Unos silbidos de apoyo interrumpieron de repente nuestras risas sin sentido. Había pasado una hora. En cuanto echamos un vistazo curioso, unas mesas más allá vimos que Aegan y Adrik habían llegado. Junto a un par de chicos más, estaban a punto de tomar asiento. En esa ocasión no me fijé en ellos, sino en uno de los otros dos. Uno que estaba de pie junto a la silla donde iba a sentarse Aegan y que no parecía tener intención de unirse a lo que sería el juego.
Era el tercer hermano, Aleixandre. No me preguntes cómo lo supe, solo lo supe. Tenía la pinta de ser el peque?o: un poco más delgado, con el mismo aire imponente y llamativo de sus hermanos, pero con el cabello perfectamente peinado hacia atrás y una mirada chispeante, juguetona. Su ropa marcaba una diferencia de estilo entre los otros: camiseta color turquesa con lo que yo llamaba pantalón de príncipe, es decir, pantalón caqui (porque, ?has visto a algún miembro de la realeza o a algún príncipe de las películas de Disney sin pantalón caqui?)。 Ah, y los zapatos más impecables que había visto en mi vida.
Ni terremoto ni calma. Ese chico parecía ser el último nivel: la salvación.
Así que ya vistos los tres, pude distinguirlos de esta manera:
Aegan: efusividad.
Adrik: indiferencia.
Aleixandre: diversión.
—?Qué sucede? —pregunté, curiosa.
—Seguro que van a jugar a póquer —contestó Dash, mirando hacia la mesa—。 Aegan es condenadamente bueno. Cuando juega, no hay oportunidad para nadie.
—Pero había dejado de hacerlo —a?adió Artie, un poco confundida— porque nadie quería jugar en una mesa en la que estuviera él.
—?Es que no lo sabes? —le resopló Kiana—。 Aegan no puede pasar más de una semana sin superar a alguien en algo, le sale urticaria.
En total, en la mesa se sentaron siete chicos, incluyendo a Adrik y a Aegan. Uno sacó un mazo de cartas y comenzaron a repartirlas como auténticos profesionales. Mientras, noté que Aleixandre se inclinó para que Aegan le dijera algo al oído. Tras eso, Aleixandre asintió e inesperadamente se alejó de allí en alguna dirección.
Hum… Raro.
—Vamos a acercarnos a mirar la partida —propuse de pronto, y como todos se me quedaron mirando, a?adí—: ?Se puede?
—Bueno, a veces alguien pierde todo el dinero y se oye cuando le hace la llamada a papi. —Dash alzó los hombros—。 Es divertido.
Las chicas compartieron mirada y aceptaron. Por un momento, Artie dudó, pero terminó por aceptar. Aunque no fuimos los únicos que tuvimos esa idea. Mucha más gente terminó por arremolinarse alrededor de la mesa, y al final la partida se convirtió en un espectáculo público.
La luz en aquel sector del enorme terreno no era muy buena, pero aproveché el estar tan cerca de ellos para saciar mi curiosidad sobre los Cash. Encontré rápidamente otras diferencias:
La nariz de Adrik era recta. La nariz de Aegan tenía una ligerísima curva.
La mirada de Adrik era cautelosa, fría, difícil de descifrar. La mirada de Aegan era chispeante, astuta, burlona.
Adrik parecía estudiar los movimientos de los demás. Aegan parecía demasiado seguro de su victoria.
Adrik = enigma.
Aegan = desafío.
Bien, mi cerebro alcoholizado no daba para descripciones más ingeniosas, de modo que terminé por concentrarme en el juego. Miré en silencio, tomando tragos de mi vaso. Los participantes y los espectadores observaban las cartas y luego miraban a Aegan. No le prestaban atención a nadie más, porque ese en realidad era el entretenimiento: ver cómo Aegan hacía perder al resto, lo cual al mismo tiempo hacía que la partida fuera un chiste sin sentido. No había apuestas arriesgadas, porque todos podían perder lo que quisieran. Tampoco había tensión alguna, porque se sabía que Aegan ganaría.
él también estaba seguro de ello. Toda su cara lo decía. Sus ojos entornados sonreían de forma burlona y en ellos brillaba una insoportable suficiencia, la molesta seguridad del éxito.
Adrik y él hicieron una apuesta moderada que el resto pudo igualar, y después hubo un poco de acción. Manos. Apuestas más grandes. Billetes. Gestos leves, pero significativos. Silencio. Algún que otro susurro.