The Seven Year Slip(25)



Sacudió la cabeza.

—No estoy hablando de eso. Un restaurante no tiene por qué ser lujoso, con untados artísticamente de coulis y beurre blanc…

—?Qué es eso?

—Exactamente. No tiene importancia. Puedes conseguir comidas deliciosas en un negocio familiar con la misma facilidad que en un restaurante con estrellas Michelin.

—Y uno requiere menos Spanx. O, escúchame, puedo quedarme en casa y comer un PB&J.

—Podrías, aunque ?y si resulta ser tu última comida?

Parpadeé.

—Vaya, eso se oscureció rápido.

—?Seguirías quedándote en casa y comiendo un PB&J si lo supieras?

Fruncí el ce?o y me lo pensé un momento. Luego asentí.

—Creo que sí. Mi tía solía hacerme sándwiches de mantequilla de cacahuete y mermelada cada vez que venía a visitarla porque es una cocinera malísima. Siempre le ponía más mantequilla de cacahuete que mermelada, así que se me quedaba pegado al paladar…

Se sentó derecho.

—?Eso es! La comida perfecta.

—Yo no la llamaría perfecta, pero…

—Acabas de decir que lo comerías como tu última comida, ?verdad?

Tenía razón.

—Oh —jadeé, entendiendo por fin lo que quería decir—。 Es menos sobre la comida, entonces, y más sobre…

—El recuerdo —terminamos juntos. Su mueca se convirtió en una sonrisa torcida y entra?able que hizo brillar sus ojos.

Volví a sentir un rubor que me subía por el cuello hasta la cara.

—Eso es lo que quiero hacer —dijo, apoyando los codos en el borde de la mesa. Las mangas de su camiseta abrazaban con fuerza sus bíceps. No es que estuviera mirando. Desde luego que no—。 La comida perfecta.

Puede que fuera la buena comida o las tres copas de vino, pero empecé a pensar que tal vez sí podía. Quién sabe, quizá ya lo había hecho en mis tiempos. Intenté imaginármelo con uniforme de cocinero, una filipina blanca que le cubría los hombros y los tatuajes esporádicos que llevaba en los brazos, pero no conseguí enfocar la imagen. No parecía el tipo de hombre que sigue las reglas normales. Parecía una excepción.

Desenvolvió su chocolate y se lo metió en la boca, y lo enrolló en su mejilla para que se derritiera solo.

—?Y tú?

Mis hombros se cuadraron ante la repentina pregunta.

—?Y yo qué?

—?Por qué quieres ser publicista de libros?

—Solo… lo hago, supongo.

Arqueó una ceja gruesa. En realidad, era una ceja bastante exasperante. La mayoría de las veces, los chicos se limitaban a asentir cuando oían a qué me dedicaba y pasaban a… literalmente cualquier otra cosa.

—?Cómo empezaste? —preguntó—。 Te especializaste en historia del arte, ?verdad? ?No era algo que siempre quisiste hacer?

—No… —Admití, desvié la mirada y me concentré en un trozo de pintura desconchada sobre la mesa amarilla, rascándolo para descubrir el sándalo que había debajo—。 No lo sé. Supongo que… el verano después de la universidad, mi tía y yo viajamos por Europa. —Este a?o, en realidad. El verano que estuvo aquí en este apartamento. No sabía por qué le estaba contando todo esto. Pensé que había decidido antes que no lo haría—。 Había estado pensando en lo que quería hacer en mi último a?o de universidad, y realmente no quería ser conservadora, pero… Me encantaban los libros. Sobre todo las guías de viaje. Mi tía y yo siempre comprábamos una allá donde íbamos. Igual que hay secretos en las memorias y confesiones en las novelas, hay una firme certeza en una buena guía de viajes, ?sabes?

—Siento algo parecido por un buen libro de cocina —respondió, asintiendo—。 No hay nada igual.

—En realidad no lo hay —asentí, recordando cuándo decidí ser publicista—。 Strauss y Adder publican algunas de las mejores guías de viajes del sector, así que presenté mi candidatura y resulta que se me da muy bien ser publicista —dije simplemente—。 Así que programo entrevistas y podcasts, llevo a los autores de una ciudad a otra, los presento a programas de televisión y radio y a clubes de lectura. Se me ocurren nuevas formas de convencerte de que leas un clásico por vigésima vez aunque lo conozcas como la palma de tu mano, y me gusta. Es decir, tiene que gustarme —a?adí con una risa cohibida—。 En el mundo editorial no te pagan tan bien.

—Tampoco en los restaurantes —a?adió, observándome con el tipo de atención embelesada que me hacía sentir que lo que hacía era realmente interesante. Me estudió con aquellos hipnotizadores ojos grises y empecé a pensar en cómo los pintaría. Quizá en capas, azul marino mezclado con un precioso tono pizarra—。 Así que, en cierto modo —dijo pensativo, frunciendo las cejas—, creas tu propia guía de viajes. Para tus autores.

—Yo… nunca lo había pensado así —admití.

Ashley Poston's Books