él tomó un bocado. Sara esperó. El silencio se prolongó. Le dolía la garganta, sabía lo que se avecinaba. No estaba preparada para oírlo todavía.
—?Te acuerdas del día en que me marché? —le preguntó.
Spencer tomó un sorbo de café, dejó la taza y la miró.
—Recuerdo que iba en bici hacia la casa de Henry, como siempre hacía después de clase. Y paraste con un coche que no había visto nunca. Con un chico que no había visto nunca. Y me dijiste que tenías que irte.
—?Qué más?
—Tenías un aspecto horrible. Dabas miedo. Nunca antes te había visto así.
Esperaba una cosa. Necesitaba saberlo. Tenía la garganta tan tensa que pensó que no sería capaz de pronunciar las palabras, pero, de algún modo, lo logró.
—?Recuerdas que te pedí que vinieras conmigo?
Spencer asintió. Miró por la ventana. Después de todo lo que había pasado, la secuoya seguía ahí.
—Sí, me acuerdo. Me lo pediste varias veces.
—?Por qué no viniste?
En ese punto las lágrimas ya le estaban resbalando por el rostro. Spencer puso la mano sobre la suya y le limpió los ojos con la otra. Se encogió de hombros y respiró entrecortadamente.
—Solo éramos ni?os —le dijo—。 ?Cómo se suponía que íbamos a saber qué hacer?
Nunca pensó en que pudiera ser perdonada. No sabía si lo merecía.
—Después de eso no fue tan horrible para mí —explicó Spencer—。 Es decir, tú cuidabas mejor de mí, pero papá se las apa?aba. Cenas de microondas en el congelador o cualquier cosa, ya sabes. Nadie me quitaba ya las hojas de las fresas, pero estaba bien.
Sara sonrió. Spencer se acordaba.
—Quieres quedarte —murmuró.
—Solo me marché porque papá y yo no nos llevábamos bien. Pero mis amigos están aquí. Tina está aquí. Los ángeles está bien, pero esta es mi casa.
No era lo que Sara quería, pero lo sabía. Era su hermano y lo quería, aunque su vida le pertenecía solo a él.
Aquella noche, poco después de las seis, Sara rebuscó en el cajón de los trastos las llaves de la camioneta de su padre. Las encontró.
La puerta chirrió al abrirse. Olía a óxido, a colillas y a la colonia de su padre, el único aroma suyo que le había gustado. Se sentó y recordó cómo él le había ense?ado a conducir. Serpenteando por caminos a la sombra de los árboles. Con el brazo de su padre colgando por la ventana, muy a gusto.
Era un olor rancio, ahora la ponía enferma. Bajó la ventanilla para que entrara el aire.
El Cadillac de Dave estaba aparcado enfrente de The Stick and Poke cuando llegó. Bajó de la camioneta y cruzó el aparcamiento hasta la puerta.
Vio que a Dave le brillaron los ojos en cuanto llegó, amplios y de un color marrón claro. Si Annie hubiera crecido, ahora su rostro habría sido parecido al de él. Sara había tenido razón al mantenerse apartada. Estar allí la rompía por dentro.
—Ven a dar una vuelta conmigo —propuso Sara.
—A cualquier parte —respondió Dave—。 Estoy cerrando. —Pero cuando salieron, entrecerró los ojos mirando a la camioneta aparcada enfrente—。 Yo conduzco —afirmó.
—No —replicó ella—。 Necesitamos la camioneta.
—Sara, ni loco me voy a meter en esa camioneta.
Quería convencerlo. Sin embargo, al ver su mandíbula tensa y su mirada enfadada, entendió lo que quería decir.
—Vale —aceptó—。 Vale.
Había huido, había estado fuera diez a?os. No había pasado un funeral ni había estado en una casa llena de gente llorando.
—Lo siento —se disculpó Sara—。 No estaba pensando.
—No —contestó él—。 La verdad es que no.
—Lo siento —repitió y Dave asintió—。 ?Me sigues?
él la siguió al salir del aparcamiento y bajar por Main Street. Giraron a la derecha y se acercaron al río. Se detuvo en la esquina de la manzana de Eugene y dejó sitio para que Dave aparcara detrás de ella.
—?Qué es esto? —le preguntó mirando por la ventanilla—。 ?Una visita guiada por hombres horribles?
—Algo así.
él suspiró y se acercó a la puerta del copiloto.
—Joder —maldijo y subió. Cerró la puerta y respiró hondo. Abrió la guantera y la hojeó. Pasó la mano por el salpicadero—。 Vaya —murmuró más tranquilo—。 La camioneta de Jack Foster.
Sara asintió, no podía dejar de temblar.
—Oye —la tranquilizó Dave tomándole la mano. Sus manos no se parecían en nada a las de Annie. Sus palmas eran anchas y cálidas, y ella se dejó consolar.
—Quería a tu hermana —declaró Sara—。 Lo sabes. Todavía sigo enamorada de ella.
—Sí, lo sé. Recuerdo el día en que nos separamos para buscarla. Todavía pienso en tu mirada. En cómo te levantaste mientras los demás hablábamos. En cómo dijiste que te adentrarías en el bosque. Sabía que, si estaba viva, tú serías quien la traería de vuelta.
—Yo también estaba segura de ello —a?adió Sara—。 No podía creerlo cuando vi que no estaba allí.
—La vida es muy puta, no hace más que romper corazones —comentó. Sollozó y se secó los ojos con la manga. Se aclaró la garganta—。 Y bien, dime, ?qué estamos haciendo?
—Eugene es el único que queda, ?verdad?
—Sí —confirmó Dave—。 Los demás están muertos o en la cárcel.
—?Qué haces cuando lo ves?
—Mirar hacia otro lado.
—No dejo de pensar en aquella tarde en su casa, antes de que me marchara. Había dejado morir a Annie y todavía necesitaba más. Y ni siquiera sabemos qué más le ocurrió a Annie aquel día. Siento decirlo, pero…
—Créeme —la interrumpió Dave—。 Mi cerebro perturbado ha pensado en todo.
—No puede salirse con la suya.
—?Quieres enfrentarte a él?
—No —contestó Sara—。 No quiero enfrentarme a él. Quiero hundir esta camioneta en su muelle.
Dave arqueó las cejas.
—Sabrá que has sido tú.
—Sí, ya.
—?No te preocupa?
—No puede ir a la policía. ?Después de todo lo que ha hecho? Voy a empujar esta camioneta colina abajo y podrá deshacerse de ella si quiere. O podrá mirar la maltrecha camioneta de su amigo cada vez que salga y acordarse de todo.