The Seven Year Slip(34)



Pero entonces algo lo hizo retroceder, dudar de sí mismo, y mi estómago se retorció un poco de arrepentimiento. Se aclaró la garganta.

—Bien, bien. La mantequilla podría funcionar —dijo, ocupándose de echar medidas de azúcar, algún tipo de almidón de maíz o harina y sal, y el tinte rosáceo solo se mantuvo en los bordes de sus orejas.

??Estabas a punto de besarme??, quise preguntar, y no estaba segura de si quería que la respuesta fuera no. Pero en vez de eso, pregunté: —?Qué hay para cenar?

—Oh, esto es el postre —respondió, se?alando los limones en el mostrador—。 ?Qué te parece pizza esta noche?

—Creo que hay un número de entrega en la nevera…

—Quise decir congelada.

Dejé escapar una carcajada, aunque sonó hueca a mis oídos.

—?Seguro que eres chef?

—Estoy lleno de sorpresas, Lemon —respondió, burlándose de mí con otra sonrisa, y volvimos a estar como antes. Era una tontería sentirme decepcionada porque no me hubiera besado. No era yo en absoluto. Y, al parecer, tampoco era él—。 Y además —a?adió gui?ándome un ojo y lanzándome encantadores (con pena ajena hay que reconocerlo) gestos de pistolas—, esta noche, en cambio, te voy a preparar un postre.

Capítulo 12

La Luna y más

La pizza congelada era exactamente lo que prometía ser: sabía a cartón con un poco de queso de plástico por encima. Y estaba deliciosa de la misma manera que siempre lo estaban las pizzas de cinco dólares del supermercado y el vino barato: predecible y sólido.

Mientras esperábamos a que se cocinara, yo había desenterrado algunos de mis viejos vaqueros que aún me valían de la ropa que me sobraba en el armario de mi tía y me había puesto una camiseta gris oscura que había perdido en Espa?a hacía dos a?os, y él preparó una especie de tarta que olía a limones y la metió en el horno caliente mientras comíamos.

—?Qué tal la entrevista de hoy? —pregunté mientras tomaba mi último trozo. Ya nos habíamos bebido media botella de vino y casi toda la pizza.

—Gloriosa —dijo con un suspiro de satisfacción—。 Era tal como lo recordaba. Hasta tenían la mesa en la que nos sentábamos mi abuelo y yo.

—?Estaba allí el jefe de cocina? ?El que le gustaba a tu abuelo?

Arrugó la nariz y negó con la cabeza.

—Lamentablemente, no. Pero creo que la entrevista fue bien. Fui uno de los veintitrés aspirantes que pasaron a la ronda final.

—?Por un trabajo de lavaplatos?

Agarró un trozo de salchichón de su pizza y corrigió:

—Para una vacante en uno de los restaurantes más prestigiosos del SoHo. Es una institución, claro que mucha gente quiere trabajar allí.

Negué con la cabeza.

—No puedo creer que no puedas empezar como cocinero de línea.

—Quizá si tuviera más talento, claro —respondió encogiéndose de hombros, y no me creí ni un ápice su falsa modestia. Había una tarta que había hecho desde cero en el horno, y yo no iba a decir que era una conocedora, pero había comido por todo el mundo. Conocía la buena comida de la misma manera que cualquiera que haya viajado lo suficiente sabe que las mejores pizzas siempre están en los antros llenos de grasa, los mejores tacos en los camiones de comida, el mejor falafel en los puestos callejeros, la mejor pasta en los restaurantes familiares de las entra?as de Roma. Iwan tenía talento.

Las ventanas estaban abiertas y una suave brisa entraba desde la calle, agitando las cortinas blancas. Las dos palomas que se posaban en el aire acondicionado arrullaban en su peque?o nido, Mother y Fucker disfrutando de la velada.

—Entonces —dijo cambiando de tema—, ?qué has estado haciendo todo el día?

—Me ba?é —respondí, y cuando arqueó una ceja, suspiré y dije—: Me quedé dormida en la ba?era sin querer. Antes de eso estaba… —Fruncí el ce?o—。 En la ba?era.

—?Solo en la ba?era?

Dudé y dejé el último trozo de pizza. De todos modos, no tenía hambre. No había razón para no decírselo, sobre todo después de que hubiera compartido tanto conmigo la noche anterior.

—No te rías, pero de ni?a siempre fui una pintora desordenada. Me ponía a pintar acuarelas por todas partes y mi tía se ponía furiosa, así que me instaló en el ba?o y me dijo que me volviera loca. Así que eso es lo que hacía. Ya sabes, antes de ba?arme.

Parecía sorprendido, en el mejor de los sentidos.

—?Pintabas?

Asentí con la cabeza.

Cuando Nate se enteró de mi afición, al tropezar con mis paisajes y mis bodegones y mis retratos, todos metidos en mi armario, sus ojos brillaron con la posibilidad de venderlos. Monetizar mi pasión.

—Haz que te funcione. Eres fantástica.

Pero yo ya trabajaba en una industria que vendía arte como mercancía, y realmente no quería seguir ese camino. No me gustaba pintar porque pudiera gustar a otras personas; me gustaba pintar porque apreciaba cómo se mezclaban los colores, cómo los azules y los amarillos siempre se volvían verdes. Los rojos y los verdes se volvían marrones. Había una certeza en todo, y cuando no la había, siempre había una razón.

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