The Seven Year Slip(41)
—?Lo has besado? ?Pasaron la noche? —preguntó Fiona, siguiéndome. Me dirigí a dos asientos vacíos, pero un joven con traje de negocios se abalanzó sobre nosotras antes de que pudiéramos ocuparlos, abrió las piernas y empezó a jugar a un juego en su teléfono.
Lo fulminé con la mirada.
—Cuéntamelo todo. ?Es guapo? —Fiona continuó, ajena.
Seguí fulminando al hombre con la mirada hasta que por fin levantó la vista, con un gru?ido en los labios, y vio a la mujer embarazada que estaba a mi lado. Y a los demás pasajeros que lo miraban con reproche. Se metió el teléfono en el bolsillo y cerró las piernas, y yo guié a Fiona hasta el asiento de al lado.
—?Qué aspecto tiene? —preguntó—。 ?Cómo se llama?
—Iwan —respondí, agarrándome a la barra por encima de ella—, y acabamos de cenar juntos… todo el fin de semana.
Se abanicó con las manos, parpadeando lágrimas falsas.
—?Dios mío! ?Mi peque?a Clementine por fin está creciendo! ?Realmente podría enamorarse!
No quería pensar en ello.
—Bien, es suficiente.
—?Y si se casan? ?Y si es tu alma gemela? —jadeó, inclinándose hacia mí—。 ?Cuál es su apellido?
—Es… —Me quedé helada. El tren avanzaba a sacudidas. Y me di cuenta, en ese momento, de que no sabía su apellido—。 Um…
Me miró fijamente.
—?En serio pasaste todo el fin de semana con él y no conseguiste su apellido?
El Sr. Piernas abiertas, a su lado, sonrió satisfecho, y yo le lancé otra mirada fulminante.
—Lo conseguiré esta noche. ?sta es tu parada —a?adí.
Parecía a punto de saltarse la parada para seguir acosándome, pero decidió no hacerlo y recogió su bolso.
—Tienes que contármelo todo ma?ana, incluido su nombre —me dijo solemnemente, pero ni le prometí ni le negué que lo haría mientras salía, me se?alaba desde el andén y me decía—: Lo digo en serio —mientras el tren se alejaba.
Me despedí de ella con la mano, sabiendo que no había forma de evitarlo, y fui a sentarme en su sitio, pero el tipo ya se había dispersado de nuevo. Fruncí el ce?o, me dirigí hacia la puerta y esperé a salir en la estación de la calle Ochenta y Seis.
No podía creer que no supiera su apellido.
Hace solo unos días, si me hubieras dicho que conocería a un apuesto desconocido en el apartamento de mi tía que se convertiría en un amigo no tan extra?o (?éramos amigos?, ?o algo más?), no te habría creído. Pero ahora me preguntaba qué prepararía esta noche para cenar, si había conseguido el trabajo de lavaplatos, cómo le había ido el día. Tal vez podría pasar los fines de semana del verano en el apartamento aprendiendo sobre la marca de nacimiento de su clavícula y las cicatrices de sus dedos que besaron demasiados cuchillos.
Y, tal vez al final, podría contarle el secreto, que yo vivía en el futuro. Y tal vez me creería.
O, peor aún, acabé contándoselo y no me creyó, y quizá por eso nunca vino a buscarme. Porque no podía ignorar los siete a?os que nos separaban, los siete a?os que habían pasado desde que me conoció y dónde estaba yo ahora. Nunca vino a buscarme.
Al menos no que yo recuerde.
El tren llegó a mi estación, salí del metro y me dirigí al Monroe. Earl estaba de nuevo en la recepción, casi terminando la novela de James Patterson de esta ma?ana. Me saludó con una sonrisa, como hacía siempre, y me fui hacia el ascensor y subí en él hasta la cuarta planta.
Iwan parecía tener un apellido caprichoso, ?algo galés, quizá? Ya que Iwan era galés. ?O era un apellido? ?Y tal vez su apellido era aburrido para contrarrestarlo?
Saqué las llaves del bolso, tratando de contener mi excitación.
Desbloqueé la puerta del B4 y abrí la puerta rápidamente.
—?Qué tal si probamos los fettuccine de mi tía esta noche? —llamé al apartamento, quitándome los zapatos junto a la puerta.
Me detuve unos metros dentro del apartamento. Estaba oscuro y silencioso.
El tipo de silencio que hacía que mi corazón se retorciera dolorosamente. El tipo de silencio que conocía demasiado bien en este lugar.
—?Iwan? —llamé, y el miedo se apoderó de mi pecho. Porque era el tipo de silencio que recordaba justo después de la muerte de Analea. El tipo de silencio sin alma, invivible, que me hacía querer huir tan rápido como pudiera. El tipo de silencio que me acompa?ó mientras desempaquetaba mis cajas. Mientras guardaba sus cosas en el armario. Di otro paso dentro del apartamento. Luego otro—… ?Iwan? —Mi voz era más suave ahora. Mayormente carcomida por mi propio pánico.
Este era el tipo de silencio que era tan fuerte que gritaba.
Cuando entré en la cocina, las luces estaban apagadas y la cocina estaba limpia, con la caja de la vajilla de mi antiguo apartamento junto al fregadero, abierta y a medio desembalar. Las tazas de café seguían en la rejilla de secado, sin haber llegado a su sitio en los armarios, y las servilletas del soporte del pavo real estaban vacías. En el salón, todo era naranja amarillento con la luz del atardecer, como un retrato de naturaleza muerta, enmarcando el espacio donde ya no se sentaba un sillón azul huevo de petirrojo, cuyas huellas seguían en la alfombra oriental.