The Seven Year Slip(74)
—Sí —aceptó Miguel, y empezó a cantarla—。 Oh mi querida, oh mi querida, oh mi querida Clementine.
Capítulo 29
Mal momento
James me acompa?ó a la estación de metro, aunque había llamado a un Uber para que lo llevara… No estaba segura de dónde vivía, en realidad, pero desde luego no era el Monroe. Después de que Miguel cantara ?Oh my darling, Clementine? pensé que acabaría atragantándome con una papa frita. James no tardó en cambiar de tema y hablar de cómo Miguel se había declarado a Isa, en realidad en medio del camión de comida, un lluvioso día de primavera de hacía tres a?os. Sin clientes, ellos dos solos, y un filete que se iba a estropear. Me habría encantado su historia si mi mente no siguiera tambaleándose por la conversación anterior.
?Nunca ha dejado de hablar de ella? había dicho Miguel, justo antes de cantar la canción, y pensar en ello me producía mariposas en el estómago.
?Nunca ha dejado de hablar de ella?, de mí.
—Esta noche ha sido divertida. Gracias por entretener a mis amigos. Pueden ser… mucho —dijo, con las manos en los bolsillos.
—Si crees que son malos, deberías salir con Drew y Fiona —respondí con una risa cohibida, porque pensar en los cuatro juntos en la misma habitación era como un ataque de pánico a punto de producirse. Me detuve justo delante de las escaleras que conducían al andén del tren, y él se quedó a mi lado. Demasiado cerca y demasiado lejos a la vez.
Como si ambos estuviéramos esperando a que pasara algo.
Me volví y pregunté, intentando no sonar demasiado tímida:
—Así que Clementine, ?eh? ?Cuántas chicas llamadas Clementine conoces?
Su boca se contrajo en una sonrisa. Sus ojos eran suaves charcos de gris. Tal vez los pintaría de verde aguado, con trocitos de amarillo y azul, nubes opalescentes.
—Solo una —respondió en voz baja y sacó las manos de los bolsillos.
Las mariposas de mi estómago se volvieron voraces.
—Debe haber tenido suerte, entonces.
—También es inteligente, y tiene talento, y es guapa —siguió contando mis cualidades con los dedos, y se acercó un paso.
Así de cerca, parecía mucho más guapo de lo que yo esperaba, con sus espesas cejas oscuras recortadas y las pecas de la nariz salpicándole la piel como constelaciones. Su mirada era cautelosa y deseé, deseé con todas mis fuerzas, que siguiera siendo aquel hombre de ojos abiertos del apartamento de mi tía.
Llevé las manos a su cara, trazando las líneas de la risa alrededor de su boca, sintiendo la barba incipiente. Cerré los ojos y sentí su boca cerca de la mía, y quise que me besara, me di cuenta con una punzada de terror. Deseaba que me besara más de lo que había deseado nada en mucho, mucho tiempo. Estar cerca de él era como una historia de la que no sabía el final: la sensación de roca efervescente en los huesos que siempre tenía cuando mi tía me sonreía con todos los dientes, con los ojos brillantes y desorbitados, y me invitaba a una aventura.
Era una aventura. Una que de repente supe que quería emprender.
Sin ninguna duda, yo quería esto.
Lo quería.
Pero pasó un segundo, y luego otro, y la boyante sensación en mi estómago empezó a hundirse rápidamente. Abrí los ojos cuando se apartó de mí y me plantó un beso en la frente.
—Y ella está supremamente fuera de los límites —terminó, con su voz contra mi pelo. El corazón me dio un vuelco en la última traición. Se apartó de mí, con una expresión de dolor en el rostro—。 Siempre es el momento equivocado, ?verdad, Lemon?
—Sí —susurré, con la voz entrecortada, porque tenía razón y me mortificaba que tuviera que ser él quien lo se?alara. No podía mirarlo—。 Debería… debería irme —murmuré, y huí escaleras abajo.
—?Lemon! —me llamó, pero no me detuve hasta que atravesé el torniquete y me dirigí hacia el andén del metro.
Casi había tirado mi carrera por la borda, ?y para qué? ?Por un sentimiento apresurado que, de todos modos, no se quedaría? Porque nada se quedó.
Nada lo haría.
Pero lo que me asustó no fue el hecho de que ni siquiera me lo hubiera pensado dos veces antes de besarlo, sino que no me hubiera preocupado en absoluto por mi carrera. Lo que pensaría Rhonda. De tirar por la borda siete a?os de horas extras, fines de semana sin dormir y recortes de papel.
Eso era lo que más me asustaba, que aquello por lo que había estado trabajando tan duramente fuera algo que, en una fracción de segundo, ni siquiera me importaba.
El tren llegó al andén y subí. Aún sentía la impresión de sus manos entre las mías, y el estómago me ardía cada vez que pensaba en lo cerca que había estado. El olor de su loción de afeitar. El calor de su cuerpo. Cómo se había detenido, el suspiro casi silencioso.
?Siempre es el momento equivocado, ?verdad?? había preguntado.