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Yerba Buena(17)

Author:Nina Lacour

—?Es demasiado amargo para ti? —le preguntó.

—Es amargo, sí. Pero no demasiado. —Tomó otro sorbo—。 Nunca he probado nada igual, aunque en algún punto me resulta familiar.

—Ella es genial —concluyó Jacob.

Las cosas siguieron así a lo largo de mucho tiempo (ma?anas de café, tostadas y conversaciones tranquilas), que Emilie pensó que durarían para siempre. Pero entonces, un par de semanas después, él terminó con el papeleo y se recostó en la silla.

—Me gustaría ver dónde vives —le dijo.

?Qué podía responder ante eso? Por un instante, se preguntó si eso era algo que él haría a menudo como proyecto paralelo, observar a las personas en su entorno natural. A ella le encantaba estar en casa de otras personas, ver de qué color pintaban las paredes y qué objetos guardaban en las estanterías. Pero cuando lo miró a los ojos, el deseo de Jacob se hizo evidente.

—De acuerdo —aceptó ella—。 Te daré la dirección.

—Ya nos vemos más tarde, entonces —comentó él mientras Emilie se iba.

Fue a clase y volvió corriendo a casa. No sabía si con ?más tarde? se había referido a ese mismo día o a algún otro. Pensó que estaría preparada por si acaso. Repasó los montones de correo que tenía y lanzó los catálogos a la basura. Lavó los platos que llevaban demasiado en el fregadero, e incluso sacó la aspiradora y la pasó por primera vez en mucho tiempo. No consideraba su estudio como un lugar que la gente pudiera visitar; sus esperanzas de mudarse se habían desvanecido rápidamente hasta que se había convertido en un sitio donde estudiar y dormir. La mayor parte de sus comidas y de su vida social tenía lugar en otra parte. Las únicas personas que iban eran sus amigos, por los que ya no tenía que preocuparse. Tenía cerveza IPA en la nevera, para Pablo, y hojas secas de verbena de limón en el armario para Alice. Eso era suficiente para ellos.

Ahora estaba en la puerta preguntándose qué le parecería su casa a Jacob, si de verdad se presentaba allí ese día o en un futuro lejano. Era peque?a. Poco impresionante. De pronto se sintió resentida con el propietario que debió haber sido demasiado taca?o o indeciso como para terminar el trabajo en las paredes, de imprimación blanca. La mitad de los platos de diferentes juegos estaban astillados y no tenía sabanas bajeras que combinaran con las de arriba. Las ventanas de la cocina estaban obstruidas con pintura, por lo que el simple hecho de hervir agua para preparar un té hacía que el cristal se empa?ara. Algunas noches se metía en la cama a las nueve porque ninguna luz tenía suficiente potencia y estar despierta después de eso la entristecía.

Además, la ventana del lado este no tenía cortina. Cuando estaba desnuda, tenía que agacharse para pasar junto a ella. Por la noche, todos podían ver lo que estaba haciendo. Y cuando había intentado colgar una barra de cortina, el yeso se derrumbó.

Se dio cuenta de que el apartamento no estaba equipado para impresionar a nadie. Tendría que centrarse en ella misma.

Así que se duchó y se depiló las piernas. Se lavó los dientes y se masajeó la piel con aceite de coco. Dejó que el pelo se le secara al aire. Lo llevaba largo, a mitad de la espalda, y pensó que nunca se lo había soltado en el restaurante. Al menos, no cuando iba a trabajar por las ma?anas. Se puso un par de pantalones anchos que le había traído Alice de un viaje a Marruecos, de color esmeralda y con peque?as campanitas de bronce alrededor de los tobillos. Luego se probó una camiseta de tirantes negra y observó su reflejo. Se encontró preguntándose si de verdad quería eso.

Sí, la atención de Jacob la hacía sentir especial.

Sí, disfrutaba de las ma?anas que pasaban juntos.

De hecho, le gustaban mucho.

Ansiaba la idea de llegar a algo más con él, pero en ese momento se dio cuenta de que no ansiaba lo que eso significa en realidad. Ni siquiera sabía si quería volver a tener sexo con algún hombre. Sus últimas relaciones habían sido con mujeres.

Recordó cómo había empezado todo con Olivia mientras sacaba un par de pendientes dorados de su joyero. Emilie se sentaba en la primera fila, siempre. Había admirado a Olivia desde el principio; encontraba encantadoras sus pausas reflexivas, y su uso espontáneo de la jerga académica era algo a lo que aspirar. Se vestía con camisas y vaqueros, y llevaba el pelo natural y descolorido. Se cambiaba a menudo el piercing de la nariz. Un día era un diamante, y al siguiente, un aro. Emilie la había observado, la había admirado, le había hecho preguntas en clase, había llenado libretas con lo que Olivia le había ense?ado, había subrayado pasajes de bell hooks y Angela Davis, y analizado a Foucault.

Pero realmente la cosa había empezado cuando había ido una tarde a su despacho para hablar de un artículo sobre el que estaba escribiendo.

—Trata sobre la liminaridad de la identidad criolla —le había dicho hablando rápidamente mientras se sentaba frente al escritorio de Olivia sin querer quitarle demasiado tiempo a su profesora—。 Sobre cómo existimos en un área gris. Y me preguntaba si acaso hay espacio para la intersección, si podría hablar sobre pasar por blanca y por hetero. O si tal vez sería mejor centrarme solo en la raza, no lo sé.

Emilie había rebuscado la libreta y el boli en su mochila. Había abierto directamente la libreta, había colocado el boli y se había inclinado para ver qué pensaba Olivia.

—Así que ?sales con mujeres? —había preguntado Olivia.

—Sí.

—Claro —había respondido la profesora con un nuevo matiz de interés en su voz—。 Claro que puedes escribir sobre ello.

Esperaron a que terminara el semestre.

Siempre era Emilie la que iba a casa de Olivia, porque por aquel entonces Emilie compartía un peque?o apartamento de dos habitaciones con una compa?era y Olivia tenía su propia mitad de un dúplex. Le abría la puerta con pantalones de yoga y la radio pública sonando débilmente de fondo. Tenían sexo o cenaban, y luego se quedaban hasta tarde haciendo maratones de series y analizándolas. Esa era la parte más fascinante del ámbito académico, ya que incluso la telebasura podía tener un gran significado si se la miraba a través de la lente adecuada.

Emilie no creía que el modo en el que se habían conocido fuera un problema (Olivia solo era cinco a?os mayor), pero a la profesora le preocupaba perder su trabajo.

—Yo también estoy molesta. No sé qué estás haciendo —le había dicho cuando rompió con ella—。 No deberías seguir aquí.

Emilie sabía que era su culpa. ?Qué estaba haciendo todavía en la universidad?

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