The Seven Year Slip(13)



Y lentamente volvió a levantar las manos.

—De acuerdo… ?pero tengo una nota?

—Dámelo, entonces.

—?Me dijiste que no me moviera?

Lo fulminé con la mirada.

Se aclaró la garganta.

—Puedes sacarla. Bolsillo trasero izquierdo.

—No voy a sacar nada.

Me miró exasperado.

Oh. Cierto. Le dije que no se moviera.

—… Bien. —Me acerqué con cuidado y empecé a meter la mano en su bolsillo trasero izquierdo…

—Y aquí encontramos al raro caballero en estado salvaje —empezó a narrar, con un acento australiano realmente terrible, por cierto—。 Cuidado. Hay que acercarse a él con cautela para no asustarlo fácilmente…

Lo fulminé con la mirada.

Enarcó una sola ceja exasperante.

Saqué el contenido de su bolsillo trasero izquierdo y me alejé rápidamente de él. Mientras retrocedía, reconocí la llave del apartamento de mi tía. Sabía que era suya porque estaba en un peque?o llavero que compró en el aeropuerto de Milán hace a?os, cuando fuimos después de mi graduación en el instituto. Creía que esa llave se había perdido. Y con ella había una nota, doblada en forma de grulla de papel.

Lo desplegué.

Iwan,

?Es tan bonito que esto pueda funcionar! Saluda a tu madre de mi parte y asegúrate de revisar el buzón todos los días. Si Mother y Fucker pasan por la ventana, no la abras. Mienten. Espero que disfrutes de Nueva York, es preciosa en verano, aunque un poco calurosa. ?Ta-ta!

xoxo, AC

(P.D. Si ves a una anciana deambulando por los pasillos, por favor, se amable y envía a la se?orita Norris de vuelta al G6)。

(P.P.D.: Si viene mi sobrina, dile a Clementine que me subarrendarás este verano. Recuérdale lo de los veranos en el extranjero)。

Me quedé mirándola más tiempo del necesario. Aunque tenía innumerables tarjetas de cumplea?os, de San Valentín y de Navidad suyas guardadas en mi joyero del dormitorio, ver nuevas palabras encadenadas con su escritura en bucle hacía que se me estrechara la garganta. Porque creía que nunca vería más combinaciones.

Era una tontería, sabía que era una tontería.

Pero quedaba un poco más de ella que antes.

?Veranos en el extranjero…?

El desconocido me sacó de mis pensamientos cuando dijo, muy seguro de sí mismo: —?Ahora todo tiene sentido?

Apreté la mandíbula.

—No, en realidad.

Su bravuconería flaqueó.

—… ?No?

—No. —Porque la se?orita Norris falleció hace tres a?os, y una joven pareja se mudó a su apartamento y tiró todas sus cajas de música antiguas y su violín, ya que no tenía a nadie a quien dárselos. Mi tía quiso salvarlos, pero antes de que pudiera, se arruinaron en la acera bajo la lluvia—。 No sé qué crees que significa subarrendar, pero no significa que puedas entrar a bailar el vals cualquier verano.

Sus cejas se fruncieron con irritación.

—?Cualquier verano? No, acabo de hablar con ella la semana pasada…

—No es gracioso —espeté, abrazando contra mi pecho la cara con lentejuelas de Jeff Goldblum.

Parpadeó y asintió lentamente.

—Está bien… déjame recoger mis cosas, y me iré, ?de acuerdo?

Intenté no parecer demasiado aliviada mientras decía: —Bien.

Dejó caer las manos y se volvió silenciosamente hacia el dormitorio de mi tía. Dentro, esperaba ver mi cama completa sobre su estructura de metal negro de IKEA, y en su lugar vislumbré una manta que no había visto desde que la había empaquetado hacía seis meses. Aparté rápidamente la mirada. Parecía esa manta. En realidad no lo era.

Se me oprimió el pecho, pero traté de contener la sensación. ?Ocurrió hace casi seis meses?, me dije, frotándome el esternón. ?Ella no está aquí?.

Cuando empezó a recoger, me di la vuelta y me puse a pasear por el salón; siempre me ponía a pasear cuando estaba nerviosa. El apartamento era más luminoso de lo que recordaba, la luz del sol entraba por los grandes ventanales.

Pasé junto a una foto en la pared: una de mi tía sonriendo frente al teatro Richard Rodgers la noche del estreno de El corazón importaba. Sabía que la había quitado cuando me mudé la semana anterior. Estaba guardada, junto con el jarrón que ahora estaba sobre la mesa y los coloridos pavos reales de porcelana del alféizar de la ventana que había comprado en Marruecos.

Y entonces me fijé en el calendario de la mesita. Hubiera jurado que lo había tirado, y sabía que la tía Analea había dejado de llevar la cuenta de los días, pero no desde hacía siete a?os…

—Bueno, creo que esas son todas mis cosas. Dejaré la compra en la nevera —a?adió con una mochila al hombro mientras salía de la habitación de mi tía, pero apenas me fijé en él. Sentí una opresión en el pecho.

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