The Seven Year Slip(77)
—Todo —murmuró mientras su boca exploraba mis pechos, sus dedos seguían mis curvas hacia abajo, tirando de mi falda, deslizándose bajo mi ropa interior— encantador…
Me tensé en un grito ahogado cuando sus dedos juguetearon conmigo y mis manos se agarraron a su pelo revuelto.
—… cada pieza —gru?ó, y deslizó sus dedos dentro de mí, acariciándome, mientras su lengua bailaba sobre la piel desnuda de mis pechos. Me retorcí bajo su peso, pero él me abrazó con firmeza y murmuró dulcemente, como chocolate, sus palabras agrias y tímidas como limones, afirmación tras afirmación en mi pelo. Nunca he sido el tipo de mujer que se enamora de una voz, pero cuando me corrí, me apretó la boca contra la oreja y retumbó—: Buena chica —de la forma exacta que me hizo perder todo sentido de la autopreservación.
Mi tía tenía dos normas en el apartamento: una, quítate los zapatos junto a la puerta, y estoy segura de que yo me había olvidado de hacerlo al menos una vez.
Así que al menos una vez también pude romper la regla número dos.
Solo una vez.
Pero, a diferencia de lo que ocurre con los zapatos, basta con enamorarse una vez para arruinarse para siempre.
—?Anticonceptivos? —preguntó entre besos.
Tuve que pensar un segundo.
—Um, sí, pero…
—Espera, por favor. —Dejó un rastro de besos por mi cuerpo y me plantó uno en la cara interna del muslo antes de salir a buscar algo en la cartera y volver al dormitorio, quitándose los pantalones. Rompió el envoltorio del preservativo con los dientes (lo cual era mucho más sexi de lo que yo pensaba) y se lo puso antes de que, lentamente, saboreándome, se deslizara dentro de mí, murmurando salmos de mi cuerpo mientras lo recorría, y supe que estaba cayendo. El tipo de caída que me dolería cuando tocara el suelo. El tipo de caída que me haría pedazos.
Así que lo besé, sintiéndome brillante y temeraria y valiente, y caí.
A la ma?ana siguiente, tenía la boca como si me hubiera tragado un paquete entero de bolas de algodón, y entonces me acordé: bourbon. La botella vacía seguía en la mesilla de noche y mis bragas rosas de encaje colgaban de la pantalla.
?Con clase, Clementine?.
A mi lado, alguien gimió. Estaba tan acostumbrada a despertarme sola que no me había dado cuenta de que Iwan seguía en la cama a mi lado hasta que se dio la vuelta y me besó el hombro desnudo.
—Buenos días —murmuró somnoliento y ahogó un bostezo contra mi piel. Su voz era arrastrada y frita por la ma?ana, y adorable—。 ?Cómo estás?
Apreté la palma de la mano contra un ojo. Sentía la cabeza llena de arena.
—Muerta —grazné.
Se rio, suave y ronco.
—?Café?
—Mmm.
Así que se dio la vuelta y empezó a levantarse de la cama, pero el espacio que dejaba se sintió tan frío de repente, que rápidamente me agarré a él por la cintura y tiré de él para que volviera a la cama. Cayó sobre el colchón con una risita y yo me acurruqué contra su espalda, empujando mis pies helados contra los suyos.
—?Tienes los pies helados! —gritó.
—Trato hecho.
—Bien, Bien, déjame… aguantar —dijo con un suspiro, y se puso boca arriba—。 No te tomé por una mimosa —a?adió, no sin maldad.
—Cinco minutos más —murmuré, apoyando la cabeza en su pecho. Su corazón latía con rapidez en su caja torácica y yo lo escuchaba inspirar y espirar. El apartamento estaba en silencio y la luz de la ma?ana se entremezclaba en dorados y verdes a través de las obras de arte de cristal que colgaban sobre la ventana detrás de la cama.
Al cabo de un rato, dijo:
—Creo que las palomas del salón llevan mirándonos desde el amanecer.
—?Hmm?
Se?aló hacia la ventana y miré hacia arriba. Efectivamente, Mother y Fucker estaban sentados en el alféizar de la ventana. Me senté en la cama, asegurándome de que la sábana me envolvía, y los miré con los ojos entrecerrados.
—?Cuánto tiempo crees que viven las palomas en libertad?
Se lo pensó.
—Probablemente unos cinco a?os, ?por qué?
—Solo me lo preguntaba —respondí con desdén y volví a mirar a las dos que estaban en el alféizar. Eran exactamente iguales a las de mi infancia. Una tenía plumas azules alrededor del cuello como un collar, el resto moteado de blanco y gris, y la otra parecía un poco grasienta, con vetas de plumaje azul marino que llegaban hasta la punta de las plumas. Ahora que lo pensaba, no recordaba qué aspecto tenían las palomas anteriores, ni si habían tenido crías. Siempre había supuesto que anidaban en invierno y que una nueva pareja ocupaba su lugar cada a?o, pero ahora empezaba a sospechar algo muy distinto, y me recordaban (con toda claridad) que yo tampoco estaba donde debía estar.
Les hice un gesto con la mano.
—Fuera, fuera. Váyanse —les dije, pero no levantaron el vuelo hasta que golpeé la ventana con los nudillos. Entonces volaron hasta su posición normal en el salón—。 Mi tía odiaba a esos pájaros —dije mientras me recostaba contra él y cerraba los ojos.