—?Y ahora qué toca? —preguntó Sara.
—Ma?ana prepararé las paredes y me aseguraré de que queden lisas. Y luego colocaré el nuevo papel.
—?Cómo es?
—Te lo ense?aré.
Colette se despidió (había quedado con una amiga) y Emilie llevó a Sara a la sala de estar, donde había cajas con artefactos de iluminación, rollos de tela de tapicería y bandejas de herramientas alineadas por todo el perímetro.
—Es un poco atrevido —le advirtió Emilie, y desenrolló el papel sobre el suelo desnudo. Palmeras y flores. Pájaros tropicales en vuelo. Verdes, azules, rojos y amarillos intensos.
—Es precioso —alabó Sara.
—Quiero que la gente entre y sepa enseguida que está en un lugar extraordinario.
Notó la mirada de Sara sobre ella mientras enrollaba el papel y lo volvía a guardar en la caja. Sentía su mirada como una luz cálida que quería que durara. El día estaba acabando, ?qué pasaría entonces con ellas? Quería que Sara se quedara y se quedara.
—?Te apetece tomar una copa?
Sara inclinó la cabeza para mostrar sorpresa.
—Por supuesto.
—Un poco atrevido, lo sé.
La noche era cálida, así que después de quitarse la ropa de trabajo y de lavarse, Emilie y Sara se encontraron en el jardín.
—Soy demasiado tímida para prepararla delante de ti.
Emilie había quitado el arce moribundo en cuanto había cerrado la compra de la casa, pero la palmera seguía allí, en el centro del jardín. Crecían moras en un arbusto que daba a las ventanas del comedor, y ahí fue donde Emilie se encontró a Sara cuando salió. Había juntado unas moras, y le ofreció una a Emilie.
—Están buenas, ?verdad? —comentó Emilie—。 La decisión obvia sería deshacerse de estos arbustos antes de vender la casa, pero no logro convencerme. —Le tendió una copa a Sara—。 Gin-tonic, con extra de limón. La única bebida que sé preparar.
Brindaron y se sentaron en un banco a la sombra.
Sara tomó un sorbo.
—Está muy bueno —comentó.
—Está decente.
—Es la bebida perfecta para este momento.
—Vale, eso te lo compro. —Tomó su primer sorbo—。 ?Y ahora dónde trabajas?
—He estado asesorando, dise?ando cartas de cócteles para un par de sitios. Ofreciendo formaciones.
—?Esperando para comprar tu propio bar?
—Tal vez —admitió juntando su rodilla con la de Emilie—。 Pero háblame más de esto. De cómo terminaste aquí, encargándote de todo.
—Ya te conté la versión corta.
—Pues cuéntame la larga.
—Se remonta a varias generaciones.
—Mucho mejor entonces.
—Todos los hombres de la familia de mi padre eran constructores. Mi abuelo y sus dos hermanos. También los hermanos de mi abuela. Todos se marcharon de Nueva Orleans para venir a Los ángeles después de la guerra. Se siguieron unos a otros con esos coches viejos por todo el camino. Tenían que parar cuando uno se averiaba. Los reparaban ellos mismos al lado de la carretera.
Sara se recostó, dispuesta a oír el resto. A Emilie le gustó cómo se sentía que la escucharan. Le gustaba el sonido de su propia voz narrando la historia. Todo eso era nuevo para ella. Esa confianza, esa franqueza. Le contó más a Sara.
—Querían construir casas juntos, con sus propias manos —explicó—。 Al menos es como me gusta pensar en ello. En realidad, tengo unas fotos maravillosas… ?quieres verlas?
—Sí —contestó Sara.
Emilie volvió con la caja llena de cartas, fotografías y recortes de periódico que había salvado de las pertenencias de Claire.
—Mira, una carta de amor que escribió mi abuelo. ?Te besé. Estaba enamorado de ti, pero también era un idiota?.
—Oh —murmuró Sara.
—Me encanta. Eran increíblemente jóvenes. ?Mira su caligrafía! Y aquí están las fotos.
Emilie se las entregó a Sara; todas las casas aparecían en orden cronológico. Casas modestas, sin pretensiones. Una a la que se habían mudado durante los disturbios de Watts. La casa en la que ella y Bas se habían tumbado solo unos meses antes, la foto tomada décadas atrás.
—Y ahora estas aquí —a?adió Sara.
—Sí, aquí estoy —corroboró Emilie. Sabía lo que quería decir, lo tomó como el cumplido que era y lo disfrutó durante un momento antes de que la timidez se apoderara de ella—。 Pero ahora, háblame de ti. Nunca he estado en el río Ruso.
—Es precioso de ver. Más complicado bajo la superficie —dijo Sara. Emilie esperó a que dijera algo más, pero Sara negó con la cabeza. El sol estaba ya cercano al horizonte y sus copas se habían vaciado—。 No hay mucho que decir —agregó.
Emilie iba a presionarla, a hacerle alguna pregunta más específica, pero Sara se levantó, estiró los brazos por encima de la cabeza y dijo: —Tengo hambre. ?Me dejas que te lleve a cenar?
Pasó una semana. Era sábado y las tres se pusieron manos a la obra de nuevo. Emilie desatornilló las placas de latón y los pomos de las puertas. Colette y Sara extendieron un pa?o sobre la mesa de atrás. Emilie había mezclado una pasta de bicarbonato de sodio y había traído trapos para frotar.
Empezaron a trabajar y, al cabo de un rato, Sara dijo:
—Colette, me he dado cuenta de que no bebes, ?es cierto?
—Sí —respondió ella—。 Estoy limpia.
—?Desde hace cuánto?
—Desde hace un a?o y medio.
—Es mucho tiempo —se maravilló Sara—。 Enhorabuena. —Emilie vio que tomaba aire para decir algo más, pero vaciló. Finalmente, preguntó—: ?Te molesta mi trabajo?
Colette negó con la cabeza.
—El alcohol es el menor de mis problemas.
—Ah —comprendió Sara—。 Vale.
—Me metí en la heroína. Entré y salí de ella durante demasiados a?os. Em, ?no se lo has contado?
Emilie negó con la cabeza.
—Antes se lo contaba a todo el mundo.
—No a todo el mundo.
—Ay, no —comentó Colette—。 Pareces sorprendida.
—No —repuso Sara—。 No estoy sorprendida, no es lo que piensas.
Pero Emilie también lo había visto. Sara dejó el trapo y la placa de la puerta que había estado puliendo.
—Mi padre traficaba. Mi madre consumía.
El mundo quedó en silencio. Emilie sintió el sol que se filtraba entre las hojas de las palmeras y vio las manos de Sara en su regazo. Pensó en cómo Sara evadía todas las preguntas que le hacía sobre su infancia.