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Yerba Buena(50)

Author:Nina Lacour

—?De cuánto exactamente te encargas tú?

—De mucho. ?Ves? —Emilie le mostró a Sara las palmas de sus manos, y Sara las sujetó. Se preguntó si Sara recordaría sus manos tan suaves y dulces como eran antes. Todavía tenía la manicura hecha y las u?as limpias y cortas, pero ahora su piel era más fuerte y áspera.

—?Y todo empezó después de aquella noche? —quiso saber Sara. Emilie asintió—。 Ha ido muy rápido.

—Lo sé.

El camarero anunció que era hora de cerrar, pero antes de levantarse Emilie alargó la mano y le tocó el brazo a Sara.

—Siempre he querido saber qué significan tus tatuajes. Desde la primera vez que te vi. —Así que Sara se lo mostró—。 ?Sara, Mamá, Spencer? —leyó Emilie pasando el dedo por debajo de los nombres. Notó su importancia, lo comprendió al tocarlos—。 ?Spencer es tu hermano?

Sara asintió.

—Ahora vive contigo, ?no? —recordó la cama doble y el escritorio, pero vio que Sara vacilaba antes de responder.

—Lo arrestaron la noche que estuvimos juntas —explicó.

—Ah —comprendió Emilie. La mención de aquella noche la tomó por sorpresa. Pensó que la pasarían por alto, que la olvidarían.

—Te habría llevado al hospital, y me habría quedado contigo y te habría acompa?ado a casa al terminar —aclaró Sara—。 Era más que un corte, claro que lo era.

Emilie sintió que se le hinchaba el pecho. Había estado en lo cierto. El modo en el que habían flirteado en el bar, la forma en la que habían caminado hasta el apartamento de Sara tomadas de la mano, la manera en la que se habían hecho gemir y jadear en la cama… todo había sido real. Lo que pasó después fue horrible, pero había sido un error.

—?Acabó todo bien con Spencer? —preguntó.

—Lleva un tiempo cumpliendo condena.

Emilie deseó que Sara la mirara, pero seguía con sus ojos fijos en el suelo.

—Lamento oír eso —dijo Emilie.

—Le quedan seis semanas. Así que, al menos, no es mucho.

Emilie asintió. Sara se puso de pie, era hora de irse.

Fuera, en la oscuridad de la calle, Sara le preguntó:

—?Qué piensas? ?Quieres mi número?

Y Emilie respondió:

—Sí. —Le entregó su móvil a Sara, la observó guardándolo. Pero la promesa de una llamada, de otra noche como esa, no era suficiente. ?A quién le importaba el decoro o ir despacio? A Emilie no, no esa noche. Dio un paso adelante, le puso la mano en la nuca y la acercó suavemente a ella.

Sintió la boca de Sara, cálida y suave contra la suya. No quería que terminara ese beso.

—Ven conmigo a casa —le pidió.

El sol salió a la ma?ana siguiente y se coló por las ventanas de la habitación de Emilie; llevaba un rato despierta, había apartado el edredón y la brisa que entraba por las puertas del balcón le acariciaba la piel cuando Sara se movió. Emilie la observó mientras se pasaba el brazo por los ojos para protegerlos.

—Me están haciendo las cortinas —comentó Emilie—。 Este color ocre profundo es increíble, pero supongo que ahora no nos ayuda mucho.

Sara sonrió y Emilie la miró atentamente. Su piel suave, sus hombros desnudos. Sus dientes inferiores ligeramente torcidos.

—Buenos días —dijo Emilie.

Sara movió el brazo y entrecerró los ojos.

—Buenas —contestó.

Tenía una pesta?a en el pómulo y Emilie se resistió a tomarla entre sus dedos.

—Si puedes quedarte, te preparo café.

—Sí —respondió Sara—, puedo quedarme.

En el piso de abajo, Emilie sacó tres tazas del armario. Molió los granos y calentó el agua. En ese momento se encontró a Colette ante la mesa.

—Has traído a alguien a casa —comentó Colette sin apartar la mirada de la pantalla.

—Se llama Sara.

—Por lo que pude oír anoche, Sara es muy buena en la cama.

Emilie miró al techo.

—Hum… —reflexionó—。 Así que el sonido viaja a través de las rejillas de ventilación.

Colette rio.

Emilie terminó de preparar el café y le llevó su taza a Colette.

—Me vuelvo arriba.

—Diviértete —dijo Colette—。 Pídele a Sara que nos ayude después con la casa.

—Lo intentaré.

Emilie subió por la escalera de caracol hasta su dormitorio con una bandeja. Se encontró a Sara vestida, en el balcón, mirando hacia el exterior.

—Este lugar… —murmuró.

—Lo sé.

—?Me lo ense?as todo?

Emilie asintió. Echaron la nata en sus tazas y Emilie la condujo por toda la casa. La altura de los techos, las molduras ornamentadas, las alcobas curvas. Los medallones del techo y los pomos de las puertas de latón. Los patrones con incrustaciones de los suelos de madera. La mayoría de la gente quedaba impresionada, pero pocos querían que les mostraran cada detalle. Sara sí quería, seguía pidiendo más. Terminaron el café y se rellenaron las tazas. Emilie la presentó rápidamente y se sintió aliviada por el saludo informal de Colette.

—?Te ha dicho Emilie lo que vamos a hacer hoy?

—No —respondió Sara.

—Vamos a arrancar el papel de pared del vestíbulo —le informó Colette—。 ?Te apetece ayudarnos?

—Claro —aceptó Sara—。 Será un placer.

Pronto estuvieron comiendo huevos juntas en la cocina, y luego Sara buscó en el armario de Emilie ropa de trabajo que le pudiera servir.

Emilie preparó rodillos de pintar, raspadores y lonas. En la cocina, dejó correr el agua hasta que salió caliente y llenó un cubo hasta la mitad en el fregadero. Agregó medio litro de vinagre. El nuevo álbum de Lorde que habían estado escuchando con Colette empezó a sonar en la parte delantera de la casa. Oyó las voces de su hermana y de Sara, pero no podía entender sus palabras. Se sonrojó al ver a Sara con su ropa.

Les llevó horas. Hicieron peque?os cortes en el papel con un cúter, humedecieron las paredes sección a sección, raspando y vitoreando cuando caían trozos grandes. En algunas áreas más rebeldes tuvieron que repetir el proceso. Más agua y más raspado. Emilie se preocupó al principio por que Sara se sintiera atrapada allí, pero vio su expresión de concentración mientras se centraba en una sección junto a la puerta. El modo en el que se mordía el labio y entrecerraba los ojos, el cuidado con el que trabajaba el lado del papel atascado hasta que se soltaba.

Compraron burritos del Super Mex para almorzar y se los comieron en los escalones del gran porche delantero. Volvieron al trabajo hasta que, a última hora de la tarde, las paredes del vestíbulo quedaron desnudas.

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