Glyndon confió en que no le rompería el cuello.
Ella no debería haberlo hecho.
Normalmente no asfixio con mis propias manos, porque incluso yo no confío en mi propia fuerza o sed de sangre. Mis demonios podrían hacerse cargo en cualquier momento y obligarme a matar a alguien accidentalmente. Y luego estaría la molestia de ocultar el crimen y bla, jodidamente, bla.
El control de los impulsos es mi fuerte, pero ese no era el caso cuando estaba dentro de esta maldita chica. Mi impulso se salió de control y lo sé porque contemplé ahogarla hasta la muerte mientras se desmoronaba sobre mi polla.
Pero ella hizo algo.
Algo que normalmente no permito, porque me quita el control.
Glyndon, el conejito aparentemente inocente y absolutamente despistado me tocó.
Una y otra vez.
Y joder, de nuevo.
Al principio dudó, temblando como una hoja frágil, pero en el momento en que le permití un centímetro, se volvió audaz y tomó un kilómetro.
Su palma estaba en mi pecho, mi cuello y por toda mi cara. No dejó de tocarme mientras la besaba, mordía sus labios y saboreaba su sangre.
Ella no dejaba de tocarme, aferrarse a mí, jodidamente inyectando su veneno en mis venas hasta que todo lo que podía respirar era su excitación y su puto perfume afrutado.
Lanzo una larga bocanada de humo, ladeando la cabeza mientras ella rueda sobre su espalda, con las piernas ligeramente separadas. Su co?o rosado está a la vista, realizando un hechizo sin palabras para acercarme.
La idea de que alguien más que yo la vea en esta posición tensa mis músculos con la necesidad de violencia.
Mi sangre hierve al recordar los labios de Gareth tocando los de ella, chocando contra los de ella, saboreando los de ella antes de que yo tuviera la oportunidad.
Tal vez debería incapacitarlo, después de todo, rebajarlo un poco. O tal vez necesito jugar con su orgullo inútil y su jodido ego frágil para que no piense en tocar lo que es mío otra vez.
El pensamiento de violencia se extiende por todo mi sistema y apago el cigarrillo, luego me levanto lentamente de mi silla.
Ahora, necesito se?alar que la incomodidad de mi erección es una molestia, pero me las arreglo para reprimir el impulso de embestir su co?o en carne viva.
Si fuera cualquier otra persona, me importaría un carajo; de hecho, no los querría justo después de haberlos cogido de todos modos.
Pero por alguna razón, no quiero lastimarla más… por ahora. Ella me estaba rogando que redujera la velocidad antes, llorando en la almohada y diciéndome con esa dulce vocecita suya que no podía soportarlo más.
Y aunque eso me excitó e hizo que se corriera más veces de las que cualquiera de nosotros puede contar, probablemente la empujé más allá de sus límites.
Me acomodo al pie de la cama sobre mis rodillas y agarro sus tobillos, deslizándola en mi dirección.
Un gemido bajo se escapa de sus labios, pero no se mueve mientras tiro sus piernas sobre cada uno de mis hombros.
Las yemas de mis dedos se clavan suavemente en la carne de sus piernas, empujándolas para abrirlas antes de que le lama el interior del muslo.
La limpié antes. Una vez más, algo que no suelo hacer, pero quería hacerlo por ella, pero hay algo de su sangre seca. Así que también lamo eso, mi lengua se deleita con el sabor de su excitación.
La vista de mi semen mezclado con sus jugos me llena de una furiosa sensación de posesividad y me deslizo desde su raja hasta la abertura de su co?o.
Los gemidos de Glyndon resuenan en el aire, y sus peque?os dedos se enroscan en mi cabello. Levanto la cabeza y, efectivamente, sus ojos siguen cerrados, pero sus tetas suben y bajan a un ritmo acelerado. La vista de sus pezones rosados e hinchados es suficiente para que quiera follarlos.
Guardo ese pensamiento para otro día y jugueteo con sus pliegues con mis dedos libres. Arquea la espalda, su temperatura sube. Cuando siento que está cerca, empujo mi lengua dentro de su abertura.
Glyndon se sacude en mi agarre y gime. Mis movimientos se vuelven más controlados mientras entro y salgo de su abertura, follándola con la lengua como si mi pene estuviera profundamente dentro de ella. Luego me la como hasta que se estremece y sus dedos tiran de mi cabello.
Cuando siento que la ola se calma, levanto la cabeza y me encuentro con sus ojos entreabiertos.
—Oh, Dios mío. —Exhala.
—Así es, tu dios. Adora en mi altar, cari?o.