La quería tanto que empezó a llamarla ?mi sol?.
Y ahí era donde ella siempre se detenía en su historia —en la gran revelación, la maravilla y la magia de este apartamento que se deslizaba a través del tiempo— y cuando yo era ni?a, eso era suficiente. Era un final feliz, y yo tenía que existir en ese mismo espacio, abriendo puertas, con la esperanza de deslizarme también hacia un pasado desconocido, o tal vez un futuro. Dentro de siete a?os, ?tendría éxito? ?Sería popular? ?Guapa?
?Tendría mi vida resuelta? ?Me enamoraría?
O si me deslizaba al pasado, ?me encontraría con mi tía de las fotos de cuando nací? La mujer más tranquila y reservada que parecía un poco perdida en aquellas fotos, y nunca entendí muy bien por qué.
Tardé unos a?os en darme cuenta de que solo me había contado las partes buenas aquella primera tarde de verano, cuando intentaba llenar el silencio.
Tenía doce a?os cuando por fin me contó las partes tristes. Me dijo que prestara atención, que la angustia también era importante.
La noche de verano era fresca y había tormenta mientras comíamos unos fettuccine que nunca eran iguales. A estas alturas ya me sabía esta historia de memoria, deseando que cada vez que entrara en el apartamento me eligiera para llevarme…
—Quería casarme con ella.
Lo dijo en voz baja mientras bebía su tercera copa de merlot y jugábamos una partida de Scrabble la noche anterior a nuestro vuelo a Dublín. Recuerdo muy bien aquella cena, como cuando el cerebro se fija en una escena y la repite una y otra vez a?os después, cambiando solo ligeramente los detalles, pero nunca el desenlace.
—Encontrar a una persona era un poco más difícil hace veintitantos a?os. Para entonces, nos habíamos encontrado tantas veces en el tiempo que podía trazar las líneas de sus manos sobre las mías. Había memorizado las pecas de su espalda, las había dibujado formando constelaciones. El apartamento siempre nos unía cuando nos encontrábamos en una encrucijada, y nos encontrábamos en muchas: en nuestras carreras, en nuestras vidas personales, en nuestras amistades. Nos ayudábamos mutuamente. ?ramos las únicas que podíamos. —Tenía una mirada lejana—。 Pensé que podría encontrarla, que sería fácil, que sería como ver a alguien que conociste en una acera abarrotada de gente, y tus ojos se cruzan y el tiempo se detiene. Pero el tiempo nunca se detiene —a?adió con amargura—。 Pueden pasar muchas cosas en siete a?os.
No se equivocaba: en siete a?os iría a la universidad. En siete a?os, tendría mi primer novio, mi primer desenga?o amoroso. En siete a?os, tendría un pasaporte más gastado y curtido que la mayoría de los adultos que conocí. Solo podía imaginar lo que pasó en los siete a?os entre mi tía y Vera.
No tuve que hacerlo.
Era sencillo y triste:
Cuando encontró a Vera en el presente, era diferente. Había cambiado, poco a poco, como suelen hacerlo los a?os, y mi tía, con todo su amor por las cosas nuevas y emocionantes, temía que lo que tenían en aquel apartamento fuera del tiempo no durara. Temía que nunca volviera a ser tan bueno como antes. Que toda una vida juntas se agriara, que el segundo sabor no fuera tan dulce, que su amor se volviera rancio como el pan y sus corazones se enfriaran.
Al final, Vera había querido una familia, y Analea había querido el mundo.
—Así que la dejé marchar —dijo mi tía—, antes que cargar conmigo.
Y Vera siguió adelante. Dos ni?os por su cuenta. Volvió a su ciudad natal para criarlos. Volvió a la universidad. Se hizo abogada. Creció y cambió y se convirtió en alguien nuevo, como siempre te hace el tiempo. Y no miró atrás.
Mientras tanto, mi tía seguía igual, temerosa de guardar nada demasiado tiempo por miedo a que se estropeara.
Solo tenía dos reglas en este apartamento: una, quítate siempre los zapatos junto a la puerta.
Y dos: nunca te enamores.
Porque cualquiera que conocieras aquí, cualquiera que el apartamento te permitiera encontrar, nunca podría quedarse.
Nadie en este apartamento se quedó.
Nadie lo haría nunca.
Entonces, ?por qué el apartamento me daría a alguien ahora? ?Por qué no a mi tía, la persona a la que quería ver? ?Por qué me escupió a una época en la que ella no estaba, su apartamento prestado a un encantador desconocido con los ojos grises más penetrantes?
No importaba. Se habría ido para cuando volviera. El apartamento solo cometió un error o me estaba volviendo loca. De cualquier manera, no importaba porque no se iba a quedar.