—Creo que eso no lo he probado —comentó Spencer—。 ?Cómo has dicho que se llama?
—Lillet —respondió Sara—。 Pero no es lo que quiero decir. Estaba bueno, sí. Me encanta el Lillet, es delicioso. Pero más allá de eso, fue el momento. Tomarse una pausa para reconocer algo importante. Fue eso, más que la bebida en sí.
—Ahí tienes tu respuesta, Spencer —intervino Erik levantando la copa y tomando un sorbo—。 Está casi tan bueno como el real, Sara.
Sara sonrió.
—Me alegro.
—Y ahora sigue con la historia —la animó Erik.
—Estaba ganando dinero como camarera. Pero lo que quería era hacer cócteles. Era demasiado joven, pero aun así estudié los nombres de las etiquetas de las botellas e hice preguntas a los encargados de los bares. Fui implacable. Entré pronto (sin cobrar) para aprender cómo preparaban siropes y tónicas. Uno de ellos me dio botellas que casi se habían acabado y me pasó recetas para que las probara en mi apartamento. Entonces, cuando cumplí dieciocho, pude servir vino legalmente. Por fin. Todos brindaron por mí en el restaurante familiar aquella noche (el chef, los cocineros, los camareros, los ayudantes, la recepcionista, el gerente); cansados y sudorosos después de una noche muy larga, me miraron a los ojos y alzaron sus copas.
Emilie observó a Sara desde el otro lado de la mesa, con el rostro a la luz de las velas.
—Fue uno de los mejores momentos de mi vida —continuó Sara.
Pero Emilie sabía que había algo más en esa historia.
—?Qué pasó con Grant? —le preguntó.
Sara asintió. Se llevó el vaso de agua a los labios. Tomó un sorbo, tragó. Los demás permanecían en silencio.
—Sabía que él quería compartir el apartamento conmigo. Solo tenía una habitación, pero nos las habríamos apa?ado. Habíamos pasado un tiempo durmiendo en el coche, así que era un lujo comparado con eso. Sin embargo, la cagué cuando le hablé del sitio. Simplemente… no lo comprendí bien. Pensaba en él a todas horas después de eso. Siempre tenía una botella de Lillet en la nevera, y cuando me servía un poco me preguntaba dónde estaría. Aquella noche, la de mi decimoctavo cumplea?os, deseé que estuviera allí cuando llegué a casa. Quería contárselo todo.
—?Llegaste a saber lo que le había pasado? —preguntó Colette.
—No —respondió—, la verdad es que no.
—Cuéntanos algo sobre Grant —sugirió Emilie.
—Algo no —replicó Spencer—, cuéntanos muchas cosas.
—Vale. Le faltaba una puntita en un diente, una peque?a, en uno de los dientes frontales. Era encantador, de Idaho. Sus padres lo echaron de casa cuando les dijo que era gay. —Se recostó y levantó la vista hacia el techo—。 Tuvimos que hacer cosas bastante jodidas para llegar hasta aquí —explicó—。 él hizo cosas peores. —Volvió a inclinarse hacia delante y negó con la cabeza—。 Pero da igual. Esta noche quería hacer algo por todos nosotros, me siento muy feliz de estar aquí. Gracias, Emilie y Colette, por esta fiesta increíble. Gracias a todos por venir. Y Spencer, me siento muy agradecida de tenerte de vuelta.
Levantó su copa y todos hicieron lo mismo alrededor de la mesa. Emilie sintió que veía a Sara más claramente cuando chocaron las copas, y anheló, como siempre, conocerla aún mejor.
Los invitados estuvieron allí hasta la medianoche.
—Creo que me quedaré un poco más —le dijo Sara a Spencer—。 Quiero ayudar a limpiar. Puedes llevarte el coche, yo llamaré a un taxi.
—?Ayudar a limpiar? —repitió Spencer gui?ándole el ojo—。 Está bien. Feliz cumplea?os.
Extendió los brazos y Emilie observó cómo se abrazaban. Sus cuerpos altos y larguiruchos, su cabello corto y rubio, y su rápido abrazo.
—Nos vemos por la ma?ana, entonces —murmuró Spencer—。 Gracias de nuevo, Emilie. Buenas noches, Colette.
Cuando se marchó, Colette a?adió:
—Parece muy bueno.
—Lo es —corroboró Sara, asintiendo.
—Me alegro mucho de que esté en casa contigo.
—Sí. Yo también.
—Bien —dijo Colette bostezando—。 Sé que hay un millón de platos, pero estoy agotada. Dejadlos, por favor. Ma?ana no tengo nada que hacer, no me importa limpiar.
Le dieron las ?buenas noches? y Colette se fue a su cuarto. Sara y Emilie se quedaron solas en medio de la cocina.
—?Vamos a limpiar de verdad? —preguntó Emilie.
—Sí, vamos a limpiar —confirmó Sara—。 No puedo dejarte así la cocina.
—Pero es tu cumplea?os.
—Será divertido.
—Vale, yo friego y tú secas.
Estaban descalzas, una junta a la otra, ante el fregadero. Las manos de Emilie se hundían en el agua jabonosa y Sara secaba con un trapo blanco.
—Oye —murmuró Sara al cabo de unos minutos—。 Avísame si alguna vez Spencer intenta algo con Colette. Si trata de venderle algo o…
Emilie cerró el grifo.
—?Está traficando? —inquirió.
—Dice que no, pero no lo sé.
Emilie quería entender qué estaba pasando. Qué sabía Sara y por qué sospechaba. Pero la expresión de Sara era indescifrable y miraba hacia abajo.
—Si Colette quisiera drogas, sabría de dónde sacarlas —repuso Emilie—。 Pero sí, te avisaré.
Sara asintió. Se volvió de nuevo hacia Emilie y sonrió. Emilie sintió que respiraba otra vez y su corazón se estabilizó.
Era todo lo que necesitaba. Volvía a tener a Sara. No tenía que entenderlo todo.
Abrió nuevamente el grifo y miró la cocina de azulejos verdes y el comedor.
—Esta casa es demasiado bonita —comentó—。 No quiero perderla.
—Es preciosa —coincidió Sara—。 Pero ?qué quieres hacer con ella? Es simplemente… demasiado.
—Lo sé —admitió Emilie—。 Lo sé.
Lavaron y secaron los platos mientras escuchaban música. De vez en cuando paraban para darse un beso, hasta que los besos no cesaron. Entonces Sara soltó el trapo y Emilie cerró el grifo. Las manos de Sara encontraron el dobladillo del vestido de Emilie, los dedos de Emilie desataron los botones de la camisa de Sara, y el resto de platos quedó para el día siguiente.
UNA TORMENTA Y EL RíO
Una tarde, unos meses después de su cumplea?os, a Sara le sonó el móvil. Era una mujer, capellán del hospital, franca pero amable. Sara se levantó del sofá y fue hasta la habitación de Spencer. Se quedó en el marco de la puerta y puso el altavoz para que él se sentara en la cama y escuchara.