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Yerba Buena(49)

Author:Nina Lacour

—Tienes que elegir detalles que vayan a gustarle a todo el mundo —le aconsejó más tarde por teléfono—。 Si es algo demasiado osado, el comprador no sentirá que es suyo.

—Lo entiendo —repuso Emilie—, pero la casa me dijo que los quería verdes.

—Haz lo que quieras. Llámame cuando hayas terminado.

Se sentía mal por decepcionar a Ulan, pero también supo que tenía razón cuando él volvió después de que estuvieran colocados, se paró, dio un paso atrás para evaluarlos y asintió con aprobación.

Y luego, una noche, mientras cenaba con Alice, Pablo y Randy en un restaurante que había elegido Alice, Randy empezó a impartir una charla sobre tendencias inmobiliarias y Emilie se reclinó en su silla, para tratar de asimilar lo que decía. Unas pesadas cortinas de terciopelo cubrían tramos de pared para darle al lugar una sensación de intimidad. Le gustaban los colores, rojo y verde profundos. La mayoría de los demás comensales eran jóvenes, como ellos. El ambiente era más relajado que en otros restaurantes de Los ángeles y había más visibilidad LGBTI. Vio una mesa de mujeres en un rincón y se dio cuenta de que dos de ellas estaban tomadas de la mano. Luego vio que una de las otras mujeres la estaba observando. Desvió la mirada (no quería que la pillaran observando) hasta que poco a poco le llegó la comprensión, volvió a mirar y se encontró con que Sara levantaba la mano a modo de saludo.

—Ahora vuelvo —dijo Emilie a sus amigos. Se levantó de la mesa buscando el ba?o. Entró. Le temblaba todo el cuerpo. Se miró en el espejo, tenía la cara enrojecida y acalorada. Pero sus ojos de color avellana eran claros, su pintalabios, uniforme, y el pelo se le veía bonito cayéndole en ondas sobre los hombros. Estaba tan preparada como podía estarlo.

Abrió la puerta.

Ahí estaba Sara, esperando.

—Hola —le dijo.

—Hola —respondió Emilie.

La tensión entre ellas era más fuerte que nunca.

—Mis amigas se van ya —empezó Sara—, pero me preguntaba si podría esperarte, si estás libre después de esto. Si es lo que quieres. Supongo que estás con la mujer que está a tu lado en la mesa. No quiero excederme. Solo quiero… me gustaría darte una explicación. Una disculpa. Me gustaría hablar contigo si quieres.

—Sí —contestó Emilie—。 La verdad es que me gustaría.

—Vale —murmuró Sara—。 Bien. —Se pasó la mano por el pelo. A Emilie le pareció un gesto de alivio—。 Te esperaré en la barra. No hay prisas.

Fue a darse la vuelta, pero Emilie agregó:

—La de la mesa es mi mejor amiga, Alice. —Sara sonrió—。 Eso no significa que vaya a irme contigo a casa.

—Lo sé —admitió Sara—。 Yo tampoco me iría a mi casa conmigo misma.

Era tarde cuando acabaron de cenar, pero Emilie conocía un bar a un par de manzanas en el que ella y Sara podrían tomarse una copa antes de que cerrara.

Habían pasado meses desde la noche que habían pasado juntas, pero salir del restaurante y caminar un par de manzanas con Sara hizo que todo volviera a ella. El anhelo, las prisas, la confusión. Emilie respiró profundamente intentando aclarar la mente.

—?Te parece bien este sitio? —preguntó cuando llegaron al bar.

—Sí —respondió Sara—。 Me parece genial.

Encontraron una mesa en un rincón y se sentaron una frente a otra. Emilie mantuvo las manos sobre su regazo. Entrelazó los dedos.

Sara pidió por las dos en la barra y volvió con dos copas. Emilie tomó dos sorbos sin siquiera saborearla. Y Sara giró la copa sobre la mesa durante tanto rato que Emilie se preguntó si pensaba bebérsela en algún momento.

—No sabría decirte cuántas veces he pensado en esto —dijo Sara—。 Me he imaginado disculpándome de muchos modos diferentes.

—?Alguna vez has intentado encontrarme?

Sara levantó la mirada de la copa, sorprendida.

—No sabía cómo dar contigo. Le pregunté a Megan, pero no tenía tu número. Pensé que volverías. Te busqué todas las noches.

—Ya no voy allí —replicó Emilie—。 Solo fui aquella vez.

—Al final lo dejé.

—Lo sé, llamé buscándote hace meses.

—?De verdad?

Emilie asintió.

—Se me hizo demasiado pesado. Todas las noches, esperando a que volvieras. —Finalmente, Sara tomó un sorbo, dejó la copa y levantó la mirada. Emilie vio la franqueza en su rostro. Vio que estaba diciendo la verdad—。 Puedo explicarlo —a?adió Sara.

Pero Emilie no quería una explicación, no en ese momento. Había acabado con el pasado, no quería quedarse allí. Quería avanzar hacia delante.

—Dime algo que quieras —pidió Emilie.

—?Además de otra oportunidad contigo?

—Sí —respondió con el corazón acelerado—。 Además de eso.

—Vale.

Se reclinó en la silla, removió su bebida y tomó otro sorbo.

—Hay una tienda vacía en Hollywood Boulevard, a solo unas manzanas del Yerba Buena. Paso por allí todo el tiempo. Es peque?a, clásica y tiene ese sentimiento del viejo Hollywood. Tiene un maravilloso suelo de madera. —Apoyó la copa—。 Así —indicó juntando las yemas de los dedos para que formaran una punta.

—?En espiguilla?

—?Sí! Y un candelabro de techo ridículo, algo que esperarías ver en el Chateau Marmont. Lleva a?os vacía. Quiero convertirla en un bar.

Emilie sonrió, conmovida por el brillo del rostro de Sara y por la energía de sus movimientos al describir el espacio.

—Suena perfecto —dijo—。 ?Has llamado al propietario?

—No hay ningún cartel. Solo es una fantasía, ni siquiera se lo había dicho a nadie hasta ahora. ?Y qué hay de ti?

Emilie todavía no estaba preparada para hablar de sí misma, pero Sara se había inclinado hacia delante dispuesta a escuchar lo que tuviera que decir, así que Emilie dijo en voz alta lo primero que se le pasó por la cabeza.

—Ahora mismo estoy reformando una casa. Una casa enorme y extravagante. Al principio el plan era revenderla, pero creo que quiero quedármela.

—?Dónde está?

—Aquí en Long Beach, justo en Ocean Avenue.

Sara inclinó la cabeza.

—Es… ?una de las mansiones? ?En la avenida principal?

—Sí.

—?Y la has comprado tú sola?

—Con un préstamo del contratista. Estaba en muy mal estado.

—?Eres contratista?

Emilie rio.

—Reformé la casa de mi abuela cuando murió. De hecho, empecé con el proyecto justo después de aquella noche contigo. Y luego compré esta casa con el dinero que gané de esa venta anterior. Quiero seguir haciéndolo, devolviéndoles la vida a casas viejas. Pero despedirse de todas las decisiones y de todo el trabajo…

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