The Seven Year Slip(54)



Hoy era uno de esos Manhattanhenges, y mientras el sol se ocultaba entre los edificios, turistas y manhattanitas por igual se agolpaban en los pasos de peatones, sacando sus teléfonos para capturar cómo los naranjas y amarillos y rojos estallaban en el horizonte justo al otro lado de la calle. No me detuve mientras cruzaba detrás de los turistas. El fenómeno solo duró unos minutos, ya que el crepúsculo se asentó sobre la ciudad como un resplandeciente amanecer de tequila, y cuando abrí las puertas del Monroe, ya había terminado.

Earl me saludó al entrar. Iba por la mitad de su siguiente novela de misterio: Muerte en el Nilo. Yo solo quería llegar al apartamento de mi tía, darme un ba?o con una bomba de ba?o, hundirme en el agua y disociarme un rato mientras escuchaba la banda sonora de Moulin Rouge.

El ascensor tardó mucho en llegar y, cuando entré, olía un poco a ensalada de atún, lo cual… era tan desagradable como suena. Me apoyé en la barandilla, miré mi reflejo deformado y me acaricié el flequillo suelto, aunque el día había sido tan húmedo que el pelo se me deshilachaba en las puntas.

No había forma de evitarlo.

El ascensor me dejó bajar en la cuarta planta y conté los pisos hasta el B4. Me moría de ganas de salir de esta falda. Después de ba?arme, me pondría unos pantalones de chándal, sacaría el helado del congelador y vería una repetición de algo terrible.

Abrí la puerta y entré a trompicones, quitándome las zapatillas en la puerta…

—?Lemon? —dijo una voz desde la cocina, profunda y familiar—。 ?Eres tú?

Capítulo 22

Consejos no solicitados

El apartamento olía a comida —cálida y especiada— y los suaves sonidos de una radio zumbaban por el apartamento, tocando una melodía que había sido popular a?os atrás.

Conocía esa voz. Mi corazón se hinchó en mi pecho, tanto que sentí que podría estallar.

Di un paso y luego otro.

De ninguna manera. De ninguna manera.

—?Iwan? —llamé vacilante… ?optimista?

?Tenía esperanzas o sentía pavor en el estómago? No estaba segura. Di otro paso por el pasillo, deslizándome fuera de mis pisos. ?Qué posibilidades había?

El sonido de unos pasos atravesó la cocina y entonces un hombre de pelo casta?o y ojos pálidos asomó la cabeza por la puerta.

Y la puerta se cerró tras de mí.

Iwan llevaba una camiseta blanca sucia, con el cuello estirado, y unos vaqueros deshilachados, tan diferente del hombre estirado que se había sentado frente a mí en la sala de conferencias, desprovisto de todo lo que le hacía brillar. Sonreía con esa sonrisa suya, amable y encantadora, como si se alegrara de verme.

Porque lo hacía.

Imposible, imposible, esto es…

—?Lemon! —me saludó alegremente, e incluso la forma en que dijo mi estúpido apodo era diferente. Como si no fuera un secreto, sino un santuario. Abrió los brazos y me abrazó. No me gustaban mucho los abrazos, pero el repentino aplastamiento contra su pecho, la cercanía, hicieron que el corazón se me clavara en la caja torácica. El miedo se convirtió en mariposas revoloteantes, terribles y esperanzadas. Olía a jabón y canela, y me encontré rodeándolo con los brazos y abrazándolo con fuerza.

?Te conocí en mi época, y eres tan diferente?, quise decirle, apretando mi cara contra su pecho, pero dudo que me creyera. ?No sé por qué has cambiado. No sé cómo?.

Y, más tranquila, ?no te conozco de nada?.

—Eres un regalo para la vista. Y llegas justo a tiempo para la cena —me dijo en el pelo—。 Espero que te guste el japchae.

Me quedé mirándolo como si fuera un fantasma. Me zumbaba el cerebro. El apartamento lo había vuelto a hacer, como con mi tía y Vera. Pero, ?por qué ahora? ?Otra encrucijada?

Iwan frunció el ce?o y me soltó.

—?Pasa algo?

—Yo…

Me di cuenta de que no me importaba. ?l estaba aquí. Yo estaba aquí.

Y fui más feliz de lo que había sido en mucho tiempo.

—Siento —solté—, no haber vuelto.

—?Todo bien con tu apartamento?

—?Qué?

—Con las palomas —dijo.

—?Oh, sí! Todo va bien. Solo vine a ver cómo estabas. Para ver cómo estabas. Siento no haber llamado antes.

—Está bien, está bien, estaba seguro de que volverías. Bueno —a?adió, con una tímida sonrisa—, al menos lo esperaba.

Nos quedamos allí de pie durante otro momento incómodo. Como si quisiera decir algo, y yo también. ?Te eché de menos?, pero ?era demasiado atrevido? ?Te he echado de menos a ti?, eso habría sido demasiado raro. Quería sacudirlo y preguntarle si yo era la razón por la que había rechazado la oferta de Drew, pero él no era ese hombre.

No sería ese hombre hasta dentro de unos a?os.

Luego se aclaró la garganta y me invitó a pasar a la cocina, donde apagó la radio y volvió a los fogones. El momento pasó. Lo seguí, dejé el bolso junto a la encimera y me subí al taburete, como si fuera algo rutinario. ?Era rutina a estas alturas? Me sentía cómoda. Parecía irreal.

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