The Seven Year Slip(27)
—La verdad es —continué, y no estaba segura de si era el vino lo que me hacía querer hablar de ella, o la forma en que Iwan me escuchaba, atenta y preciosa, como si mi tía hubiera importado algo más que yo—, que siempre tuvo miedo de que lo que viniera después de El corazón importaba no fuera tan bueno. Así que hizo algo nuevo. Envidio eso. Toda mi vida he querido ser como ella, pero no lo soy. Odio las cosas nuevas. Me gusta la repetición.
—?Por qué?
Volví mi mirada hacia él, estudiando a este extra?o al que no debería haber dejado quedarse en el apartamento de mi tía, y todas sus preguntas.
—Las cosas nuevas dan miedo.
—No tienen por qué darlo.
—?Cómo que no?
—Porque algunas de mis cosas favoritas aún no las he hecho.
—?Entonces cómo sabes que son tus favoritas?
En respuesta, se levantó de la mesa y me ofreció la mano.
Lo miré fijamente.
—No es una trampa, Lemon —dijo en voz baja, con su acento sure?o.
Miré su mano extendida y luego a él, y caí en la cuenta. Sacudí la cabeza.
—Oh, no. Sé lo que estás haciendo. Yo no bailo.
Empezó a balancearse hacia delante y hacia atrás al son del violín y a tararear el estribillo. Por un momento el corazón importó, por un momento el tiempo se detuvo. Mi tía la había cantado a veces mientras doblaba la ropa o se rizaba el pelo, y el recuerdo era tan crudo que escocía.
—?Cuándo fue la última vez que hiciste algo por primera vez? —me preguntó, como retándome. Y si algo era además que una pesimista práctica, era alguien que nunca retrocedía ante un reto.
Me resistí.
—Te aseguro que he bailado antes.
—Pero no conmigo.
No.
Y —a pesar de su insistencia— esto me daba miedo, pero no porque fuera algo nuevo o espontáneo. Daba miedo porque yo quería, y los West nunca hacían cosas espontáneas. Esa era mi tía. Y sin embargo… aquí estaba yo, tendiéndole la mano.
Fue por el vino. Tenía que serlo.
Una sonrisa se dibujó en sus labios cuando entrelazó sus dedos con los míos y me puso en pie. Me agarró con fuerza, con las puntas de los dedos callosas, y me hizo girar en la cocina. Me tambaleé un poco —bailar no era mi fuerte—, pero a él no pareció importarle. Encontramos el ritmo, una de sus manos sujetaba la mía y la otra se posaba en la parte baja de mi espalda. Su suave tacto me hizo jadear involuntariamente.
Rápidamente apartó la mano.
—Lo siento, ?es demasiado bajo?
?Sí. Y esto es demasiado. No bailo en cocinas con desconocidos?, quise decir, con todas las excusas acumulándose en mi garganta, pero al mismo tiempo yo también quería estar más cerca. Era tan cálido, y su tacto tan ligero y tierno, que me hizo desear que me sujetara con más fuerza, firme y seguro como sujetaba sus cuchillos.
Yo no era así. Y sin embargo…
Le devolví la mano a la parte baja de la espalda, para su sorpresa, y fijé la mirada en su barbilla en lugar de en sus ojos, intentando que no se me ruborizaran las mejillas. Pero eso solo significaba que aún podía ver la sonrisa torcida que se extendía por sus labios, y cuando me acercó más a él, nuestros cuerpos apretados, mi piel se sintió eléctrica. Era sólido y cálido, y la música era anhelante, y mi corazón martilleaba con fuerza en mi pecho.
Nos mecíamos en la desordenada cocina verde azulado de mi tía al son de una canción sobre el desamor y los finales felices, y era tan tentador dejarme llevar. Por primera vez en lo que parecía una eternidad.
—?Ves? —susurró, con su boca contra mi oreja—。 Algo nuevo no siempre es tan malo.
La última nota de violín cantó a través de los conductos de ventilación, y el momento terminó. Volví en mí con una certeza repentina y aplastante. Lo pensara como lo pensara, esto no podía ni debía acabar bien.
Lo solté y di un paso atrás, limpiándome las manos en los vaqueros. Sentí que se me hacía un nudo en el estómago. La cálida sensación que sentía en el centro se volvió gélida.
—Yo… —me tragué el nudo de la garganta— creo que te has hecho una idea equivocada.
Capítulo 9
Primeras impresiones
Me miró confuso.
—?Sobre qué?
?Hacía calor aquí, o era solo yo?
—No creo que… esto… —Tenía que decirlo. Trazar la línea, porque era muy necesario trazarla—。 No voy a acostarme contigo —solté.
Levantó las cejas, sorprendido. Se ruborizó rápidamente y se ahogó con su propio aliento.
—No, no, está bien. No pensaba que lo harías, Lemon.
—Oh. Bueno. —Desvié la mirada. Me sentí avergonzada. Una tonta. Miré a cualquier parte (a todas partes) menos a él—。 Solo para que quede claro, entonces.