—Lo estoy asegurando —me corrigió.
?Lo estaba asegurando! Debía defenderme de inmediato.
—Pues entonces a ti también —refuté, igual de desafiante—。 Y las pruebas fueron evidentes.
Adrik puso los ojos en blanco.
—Sí, tuve una erección, lo que es normal considerando que te movías como una loca encima de mí y que el incienso me relajó —dijo, como si nada de eso fuera relevante o le hubiera incomodado—。 Que sea obstinado no significa que no sea humano.
Le regalé una sonrisa ancha, triunfal.
—Recalquemos la parte de ?tuviste una erección? y a?adámosle ?por mí?.
Entonces se detuvo, me miró y soltó en un tono retador:
—Ajá, ?y cuál es el problema con eso?
Resoplé nerviosa. Resoplé tanto que hasta resultó chistoso y estúpido.
—El problema —repetí, mirando hacia todos los lados, moviéndome como si acabara de escuchar algo ridiculísimo—。 El problema es grande, Adrik. Claro que hay un problema. Hay un montón de problemas. Hay una lista entera de problemas.
él se cruzó de brazos y se removió, mirándome desde arriba con los ojos entornados y desafiantes.
—A ver, dime uno.
Seguí resoplando porque la verdad era que no sabía qué cara poner. él estaba tratando aquello de una forma que no me había esperado. A decir verdad, yo creí que él haría dos cosas: o se lo diría a Aegan o lo ignoraría. Como Aegan no había aparecido a humillarme públicamente llamándome infiel, era obvio que Adrik no le había contado nada.
Vamos, sabemos que de haberse enterado, Aegan hubiera hecho acto de presencia a los dos segundos.
—Pues para empezar tú… tú eres mi enemigo —argumenté.
—?En serio? ?En qué guerra? —inquirió él con la misma postura retadora.
—En… esta. —Hice un círculo con la palma de mi mano para englobarlo todo—。 Esta guerra. Esta.
—No hay ninguna guerra, te lo estás inventando.
Sí la había, solo que él no lo sabía o aparentaba no saberlo.
Decidí no seguir arriesgándome. Retomé la caminata, mordiendo la barrita con rapidez y nerviosismo. La mordí tantas veces que se me formó una enorme bola dentro de la boca.
—No sé qué demonios intentas decir —bufé con dificultad, tratando de tragar.
Adrik me siguió el paso. Me miraba. Sentía el peso de sus ojos, pero yo mantuve la vista en el camino y le pedí a los dioses que me ayudaran.
—Nada, solo que no sé por qué no admites que te gustó —replicó él con obviedad.
—Pero ??por qué tengo que admitir eso?! —me quejé, y me limpié la boca en un gesto brusco—。 ?Para que tú sientas que me has ganado?
Adrik me tomó del brazo y me detuvo. El corazón comenzó a latirme rápido. De nuevo experimenté esa sensación de no saber cómo reaccionar, cómo enfrentarme a la situación. él lo provocaba. Me dejaba sin argumentos, sin armas, sin un jodido escudo para defenderme. Y odiaba que fuera así.
—?Me puedes explicar por qué crees que todo es una competencia? —me preguntó con una nota de enojo. Ya no había sonrisa en su rostro. Sus cejas estaban hundidas. Parecía confundido—。 Porque no lo entiendo.
—?Es que no lo es, Adrik? Dime, ?no lo es? —rebatí, firme, o con lo que creí que era firmeza.
La verdad es que ya dudaba de todo. él parecía más desconcertado que nunca. Era una confusión genuina, con una chispa de molestia en los ojos.
—Antes creías que yo conspiraba con Aegan para humillarte, ?y ahora en serio crees que necesito superarte en algo tan ridículo? —soltó, como si esa posibilidad fuera demasiado absurda.
?Y lo era? ?Era absurdo? Joder, me sentí rara. No sabía qué hacer, y por ello recurrí a la vieja conocida: la actitud defensiva.
—Tú puedes decir muchas cosas, otra cosa es que sean ciertas. No creo que el apodo de Perfectos mentirosos sea solo por casualidad —lancé. Sin embargo, la expresión de Adrik no cambió. Todo lo contrario.
—?Y un estúpido apodo ya lo explica todo?