—?Y qué hay de Eugene? —quiso saber Sara—。 ?Por qué nadie fue a por él?
—Eugene —murmuró Dave—。 Ese hijo de puta. Oímos que fuiste a su casa con un chico el día que te marchaste.
—Necesitaba dinero, dijo que me ayudaría. —Jimmy resopló—。 Estaba desesperada —se justificó Sara—。 Le creí.
—?Te lo dio? —quiso saber Crystal.
No hacía falta que se lo contara todo. Encontró un modo de decirlo.
—Hizo que me lo ganara.
—Hijo de puta —repitió Dave.
Cuando Sara se levantó, Lily la se quedó mirándola, esperando.
—La gente como Eugene… —empezó Lily mirando fijamente a Sara—。 Los hombres como Eugene. Pocas veces pagan por lo que hacen.
Asintió. Se puso de espaldas. El chocolate caliente la había reconfortado. Todavía le dolía la cabeza. Sobre ella se elevaba el techo abovedado de la iglesia vacía del padre de Lily.
—Este puto pueblo —masculló Sara.
Dave le apoyó la mano en la rodilla.
—Te hemos echado de menos.
La casa estaba en silencio cuando Dave la dejó. Entró y vio que solo estaban Tina y Spencer. Tina dormía en el sofá, con la cabeza apoyada sobre el regazo de Spencer.
—Hola —saludó Sara en voz baja.
—Hola —le dijo él—。 Has tardado. Ahora te dejo el sofá.
Tina parecía muy tranquila, casi era una pena hacer que se moviera. Sara vio que Spencer le alisaba un rizo del rostro y se inclinaba para susurrarle al oído: —Tenemos que ir al dormitorio.
Ella se removió y aceptó. Tina se despertó fácilmente y se levantó sin tambalearse. Se estiró y se dio la vuelta.
—Ah —murmuró—。 Hola, Sara. Buenas noches.
—Buenas noches —respondió Sara.
—Voy en un minuto —le dijo Spencer a Tina, y esta asintió.
Por toda la sala de estar había evidencias de su noche. Cajas de pizza, botellas de cerveza y montones de vasos de plástico.
—Perdón por todo esto —se disculpó Spencer.
—No pasa nada.
—Dame un minuto.
Recorrió la habitación para limpiar y Sara lo ayudó. Vertió la cerveza caliente por el desagüe y enjuagó los vasos. Mientras los echaba al reciclaje, se dio cuenta de que se había preocupado por nada. Ella no era como su padre. Tampoco era una ni?a de diecinueve a?os mezclando whisky con Coca-Cola.
Pensó en las cinco tazas de Lily balanceándose sobre una bandeja. En la taza que había elegido y sujetado entre las manos.
Qué especial había sido ese primer sorbo, al igual que los otros que habían venido tras él.
Qué bien le había sentado, y cuánto la había calentado y le había hecho sentir que era bienvenida.
Eso era lo que hacía Sara.
La casa volvía a estar decente.
—Ma?ana me ocuparé del resto —prometió Spencer, y Sara aceptó.
Estaban juntos en la cocina y él no había hecho ademán de darse la vuelta ni de marcharse, así que Sara le preguntó: —?Te acuerdas de Annie?
—Sí —contestó él—。 Solo un poco, pero sí.
Había algo en el modo en el que estaba parado junto a ella que le dijo que había estado esperando ese momento. Estaba quieto, casi solemne.
—?Sabes lo que pasó? —preguntó Sara.
él se apoyó en la encimera.
—Sí. —Notó que los ojos de Spencer buscaban los suyos tratando de decirle algo. Finalmente, le sonrió con tristeza y a?adió—: Intenté hablarte de cómo era la vida aquí, pero nunca querías escucharlo.
Pensó en el dibujo enmarcado cuando él todavía era muy peque?o. En sus comentarios sobre Johnny Cash y sobre las noches de póquer. él había estado invitándola, pero ella no había querido verlo.
—No sé lo que te habrán contado tus amigos —continuó Spencer—。 Pero papá y esos tipos… ellos no la mataron. Lo sabes, ?verdad? —Sara negó con la cabeza—。 Ella pidió las drogas. Pagó por ellas.
Sara se vio a sí misma en casa de Eugene, quitándose la ropa. Con trescientos dólares en efectivo en la mano, la cantidad exacta que habían acordado.
—él podría haberle dicho que se fuera a casa. Podría haber pensado ?es la mejor amiga de mi hija. Será mejor que lo evite?.
—Sí —respondió Spencer—。 Podría haberlo hecho. Habría sido lo mejor.
No era lo que esperaba que dijera. Se dio cuenta de cuánto se había preparado para la decepción, sin poder saber nunca cuándo Spencer podría actuar como su padre. Pero ahí estaba, seguía siendo él mismo.
Spencer extendió la mano y la tomó del brazo. Lo giró para que el tatuaje quedara hacia arriba.
—No fue así nunca. Nunca fuimos solo mamá, tú y yo.
Ella asintió con los ojos inundados.
—Lo sé.
La omisión había sido una mentira que se había contado a sí misma. Una mentira que nunca había logrado que se sintiera mejor.
—Cometió muchos errores. Estaba jodido en muchos sentidos. Sabes que lo sé, al final ni siquiera hablábamos. Pero no era un monstruo.
—No sé si eso es cierto —empezaba a resultarle difícil respirar—。 Le pedí ayuda. Me hizo un dibujo. Era de…
—Sé lo del dibujo. No hace falta que me lo describas.
—Como si lo que habían hecho no fuera ya bastante horrible. —Jadeó. No podía llenarse los pulmones—。 Como si no fuera bastante brutal y terrible dejar morir a una persona a la que amaba. Tenía que burlarse de mí.
—No —replicó Spencer—。 No, no, escucha. Lo malinterpretaste. —Le puso las manos en los hombros y las dejó allí hasta que ella pudo volver a respirar—。 Oye, sabía que algún día lo descubrirías. Sabía que nunca lo perdonarías. Te estaba dejando ir. No fue una burla, Sara. Sara, mírame. —Ella lo hizo. Vio el rostro de su hermano, seguro y amable—。 No fue una burla. Fue una confesión.
Pasaron dos días. La tercera ma?ana, se levantó y se dirigió a la cocina.
Abrió la nevera y sacó un cartón de huevos. Los cascó en un bol.
Spencer entró cuando Sara había servido los huevos en los viejos platos de su madre y había preparado café. Se sentaron juntos y comieron.
—Tenemos que hablar de lo que pasará a partir de ahora.
—Vale —dijo él dejando el tenedor.
—No quiero hacer esto. No quiero pasar por todo esto y empacar. Preferiría pagarle a alguien que viniera y recogiera todo. —él volvió a agarrar el tenedor y no le respondió—。 Conseguiremos algo de dinero por vender la casa. Podría pagarte una universidad comunitaria si quieres intentarlo. O una formación profesional. O un apartamento solo para ti.