No sabía cómo eran los eventos de los chicos y las chicas de Tagus, pero necesitaba saber más sobre el mundo al que acababa de entrar, y la única manera de lograrlo era mezclándome. Después de todo, no había llegado a Tagus para ser una asocial que se sentara en el comedor con la cara contra su bandeja, procurando ser lo más invisible posible. No. Yo tenía otros planes.
Eché un rápido vistazo nuevamente en dirección a Adrik. Ya no estaba. En algún instante, se había escabullido. El cigarrillo, consumido, ahora estropeaba la grama junto a la caseta. Un claro gesto rebelde, ?eh? Aegan sí seguía allí, hablando con las chicas, y ellas continuaban encantadas. Sus miradas estaban fijas en él, como si tuvieran ante sí algo fascinante e inspirador.
Así que ese era el líder de Tagus. Por él se movía el mundo de la élite. Era la figurilla sin aspecto de santo frente a la que todos se arrodillaban. Ese era el individuo que podía destruir vidas o cambiarlas en un segundo. El espécimen catalogado como: idiota con poder.
?Pues un placer conocerte, Aegan Cash.
Soy Jude, la piedra capaz de “accidentalmente” meterse en tu zapato.?
2
?Oh, se?or todopoderoso Cash!
Los juegos eran una sagrada tradición para los alumnos de Tagus.
Se hacían en unos terrenos libres, justo detrás de la línea que dejaba de ser terreno de la universidad, ya sabes, para no romper ninguna regla de conducta, y aquello era como un casino al aire libre. Todo estaba repleto de mesas. Los árboles habían sido decorados con luces de Navidad y la música salía de un puesto de DJ. Había mucha gente. Algunos iban de un lado a otro sosteniendo vasos, botellas y cigarrillos. Otros estaban sentados, jugando a juegos de azar.
Mirara a donde mirara, había sonrisas suficientes, ojos astutos y posturas seguras de sí mismas. No había nadie mal vestido ni nadie que pareciera estar sufriendo una crisis existencial. O sufriendo por nada en absoluto. Solo chicos y chicas antinaturales, sin granitos, sin miserias, sin preocupaciones, sin defectos físicos, como si hubieran sido engendrados por dioses y ángeles calenturientos.
No lo sabía aún, pero de ángeles no tenían nada. Na-da.
Artie y yo fuimos directamente hacia una mesa donde un chico y una chica charlaban y tomaban algo. Me dije que tenía que poner mi mejor cara para socializar.
—Esta es la gente con la que me junto —los presentó Artie, ya frente a ellos.
La chica fue la primera en tenderme la mano.
—Kiana —se presentó con un apretón firme pero amigable, y agregó—: Me encanta lo que pone en tu camiseta.
El estampado de mi camiseta decía: lo que sale de tu boca es lo que eres, siempre fashionista agresiva, nunca infashionista agresiva. Además, me encantaban las camisetas que hacían sentir incómodos a los demás.
Pero el estilo de Kiana no se quedaba atrás. Llevaba trenzas vikingas, su piel era de un perfecto color caramelo, y parecía la combinación ideal de persona artística y chica con dinero: tejanos gastados pero fabulosos, suéter tejido que le caía hasta por debajo de las caderas y botas de cordones.
En mi ficha mental quedó: ?Esta chica podría vender porros y al mismo tiempo liderar un ejército contra un país?.
La siguiente mano me la ofreció el chico. Lucía un ligero bronceado y, aun así, se le veían muchas pecas repartidas por la nariz, pero su aspecto no era nada simple ni sencillo. Si hubiese necesitado dos palabras para describirlo, habría dicho: ?Fabulosamente exagerado?. Llevaba puesta una chaqueta azul eléctrico y una pajarita dorada con lentejuelas. Sus tejanos eran casual, pero la manera en la que todo se unía en él resultaba llamativa al igual que sus ojos verdes. Tenía ligeros reflejos en el cabello color miel, y el toque final lo daba la hendidura en su barbilla, sutil pero interesante.
—Dashton —se presentó con una voz muy carismática—。 Pero mi familia me llama Dash porque suena menos gay.
—?Cómo debo llamarte entonces? —le pregunté.
—Dashton —contestó con un gui?o.
No pude evitar sonreírle.
Gente agradable, no iba tan mal.
Kiana empezó a llenar un vaso con el barril que había junto a la mesa.
—Vaya, Artie, has tenido suerte este a?o con tu compa?era —comentó mientras esperaba a que el líquido llegara al borde de su vaso—。 A mí me ha tocado una chica muy rara que parece tener miedo de que se le hinche la lengua si habla. La invité a venir, y solo me miró, se metió en el ba?o y comenzó a tirar de la cadena del retrete repetitivamente. Creepy.