The Seven Year Slip(57)
Se rio entre dientes.
—Seguro que sí. —Ladeó la cabeza, debatiendo por un momento—。 ?Te he hablado alguna vez del restaurante que quiero abrir?
Eso despertó mi interés y me senté un poco más erguida.
—?No?
Se animó como un perro al que le ofrecen un hueso.
—?No? Bien, Bien, imagínatelo: largas mesas familiares. Las paredes rojas. Todo cómodo, el cuero de las sillas estará muy trabajado. Conseguiría que un artista local dise?ara las lámparas de ara?a, contrataría a toda mi gente favorita, pondría tu arte en las paredes —a?adió con un gui?o—。 Será un lugar en el que te sientas un poco como en casa, ?sabes?
Pensé en los platos del libro de cocina que me propuso —los fideos en hielo seco, las albóndigas que necesitaban una vaporera comercial, la receta de salsa de chile que requería pimientos africanos Orange Bird poco comunes— y no me lo podía imaginar.
—Suena como un sitio donde comería, y odio comer en restaurantes —le contesté—。 ?Cómo se llamaría?
—No lo sé. Nunca le he puesto nombre. —Sonrió, lento y derretido como la mantequilla—。 Creo que tengo unos cuantos a?os para averiguarlo.
Siete, para ser exactos.
Terminó el resto de su vino mientras yo dejaba los palillos, porque aunque quedaba un poco, no podía terminarlo. Hizo un gesto hacia el cuenco y le dije: —Oh, sí, por favor, tómalo.
—No soy más que un agujero negro gastronómico —respondió, poniendo mi cuenco encima del suyo.
Bebí mi vino y me senté mientras terminaba mis fideos. Una idea se formaba lentamente en mi cabeza.
—Entonces, tengo un escenario para ti.
—Vamos —dijo, con la boca llena.
—Hay un autor, ?verdad? En el trabajo. —Intenté mantenerlo lo más anónimo posible—。 Mi amiga y yo estábamos en una puja; se suponía que todos los postores iban a pasar a la siguiente ronda, pero… nos rechazó.
Sus cejas se alzaron.
—?Así de fácil?
—Sin más. Y es frustrante porque sé que estaría increíble con mi amiga. —Me mordí la u?a del pulgar, antes de darme cuenta de lo que estaba haciendo y detenerme rápidamente—。 ?Qué harías tú?
—?Sabes por qué pasó de ustedes?
Por mi culpa, me temo.
—No lo sé.
—Hmm. Eso es difícil. —Empezó a levantarse con nuestros cuencos, pero le aparté la mano de un manotazo y me llevé los platos yo misma.
—Tú cocinas, yo limpio, ?recuerdas? —declaré, y abrí el grifo del fregadero, esperando a que se calentara. Me siguió a la cocina y, cuando me quedé allí de pie, enganchó la barbilla en mi hombro y se apoyó en mí. Olía a jabón de fregar y a lavanda, y necesité toda la voluntad de mi cuerpo para no derretirme en él como un helado en la acera en verano—。 Bueno —dijo, su voz retumbando contra mi piel—, ?podrías ir e intentar convencerlo?
Solté una carcajada.
—Lamentablemente, no funciona así. Y para empeorar las cosas, tanto la carrera de mi amiga como la mía estaban en juego. No lo entiendo. Deberíamos haber pasado a la siguiente ronda.
—Es una pena que no sea chef. En los restaurantes, una buena cocina es un buen equipo. Todos trabajamos en equipo y la mayoría de las veces es mejor si todos nos caemos bien. Mis amigos han estado en sitios donde todo el mundo se metía con todo y era tan horrible que lo dejaron. Las personas son lo más importante en cualquier cocina.
?La personas? Lo miré fijamente.
—?De verdad crees eso?
Se encogió de hombros, como si fuera una obviedad.
—Por supuesto. No nos pagan lo suficiente para trabajar en un sitio de mierda, sobre todo si tenemos el currículum para ir a otro sitio.
Cerré el grifo y me quedé mirándolo, con el cerebro a cien por hora. Dios mío, eso era. Todo lo que tenía que hacer era apelar al chef que hay en él, el que me dijo exactamente esto. Seguro que ya había pasado por una mierda en la cocina; por lo que había leído, los hay a montones. Era una posibilidad remota, pero yo creía en las posibilidades remotas.
Dudó.
—?Qué? ?Hay algo en mi…?
Me giré hacia él, miré sus preciosos ojos color luna y le puse las manos a ambos lados de la cara, aplastándole las mejillas.
—?Eres un genio, Iwan!
Parpadeó.
—Yo… ?lo soy? Quiero decir, claro que sí.
—?Un genio! —Tiré de su cara hacia abajo para besarlo. Sus labios, suaves y cálidos, se sobresaltaron al principio. Apenas se dio cuenta antes de que me apartara—。 Nos vemos luego, ?bien? —Me di la vuelta para marcharme, pero me agarró de la mano y tiró de mí. Me agarró con fuerza, más que de costumbre. De un modo desesperado y anhelante.
—Un momento —murmuró, y volvió a besarme.
Esta vez estaba listo para mí, su boca hambrienta, y me fundí con él. Enrosqué mi mano libre alrededor de su camisa, manteniéndolo cerca. Me soltó la mano y, agachándose para agarrarme por la cintura, me levantó del suelo y me plantó sobre la encimera. Me miró a los ojos y su palidez se tornó tormentosa. Su pelo suelto le caía sobre la cara, y había trozos de oro en él cuando las luces fluorescentes de la cocina le daban justo en el blanco.