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Yerba Buena(34)

Author:Nina Lacour

La decisión de Emilie de no decir nada el a?o anterior después de su encuentro en el puesto de bocadillos había funcionado, en cierto modo. Colette se había limpiado sola o en secreto, o no estaba limpia pero se las apa?aba para ocultarlo. Emilie no lo sabía, no quería preguntar.

—Me encanta cuando puedo ignorar los problemas y simplemente desaparecen —había bromeado una vez con Alice mientras paseaban junto al océano.

Pero ahora solo sentía incertidumbre al abrir la puerta. Colette parecía nerviosa, pero eso podía deberse a varias razones. La muerte de su abuelo había sido repentina, no un proceso prolongado como ese. No hubo conversaciones en el lecho de muerte como la que estaban a punto de mantener.

Las hermanas se abrazaron.

—Ha pasado mucho tiempo —murmuró Colette.

—Sí —coincidió Emilie—。 ?Dónde has estado?

Colette se encogió de hombros.

—Trabajando casi siempre.

Se apartó el pelo por encima del hombro y ese simple gesto fue tan elegante que Emilie deseó haberse pintado los labios y haberse puesto algo más bonito que el uniforme de leggins y camiseta de todos los días, solo para sentirse un poco más segura de sí misma en presencia de su hermana.

—Me parece muy bonito que estés haciendo esto por la abuela —comentó Colette—。 Es decir, no es bonito. En realidad es…

Emilie asintió.

—Entiendo lo que quieres decir —la cortó, y por un momento pudo verse a sí misma como lo hacía Colette: competente, buena y generosa. Se abrazaron y Emilie sintió que se le podría romper el corazón. Se soltaron—。 Está en su habitación —a?adió Emilie—。 Quiere hablar con las dos. No estoy segura de sobre qué.

Ese día Claire se sentía fuerte, lo que significaba que estaba sentada sobre la cama, apoyada contra varias almohadas. Colette corrió para darle un beso en la mejilla, y Emilie intentó ver a su abuela a través de los ojos de su hermana. Claire era frágil, tenía la piel suave y fina. Colette se sentó en el borde de la cama y le tomó la mano suavemente.

—?Está bien así? —preguntó—。 No quiero hacerte da?o.

—Está bien —respondió Claire—。 No me duele. —Suspiró y una lágrima se deslizó por su rostro. Cuando Colette quiso limpiársela, Claire negó con la cabeza.

—Chicas —empezó—, escuchad. Quiero dejároslo todo a vosotras. Todo lo que tengo. Vuestro padre no lo necesita. Ojalá pudiera partirlo mitad y mitad, pero Colette… sabes que no puedo. —Colette permaneció en silencio—。 Es porque quiero que vivas, no porque no te quiera o no espere que seas feliz —a?adió—。 No es que crea que no lo mereces.

Colette intentó decir algo, pero se detuvo. Asintió. Emilie no sabía lo que estaba sintiendo su hermana en ese momento. Decepción, arrepentimiento, vergüenza o ira. Podría haber sido cualquiera de esos sentimientos. Su hermana era un misterio.

—Emilie, prométeme que ayudarás a Colette. Encontrarás modos de ponérselo más fácil. Paga el depósito cuando encuentre un nuevo apartamento. Ayúdala con la matrícula si quiere estudiar.

—Lo prometo —aseguró Emilie, aunque le produjo náuseas pensar en Colette teniendo que dejarle a ella esas cosas. Puede que después de todo no fuera tan buena y generosa. Puede que no se mereciera esos agradecimientos.

Se disculpó para ir al ba?o y no volvió. En lugar de eso, se quedó de pie en la cocina clasificando pastillas. Tras unos minutos, Colette salió del dormitorio.

—Está cansada —informó—。 La he ayudado a tumbarse.

—Gracias —contestó Emilie.

—De nada. Me voy a marchar.

—Vale. —Emilie cerró las tapas del pastillero, una para cada día de la semana—。 No lo sabía —a?adió cuando terminó.

Colette vio que miraba hacia el cielo.

—No pasa nada —le dijo—。 Es decir, no tiene motivos para confiar en mí.

—Colette…

—Lo digo en serio. Está bien.

Aquella noche, Emilie se quedó en la casa principal hasta las primeras horas de la ma?ana. Se sentó en la mesa del comedor y bebió agua de un vaso. El corazón le latía rápido y con fuerza; por muchas respiraciones que hiciera, no lograba calmarse.

No podía seguir así, sus días con Claire tan tensos y tranquilos, llenos de reglas y órdenes de los enfermeros. Emilie había caminado de puntillas alrededor de la muerte como si fuera un secreto. Obligándola a tomarse las medicinas como si Claire pudiera mejorar. Todos sabían que se estaba muriendo, por eso estaba Emilie allí. Claire había sido sincera con Emilie y con Colette, así que ella también lo sería.

A la ma?ana siguiente, Emilie le llevó un vaso de agua, una tostada y las pastillas a Claire en su bandeja para el desayuno. Cuando Claire solo se tomó las pastillas que ayudaban a mitigar el dolor, Emilie asintió y apartó las otras. Volvió de la cocina y se sentó al borde de la cama de su abuela.

—He estado haciendo esto mal —le confesó—。 Lo siento. ?Qué puedo hacer por ti? ?Qué puedo darte?

—Dios te bendiga —murmuró Claire con su acento de Nueva Orleans mientras cerraba los ojos oscuros con alivio—。 Léeme cartas —le pidió—。 Mantenme despejada. No hagas nada para alargar esto. Si es el final, no finjamos que no lo es.

Emilie presionó la mejilla contra la mano de su abuela.

—Vale —le dijo.

Claire le indicó que había una llave en su joyero que abría un baúl blanco a los pies de la cama. Emilie abrió la tapa. Había tantas cartas, tantas fotografías…

—?Por qué las tienes encerradas?

—No estoy segura. Demasiado dolorosas, tal vez. Son de otra época.

—?Por dónde empiezo?

—Por cualquier parte —contestó Claire. Descansó la cabeza sobre la almohada y Emilie tomó un montón de cartas y sacó la primera del sobre.

La elegante caligrafía de su abuelo… hacía tanto tiempo que no la veía.

—Esta es del 29 de noviembre de 1942 —dijo sentándose completamente en la cama, y no al borde como solía hacerlo—。 ?A mi dulce esposa: Como de costumbre, este domingo me toca trabajar. Ahora estoy bastante cansado, pero te escribo, o empiezo a escribir, antes de entrar en escena?. —Emilie hizo una pausa—。 ?Dónde estaba?

—En Europa. En la guerra.

Emilie recordaba las historias de su abuelo. La playa de Normandía el día después de la masacre. él y los otros miembros de una tropa formada solo por negros fueron enviados a buscar los cadáveres para identificarlos. Había perdido la mayoría de sus recuerdos antes de morir, pero ese se le había quedado grabado. Relataba esa historia una y otra vez. El horror permanecía.

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