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Yerba Buena(31)

Author:Nina Lacour

Una ma?ana tranquila.

Café negro, huevos y tostadas.

Se sentaron uno al lado del otro en la mesa de la cocina, con vistas al ca?ón. Por la tarde dieron un largo paseo, serpenteando por senderos más seguros sin mencionar la posibilidad de retornar al sitio que él había querido ense?arle. Volvieron a la caba?a para comer unos bocadillos y se hizo la hora de marcharse.

Recoger fue fácil. Jacob borró cualquier rastro que pudiera quedar de ellos. Cuando abrió un armario y sacó una bolsa de basura de plástico, ella se dio cuenta: era su casa. Una caba?a de vacaciones, apenas bastante grande como para albergar a su familia de cuatro miembros, y mucho más adecuada para dos. Se preguntó si él y su esposa dejarían ir a sus hijos para que pasaran fines de semana románticos. Se preguntó si todavía se acostarían o si para eso ya estaba ella. O tal vez follaran a todas horas y Emilie estuviera por otro motivo.

él le dijo que conocía un buen sitio para tomar un café antes de continuar. Paró justo delante y se desabrocharon los cinturones. Ella vio que era un espacio luminoso y acogedor.

—Ahora vuelvo —le dijo Jacob.

—Te acompa?o.

—Será mejor que vaya solo.

—Ah.

él se quedó mirándola.

—Podemos pasar de largo.

—No. Me apetece un café.

Lo observó mientras entraba en el establecimiento y luego sacó el móvil. Ahí sí tenía cobertura, no como en el ca?ón. Tecleó la dirección de la caba?a. Vendida hacía seis meses a Jacob Lowell y Lia Michaels por poco más de un millón de dólares. Lo vio hablando con el camarero. él volvió hacia una mesa que había junto al mostrador para agarrar tapas para los vasos, y ella pudo ver que estaba sonriendo.

Nadie sabría dónde encontrarnos. Nadie tiene idea de dónde estamos.

Qué tonta había sido al decirlo. Era la casa de Jacob. Si hubiera pasado algo, su mujer habría sabido exactamente adónde mirar. Probablemente habían dado juntos el mismo paseo con sus hijos. Solo habían visto la belleza del ca?ón y no sus horrores.

Solo a Emilie nadie habría sabido dónde encontrarla.

Solo era Emilie la que no estaba en su lugar.

Se le derramó café por la mu?eca durante el accidentado trayecto hasta la autopista y lo dejó, aunque le doliera. Era como si tratar de detenerlo fuera inútil, como si tuviera que tolerarlo hasta que se hubiera derramado lo suficiente y se hubiera enfriado bastante como para bebérselo. él iba hablando, pero Emilie no podía oírlo. Al cabo de un rato, Jacob subió el volumen de la música.

Avanzaban rápido por la autopista. él le apoyó la mano en el muslo durante unos kilómetros, pero finalmente la retiró. Terminó la última canción y se hizo el silencio.

Emilie murmuró:

—Me pregunto qué excusa le daré a mi profesor ma?ana por la ma?ana cuando no tenga lista la redacción de mitad de semestre que debía entregarle.

Miró al frente fingiendo no darse cuenta de que él la observaba.

—?Yo sabía algo de esa redacción? —preguntó.

Emilie se encogió de hombros.

—Lo he comentado varias veces, puede que no estuvieras prestando atención.

—No —replicó él—。 Ya sé, es del libro que estabas leyendo en el desayuno, Claroscuro.

La sorprendió, pero no quería darle crédito por haberse acordado. La carretera se volvió árida ante ellos, todo era gris.

—Tal vez debería decirle a mi profesor que el hombre con el que tengo una aventura desde hace meses me ha invitado a ir a algún sitio con él por primera vez.

—Podrías habérmelo recordado. Podrías haberla escrito en la caba?a.

—Ajá. —Intentó imaginárselo, ella tecleando en el portátil mientras él cocinaba. Tratando de encontrarles sentido a sus notas sentada frente al fuego. Sin vestirse para la cena, sin desvestirse después de ella—。 No lo veo.

Jacob suspiró. Estaba exasperado con ella. Podía oírlo en su voz. Por primera vez en varios meses, recordó cómo Olivia se había cansado de los simples hechos de la vida de Emilie. De que tuviera una compa?era de piso o de que todavía estuviera estudiando. él volvió a suspirar.

—?Qué? —preguntó Emilie.

—?Qué estás haciendo?

—No lo sé.

Había sido muy dura con Olivia al final. Emilie se preguntó si sería más fácil esta vez.

Condujeron en silencio durante el resto del trayecto. Salieron de la autopista y la aridez dio paso a la eléctrica puesta de sol de Los ángeles. Iban con las ventanillas cerradas y ella pensó en cómo el aire que respiraba había llenado los pulmones de Jacob unos momentos antes.

—Creo que tendríamos que decirlo.

—?Decir qué?

—Seamos sinceros con lo que estamos haciendo. Ahora te vas a casa con tu mujer. Lia. Y con tus dos hijos cuyos nombres desconozco, pero que tienen seis y nueve a?os.

él apagó el motor y de repente todo quedó en silencio. La calle donde vivía Emilie estaba más silenciosa que nunca.

—Siete —murmuró—。 James acaba de cumplir siete.

—?Cómo se llama el mayor?

Jacob se aclaró la garganta. Ella se fijó en su mano; él estaba frotando un punto del volante con el pulgar. Lo miró a la cara.

—Liam —respondió él.

—Es un nombre muy bonito —a?adió sintiendo que se ablandaba—。 Los dos los son.

—Ha sido una mala idea. Marcharnos. He cometido un error.

—Sí, creo que lo ha sido. Creo que tendrías que irte ya a casa. Con James y con Liam. Y ense?arles a no tomar decisiones horribles nunca. A no esconderse nunca.

El cielo mostraba un tono rosa, lleno de contaminación, y Emilie necesitaba salir del coche.

—Deja que te acompa?e.

Emilie abrió la puerta del coche; él hizo lo mismo y la siguió hasta su estudio. Jacob dejó la mochila de Emilie en el suelo, ella puso sus llaves sobre la mesa y se quedaron de pie, cara a cara.

—Me siento como si esto hubiera acabado —empezó él—。 Y no sé qué ha ocurrido. —Se pasó la mano por la cara y Emilie vio que estaba llorando.

Ella ni siquiera había querido esto con él, recordó. No al principio. Era feliz sentándose en la larga mesa, trabajando juntos con un café de por medio. No, no era feliz. Estaba eufórica. No había necesitado nada más que eso.

La mesa de Jacob y de Emilie.

Durante todo ese tiempo, solo había querido sentirse especial. Pero al ver cómo era la vida de Jacob (su restaurante, su bungalow y su familia, su coche, su casa de vacaciones y la cafetería en la que seguramente paraba siempre que visitaba el ca?ón), se dio cuenta de cuán peque?a se había vuelto su propia vida. Tenía muy poco cuando habían empezado. Y ahora, en cierto modo, tenía todavía menos.

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