The Seven Year Slip(38)



De repente, apartó la tarta de limón, las copas de vino repiquetearon al chocar contra la pared, y yo puse una rodilla en la mesa, a medio camino sobre ella, solo para acercarme un poco más. Solo un poco más. Quería apretarme contra él. Quería perderme en su olor, en su tacto calloso, en su forma de pintar las palabras como si fueran poesía.

El romance no estaba en el chocolate, sino en la respiración entrecortada al tomar aire. Estaba en la forma en que me acunaba la cara, en el modo en que yo pasaba el dedo por la marca de nacimiento en forma de media luna de su clavícula. Estaba en la forma en que murmuraba lo hermosa que era, la forma en que hizo que mi corazón se disparara. Estaba en el modo en que quería saberlo todo sobre él: sus canciones favoritas, adivinar por fin su color favorito. Su boca migró hacia mi cuello, sintiendo mi pulso rápido y fuerte en mi garganta. Me dio un beso bajo la oreja.

?Nunca se quedará, mi querida Clementine?, oí decir a mi tía, con claridad cristalina en mi cabeza. Podía verla sentada en su sillón, recordando a Vera. ?Nadie se queda?.

—Espera —jadeé, separándome de él. El corazón me latía rápido y fuerte—。 Espera, ?es esto inteligente? ?Lo hacemos? Podría ser una mala idea.

Se quedó inmóvil.

—?Qué?

—Esto podría ser una mala idea —repetí, dejando que mi mano se soltara de su corbata. Sentía los labios sensibles y las mejillas sonrojadas.

Parpadeó, mordiéndose el labio inferior, con la mirada aún embriagada por nuestros besos.

—Nunca podrías ser una mala idea, Lemon.

?Pero, ?y si lo eres??, pensé, mordiéndome el interior del labio. Porque allí estaba yo, tambaleándome sobre el precipicio de algo. Podía volcar y no volver a ver la cima, o podía permanecer perfectamente equilibrada donde estaba.

Y entonces miré sus ojos azul grisáceo y supe exactamente cómo los pintaría: los pintaría como la luna. Capas blancas que se oscurecían gradualmente, con sombras azules. Ahora, sin embargo, eran como nubes de tormenta en el mar a la luz dorada del atardecer…

Y yo era una tonta.

—… ?Lemon? Vuelves a tener esa mirada —dijo preocupado. Salí de mis pensamientos, con la vergüenza inundándome las mejillas. Había dado la vuelta a la mesa y se había arrodillado frente a mí, con la mano en la rodilla y el pulgar frotando círculos suavemente—。 ?Lemon?

—Lo siento. —Apreté las manos contra mi cara—。 Lo siento mucho.

—No, no, está bien. —Suavemente, me apartó las manos de la cara, mirándome con preocupación. Qué hombre tan encantador. Me hundí contra él y hundí la cara en su hombro, donde encajaba perfectamente. Era tan cálido y confortable, y odiaba que me encantara—。 Lo siento —volví a repetir, porque no sabía de qué otra forma expresarlo: lo mucho que quería esto, lo mucho que lo quería a él, pero había cosas que mi corazón ya no podía soportar, todavía frágil y peque?o, roto por algo que no podía quedarse.

Estaba rota, y estaba sola, y deseaba que él me hubiera encontrado hace siete a?os, en su lugar.

—Lo siento. Lo siento…

—Eh, eh, no te disculpes, no lo sientas, no hay nada que lamentar —dijo, separándome suavemente de su hombro para poder mirarme a la cara, empujándome el pelo detrás de la oreja. Acunó mi mejilla en su cálida mano—。 No pasa nada. No pasa nada, de verdad.

Aquí es donde las chicas normales habrían llorado, porque su voz era tan suave, tan reconfortante. Aquí es donde habrían dejado desbordar su corazón y derribar sus muros, pero a mí ni siquiera me escocían las lágrimas. Creo que las había llorado todas en los últimos seis meses. Creo que me había quedado seca. Porque mientras miraba su cara y sus preciosos ojos pálidos, todo lo que podía sentir era un hueco en el centro de mi estómago.

?Ojalá pudiera contarte una historia?, pensé, ?y ojalá te la creyeras?.

Pero no lo haría. Era lo bastante mayor como para saberlo. Porque aunque él creía en el romanticismo, en los bombones y en el amor sobre tartas de limón, la historia de una chica siete a?os fuera de tiempo sonaba demasiado abstracta, incluso para sus oídos, y yo no podía soportar la idea de cómo me miraría una vez contara mi historia, medio compadeciéndose, medio decepcionado, por haber tenido que inventarme una mentira sobre un lapsus de tiempo en lugar de contarle la verdad.

En lugar de eso, apoyé la cara en su mano y le besé la palma.

—?Podemos terminar el postre? ?Y hablar un poco más?

Se levantó y me besó la frente.

—Por supuesto, Lemon. Nada me gustaría más.

Se me estrujó el corazón, porque era tan encantador, y me sentí tan aliviada, feliz, incluso, de que lo entendiera.

Volvió a su silla, agarró su tenedor y me preguntó por mis cuadros favoritos. ?Por qué Van Gogh? ?Adónde me gustaba viajar? ?Cuál era mi aperitivo favorito? Si pudiera cenar con alguien, del pasado o del presente, ?quién sería y por qué? Y me hizo reír con el resto de la tarta de limón, y bebimos vino, todavía con el sabor de sus labios en mi lengua, el recuerdo de los besos que, a todos los efectos, nunca fueron.

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