The Seven Year Slip(73)
Miré a James.
—Me lo creo.
Parecía afligido.
—Eh…
—Tenemos muchas historias —coincidió Miguel.
Tomé otro pu?ado de papas y les dije a sus amigos:
—No tengo dónde estar. Cuéntenmelo todo.
Isa canturreó excitada y se puso en pie de un salto. Si a James le gustaba hablar con las manos, a Isa le gustaba hacerlo con todo el cuerpo. Se movía cuando hablaba, me di cuenta enseguida, yendo y viniendo, girando sobre sus talones, como si quedarse sentada fuera la perdición de su existencia.
—Bueno, estás viendo a los tres mejores chefs del CIA del a?o en que nos graduamos —empezó, se?alándolos a los tres—。 Y dos de nosotros casi no nos graduamos, pero no por falta de ganas.
James se inclinó cerca de mí y murmuró, su voz baja y un poco juguetona: —Te dejaré adivinar cuáles dos.
—Tú no, seguro —le contesté, y su boca se crispó en una sonrisa de oreja a oreja.
Isa prosiguió:
—En cierto modo, todos gravitamos unos hacia otros, ya que éramos de los más viejos del lugar.
—Creo que era el mayor de nuestra clase… —dijo James, más alto, aunque no se apartó de mí. Nuestros hombros se rozaron y me sentí como una adolescente, con el corazón subiéndome a la garganta.
—No, no. —Miguel hizo un gesto con la mano—。 Estaba esa contable jubilada. ?Cómo se llamaba? ?Beatrice? ?Bernadette?
Isa chasqueó los dedos y le se?aló.
—?Bertie! Ella es la razón por la que nos fuimos al extranjero aquel verano, ?recuerdas? ?Cuando atendimos a esa colonia nudista en la costa de Francia?
James tenía una mirada lejana, como si estuviera relatando una zona de guerra.
—Ojalá no lo hubiera hecho.
Miguel continuó:
—O la vez que casi envenenamos a la Reina de Inglaterra.
—No lo hicimos —corrigió James—。 Ni remotamente.
Pero todo lo que saqué de eso fue:
—?Cocinaste para la reina?
Sacudió la cabeza.
—Dios la tenga en su gloria. No era para tanto…
—?Claro que sí! Escucha, nunca se emociona por nada. Era para un banquete, ?verdad? Algo realmente lujoso, y habíamos conseguido buenas referencias. Aunque no creo que estuvieras trabajando en la cocina, ?verdad, Isa?
—No, me estaba emborrachando en Shoreditch.
—Claro, claro. —Miguel asintió, recordando—。 Bueno, si no hubiera sido por ese catador de veneno, nadie lo habría descubierto.
—El pimentón y la guindilla molida se parecen, ?bien? —James se masajeó el puente de la nariz y luego dijo un poco más bajo—: Y tenía un poco de resaca.
—Dios mío —jadeé—。 ?Casi fuiste un asesino?
—La guindilla molida no habría matado a la reina —replicó indignado, golpeando su hombro contra el mío. Incluso a través de nuestra ropa, estaba caliente, y tan cerca podía oler las notas de su loción de afeitar: cedro amaderado y rosa—。 ?Cayena, en cambio? Probablemente.
—?Esa ni siquiera es la historia divertida! —continuó Miguel, con una chispa en los ojos. Se explayó poéticamente sobre otras anécdotas con James, historias de una aventura de una noche en Glasgow, un encuentro con un mafioso en Madrid que acabó en una persecución a toda velocidad en ciclomotor por la Gran Vía, viajando tan lejos y tan lejos como había dicho, allá en el apartamento de mi tía, que esperaba hacerlo.
Hablamos hasta que nuestros dedos cubiertos de azúcar y canela tocaron el fondo de la bolsa de papas fritas, y fue una buena noche. El tipo de buena noche que no había tenido en mucho tiempo.
El tipo de bien que se te pegaba a los huesos, espeso y cálido, y te cubría el alma de luz dorada.
Buena comida con buenos amigos.
Al final, James volvía a reír y sonreía con facilidad cuando hablaba de sus primeros días como cocinero en el Olive Branch y del vendedor de carne que intentó juntarlo con su hija.
—Creo que en realidad fuiste a una cita, ?no? —Isa preguntó.
James agachó la cabeza.
—Una. Enseguida nos dimos cuenta de que no éramos compatibles. Pero tenía una cabrita a la que vestía con botas de agua. Qué linda —admitió.
Miguel preguntó:
—?No fue el oto?o siguiente a tu llegada a NYC? ?Cuando te ascendieron a línea en la sucursal? —Para entonces yo estaba tan interesada que deseaba cada peque?a cosa sucia y vergonzosa que James Iwan Ashton hubiera hecho o en la que hubiera participado—。 Después de conocer a esa chica, ?verdad?
Algo cambió entonces en la postura de James, mientras nos apoyábamos el uno contra el otro. Se puso rígido.
—Esa historia no.
—Oh, vamos. —Isa puso los ojos en blanco y me dijo—: Nunca ha dejado de hablar de ella. Ni una sola vez, ni un segundo. ?Cómo se llamaba? Tenía algo que ver con una canción, ?no?
—?Una canción? —Quería y no quería saberlo.