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God of Malice (Legacy of Gods #1)(158)

Author:Rina Kent

Reina sale de la cocina y la sigo a escondidas para ver cómo el se?or Carson la envuelve en sus brazos, la besa en la parte superior de la cabeza y la mira de la misma manera que papá mira a mamá.

Como si honestamente no pudiera vivir sin ella.

Dios, ?alguna vez alguien me mirarán de esa manera?

Después de que desaparecen escaleras arriba, vuelvo a la cocina para terminar mi té y revisar mis mensajes.

Hay uno de un número desconocido en la parte superior. Estoy a punto de borrarlo, ya que no tengo ganas de quedar atrapada en sus juegos mentales, pero el <<<video>>> debajo de su nombre me llama la atención.

Abro el mensaje y hago clic en el video.

Mi corazón late tan rápido cuando veo a Devlin sentado en una peque?a habitación, al otro lado de una mesa de la máscara roja.

Devlin está temblando, parece devastado hasta la médula. La voz cambiada que proviene de la máscara roja hace que la piel de mi nuca se erice.

—Qué debilucho. ?Qué tal si te mueres?

Mis dedos tiemblan mientras miro y veo que toda esperanza se desvanece de los ojos de Devlin.

El vídeo termina.

Mi boca se llena de sal y ahí es cuando me doy cuenta de que una lágrima se deslizó en mi boca.

—?Qué estás mirando?

La taza en mi mano se cae y se hace a?icos, dejando que el líquido manche la mesa y gotee en el suelo.

Lentamente miro detrás de mí para encontrar a Killian de pie a mi espalda, uno de sus brazos tensos mientras se aferra al borde de la silla.

Su pecho está desnudo, acentuado por los inquietantes cuervos rotos, y su rostro tiene la oscuridad de una capilla gótica.

Siempre pensé que Killian era hermoso de una manera dura, pero esta es la primera vez que lo veo como una verdadera pesadilla.

Mi mano tiembla cuando la levanto para mostrarle el video.

—?Este eres tú?

Lo observa sin cambiar de expresión. Mi columna vertebral se llena de escalofríos de nuevo cuando esas palabras se repiten.

Las palabras que conducen a una persona suicida a su muerte.

Las palabras que nadie debería decirle a una persona normal, y mucho menos a alguien que está luchando contra la depresión.

Cuando permanece en silencio, repito, más decidida esta vez: —?Eres tú, Killian, el de la máscara roja?

—?Y qué si lo fuera?

Creo que voy a vomitar.

O desmayarme.

O ambas.

Me pongo de pie con las piernas temblorosas y empiezo a irme. No sé adónde, pero tengo que irme.

Ahora.

Me agarra del hombro, pero me tiro hacia atrás y lo abofeteo.

—No me toques, maldito monstruo.

—Cuidado —gru?e.

—No te acerques a mí o iré a la habitación de tus padres y gritaré por toda la maldita casa. Lo digo en serio.

Entonces estoy corriendo y llorando y corriendo.

Puedo sentir el picor debajo de mi piel, la necesidad de sacarlo todo, de acabar con todo como hizo Devlin.

Pero hago otra cosa.

Sigo corriendo.

35

KILLIAN

Golpeo mi pu?o contra la pared.

El dolor estalla en mis nudillos, pero no tiene importancia en comparación con el tictac de mi cabeza.

Me estoy acercando a un precipicio, un borde, y eso es peligroso.

Mis acciones se vuelven impredecibles cuando la realidad contradice mis deseos y, en este momento, son la definición de un desastre.

Inhalo profundamente, pero ninguna cantidad de respiración pesada aleja los puntos negros que bordean mi visión.

Sin embargo, me obligo a no correr detrás de Glyndon. Incluso yo no tengo ni idea de cómo reaccionaré si la atrapo ahora mismo.

?Sabes qué? A la mierda.

Le he dicho a Glyndon una y otra vez que escapar de mí no es una opción. Debería haber borrado ese pensamiento de su repertorio, pero decidió irse.

Ella eligió desafiarme y provocar el lado diabólico que tanto odia.

Me pongo algo de ropa, recojo las cosas de Glyn y tomo las llaves del auto de mamá. De camino al garaje, reviso la aplicación en mi teléfono. El punto rojo se mueve a un ritmo moderado: no está caminando, pero tampoco en un vehículo.

Parece que mi conejito ha adquirido su hábito favorito de correr.

Y sí, como lo prometí, seguro que puse un rastreador en su teléfono después de que ella se desapareciera esa vez.

La alcanzo después de un viaje de dos minutos mientras trota al costado de la carretera. Detrás, la nefasta noche devora su peque?a silueta.