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Yerba Buena(32)

Author:Nina Lacour

Se cruzó de brazos y sollozó hasta que, finalmente (después de abrazarla y soltarla, después de decir que no tenía por qué ser el final, después de preguntarle si podía llamar a alguien por ella, después de mirar el reloj una y otra vez y decir que tenía que marcharse), ella asintió y él la dejó.

Había creído que su vida estaba a punto de cambiar, pero no fue así. Pensaba que era una persona completa, pero se había equivocado. La incompletud persistió y se expandió por ella hasta que apenas pudo abrir los ojos. Incluso arreglar flores a cambio de dinero le había costado demasiado, aunque Meredith le dejara cambiar el Yerba Buena por un bistró en Echo Park. La fuerza necesaria para arrancar los tallos. La energía para sonreír y saludar. La extra?a tristeza que le producía admirar una belleza que había dejado de conmoverla. El calor de otro verano, implacable día tras día.

Quería cambiar de opinión, cambiar su especialidad de Literatura por otra cosa, pero hacerlo habría sido caer en su propia trampa, la que seguía tendiéndose. No podía volver a torcer el rumbo, hasta ella lo sabía.

Programó una reunión con un consejero académico para que la asesorara.

—Nunca había visto un expediente como este —comentó mientras contemplaba asombrado la pantalla del ordenador—。 Te faltan exactamente tres créditos para obtener un grado en Estudios de la Mujer, Estudios étnicos, Dise?o y Literatura. Botánica es otro tema, todavía te quedarían unas cuantas clases de Ciencias para obtenerlo. ?Sabes de qué quieres que sea tu grado? —Emilie se encogió de hombros—。 Vale. ?Quieres que miremos el programa de cursos de oto?o para que elijas la clase que más te guste?

—Claro.

Le dio muchas opciones, pero todas sonaban horriblemente aburridas o terriblemente difíciles. Le leía las descripciones y le preguntaba sus preferencias horarias, como si pensara que tenía una vida alrededor de la cual organizarse.

—?Qué tal Literatura Americana o algo así? —dijo ella finalmente. De ese modo, solo tendría que leer y escribir unas cuantas redacciones.

—?Literatura Americana? Claro. —El consejero abrió una ventana nueva en el ordenador y se desplazó hacia abajo—。 ?Martes y jueves a las tres?

—Genial —aceptó ella.

Así que leería a Frank O’Hara.

A Zora Neale Hurston.

A Sylvia Plath.

Releería obras de Tennessee Williams y ensayos de James Baldwin. Leería El Gran Gatsby por sexta vez (aquel ejemplar tan querido con el lomo verde descolorido), y entre clases y páginas se metería en la cama y dormiría.

Se negó a participar en la ceremonia de graduación, pero aceptó dejar que su madre le enmarcara el título. Se sorprendió por cómo se sintió realizada al desenrollarlo. Se había terminado. Dejó la floristería. Y entonces no le quedó nada para hacer.

Bas la llamó una noche para contarle noticias de los médicos de Claire. Esta vez la enfermedad era demasiado agresiva, no había nada que hacer. Claire quería irse a casa (quedarse en casa hasta el final), así que llamaba para ver si Emilie podía ayudar.

—Tendrías que mudarte, pero el personal de cuidados paliativos vendrá cada día para ocuparse de ella —le explicó—。 Podemos pagarte las facturas, ya que no podrías tener otro trabajo. Yo también podría pagarte el alquiler del estudio. Podrías quedarte en el apartamento del garaje, para tener algo de privacidad.

—Ya no necesito el estudio —respondió con el móvil en la oreja. Miró alrededor, a su triste casa. Se había convertido en un recordatorio de todos sus fracasos. ?Cómo podía haberle parecido tan especial aquella noche con Jacob, Alice y Pablo?

—Siempre podemos contratar a un cuidador. No queremos que hagas nada que no quieras.

Pero quería hacerlo. Sin preguntas. Anhelaba un propósito y ahí lo tenía.

Se mudó un sábado. Pablo la ayudó a bajar los pocos muebles que tenía hasta la calle, donde lo dejaron todo excepto el sillón verde y su librería. Gratis para una buena casa, escribió Pablo en el dorso de una de las redacciones de Emilie. La pegó a un lado de la mesita de noche.

—?Y si la persona que quiere todas estas cosas vive en una mala casa? —le preguntó Emilie.

—Supongo que entonces no tendrán suerte —respondió él.

—Puede que los muebles estén malditos. ?Y si tienen una buena casa, pero después de que los recogen todo empieza a irles mal?

—Em… —empezó poniéndole una mano en el hombro.

—Solo era una broma.

Miró el motel al otro lado de la calle. La se?al de Libre seguía allí, como siempre.

—Adiós, puto motel —murmuró—。 Hasta nunca. —Se volvió y levantó la vista hacia su ventana—。 Solo quedan un par de cajas, ?te importa ir a por ellas?

Pablo negó con la cabeza.

—Ni hablar. Necesitas un cierre emocional.

Así que subieron las escaleras juntos. Pablo apiló las dos cajas y las levantó.

—Te dejo aquí —le dijo—。 Tómate tu tiempo. Despídete bien.

Con todo despejado, el estudio no tenía tan mal aspecto. Casi podía recordar la primera vez que lo había visto, cuando su vacío estaba lleno de promesas y tenía pensado pintar las paredes de un color vivo. Recordó (de repente) que le había dicho al propietario que mantendría las paredes como estaban, cubiertas con su capa de imprimación. Alice acababa de volver de Marruecos y Emilie había estado viendo fotos de los hoteles, tiendas y casas, y se había maravillado con los colores.

Podría haber pintado las paredes de rosa chillón. Podría haber llenado el lugar con plantas desordenadas y haberse preparado ensaladas todas las tardes con verduras de colores brillantes y fuertes aderezos. Podría haber arreglado su tocadiscos y haberlo puesto al máximo volumen. Podría haber cortado la pintura que había alrededor de las ventanas y haber organizado ruidosas cenas, o haber subido a la escalera de incendios para tomar el sol. Podría haber sido el tipo de persona a la que no le importa que la observaran a través de una ventana por la noche. Podría haber vivido ese tipo de vida.

?En qué se había equivocado?

Ahora se le había acabado el tiempo y sabía que tenía que despedirse de un modo significativo. Sabía que Pablo estaba pensando en Jacob cuando había dicho lo del ?cierre emocional?. Solo se permitía sentir mucho dolor cuando se trataba de alguien que nunca había sido realmente suyo. Sus amigos se lo habían dicho una vez, justo ahí, cuando aparecieron sin previo aviso con una especie de cruel y amorosa intervención.

?Te echamos de menos?, había dicho Alice.

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