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Perfectos mentirosos (Perfectos mentirosos #1)(87)

Author:Alex Mirez

Nos reímos, yo con más confianza y él apenas demostrando que se reía un poco.

—Dime tú ahora —le exigí, removiéndome en mi sitio, ansiosa por escucharlo.

Adrik se pasó la mano por el cabello y se lo despeinó a propósito. Se quedó un momento mirando el vacío, quizá pensando, quizá preguntándose por qué la Tierra daba vueltas o quizá solo existiendo, y luego dijo:

—Es complicado porque no tienes nada que deba gustarme.

—?Quééé? —emití en un tono agudo, impactada—。 ?Por qué no?

Se encogió de hombros.

—Porque no eres guapa, no llamas la atención cuando llegas a un sitio, no eres dulce ni amigable y tampoco tienes ninguna cualidad que resalte. De hecho, eres torpe, entrometida, insufrible, apareces en los momentos menos indicados, crees saberlo todo cuando no sabes nada, y a veces eres arisca y aburrida. Sin olvidar que tienes un pésimo gusto para la lectura y que siempre parece que tuvieras una escoba por cabello.

Lo dijo todo con tanta naturalidad y simpleza que ni siquiera parecieron insultos. Me quedé boquiabierta, pero fui incapaz de sentirme enfadada, solo mal. Sabía que decía la verdad. Yo era todo eso e incluso más, de modo que no me quedó otra que cerrar la boca, echarme un trago y callarme.

No me esperaba lo que agregó de repente:

—Pero es eso lo que me gusta.

Lo miré con rapidez, estupefacta.

él siguió:

—Que no eres nada de lo que deberías ser, nada de lo que este sitio te exige que seas. Solo eres como eres, y aunque toda tu existencia es insoportable, no te esmeras en ocultarla. Eres algo así como un interesante desastre. Por eso sigo sin entender qué haces saliendo con un bruto, malintencionado e idiota como Aegan.

?En serio creía que Aegan me gustaba de verdad? Guau, entonces mi actuación era bastante buena.

De todos modos, me concentré en lo que había dicho. Era la primera vez que me soltaban mis verdades con tanta naturalidad y sin tono u intención de ofender. Eso me hizo sentir como Rafa de Los Simpson: feliz y enojada.

—Adrik —empecé a decir, parpadeando como una tonta por el asombro—, si tenía un poquito de autoestima, me la acabas de fulminar.

Para mi sorpresa, a él le hizo gracia mi comentario y se echó a reír. Entonces, entre las risas se le escapó un eructo grotesco y sonoro que desató en mí un ataque de carcajadas.

Nos reímos como dos estúpidos hasta que pasé a la siguiente fase del alcohol: la rabia.

—No, joder, no sé de qué demonios me estoy riendo —solté, sacudiendo la cabeza de un lado a otro con furia y ebriedad—。 Odio esto. ?Odio lo que fingí ser en esa maldita fiesta! ?Odio este estúpido maquillaje! ?Odio este jodido vestido!

Adrik se terminaba un trago. Apenas apartó la botella de su boca dijo sin más:

—Quémalo.

Me detuve. El cabello se me quedó pegado a la cara.

—?Qué? —emití en un tono poco estable.

—No hablo en chino, Jude, ya me has oído.

—Sí, pero ?cómo voy a quemarlo?

Adrik intentó levantarse. Yo lo miré entre confundida y desorientada. Le costó un poco e incluso se balanceó sobre sus pies, pero al final sus hombros llegaron al techo. Se quedó encorvado, pero, aún sosteniendo la botella, logró acercarse a la entrada y poner un pie en el tablón de la escalera.

—Ven —me dijo.

Como mi cerebro estaba frito por el alcohol, no apliqué ni la lógica ni el sentido común a nada, e intenté bajar las escaleras también. Ambos estuvimos a punto de caernos como mierda al suelo, pero por suerte logramos pisar tierra ilesos.

Adrik rodeó el enorme árbol. Solo cuando la débil y lejana iluminación de la casa y de la luna me permitió verlo mejor, me di cuenta de que todo el rato había estado sin camisa. Lo único que llevaba encima era la corbata blanca del traje y el pantalón con el que había saltado a la piscina, ahora húmedo, arrugado y sucio.

Tragué saliva como una tonta y él desapareció por detrás del árbol.

—Ven, Jude, no te quedes ahí —dijo desde algún lugar.

Mis piernas se movieron sin que yo les diera muchas órdenes. Rodeé el árbol y vi que Adrik había empezado a reunir un montón de ramas junto a algunas tablas viejas sobrantes de la construcción de la casita del árbol que nadie nunca se había preocupado de quitar.

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