The Seven Year Slip(79)



Así, mucho mejor.

Sonrió mientras me guiaba hacia la puerta, con los ojos brillantes por la posibilidad.

—Iremos a todas partes. Encontraremos la pizza más grasienta de Nueva York. Iremos…

Y en cuanto abrió la puerta, desapareció, dejando solo el calor de sus dedos entre los míos, y luego incluso eso se desvaneció, y yo me quedé en el oscuro apartamento de mi tía, en el presente, y miré mi mano vacía.

Capítulo 31

Cartas a los muertos

Después de intentar volver cuatro… no, cinco veces, finalmente me di por vencida y me di cuenta de que el apartamento no me iba a enviar de vuelta con él hoy, y decidí ir a hacer unos recados. Cerré la puerta y metí las llaves en el bolso mientras salía del edificio. No quería quedarme ahora, con la sensación de la mano de Iwan aún en la mía. En la recepción, Earl cerró su última novela de James Patterson y me saludó.

—?Hola, Clementine! El verano hace estallar las tormentas en un abrir y cerrar de ojos, ?verdad? —dijo cuando me acerqué a la puerta giratoria y miré hacia la lúgubre lluvia gris. Me alegré de no parecer tan resacosa, aunque lo sentía en cada hueso de mi cuerpo—。 Sabes, recuerdo cuando tú y tu tía bajaban del ascensor y corrían hacia el patio y volvían empapadas. —Sacudió la cabeza—。 Es un milagro que nunca te atrapara la muerte ahí fuera.

—Ella siempre decía que bailar bajo la lluvia alarga la vida —le contesté, aunque era una tontería y una falsedad absoluta. Era un pensamiento bonito, aunque resultara ser falso.

—Tendré que probarlo algún día —respondió riendo—。 ?Quizá viva para siempre!

—Tal vez —concedí, y me apoyé en el escritorio para esperar a que pasara la tormenta. Cada vez que la lluvia empezaba a tamborilear en las ventanas, dondequiera que estuviéramos mi tía y yo —no importaba si estábamos en casa o en algún lugar extranjero— me tomaba de la mano y tiraba de mí hacia la lluvia. Extendía los brazos e inclinaba la cabeza hacia el cielo. Porque así era la vida, decía siempre.

Para eso era la vida.

?Quién si no podría decir que bailó bajo la lluvia delante del Louvre?

—Vamos, mi querida Clementine —me apremió, metiéndome en el aguacero que caía frente al famoso museo de París, la gran pirámide de cristal que era nuestra pareja de baile. Levantó las manos por encima de la cabeza y cerró los ojos como si quisiera canalizar un poder divino. Hizo una pose y empezó a sacudir los hombros—。 Solo se vive una vez.

—?Qué? No, para —supliqué, con los zapatos chirriando y mi bonito vestido amarillo ya empapado—。 ?Todo el mundo está mirando!

—?Claro que sí, quieren ser nosotras! —Me agarró de las manos y las levantó, y me hizo girar sobre los adoquines, un vals contra la tristeza, y contra la muerte, y el dolor, y la angustia—。 ?Disfruta de la lluvia! Nunca sabes cuándo será la última.

Mi tía vivía el momento porque siempre pensaba que sería el último. Nunca había un motivo o una razón para ello, incluso cuando estaba sana, vivía como si se estuviera muriendo, con el sabor de la mortalidad en la lengua.

Me encantaba su forma de ver el mundo, siempre como un último suspiro antes del final, bebiéndolo todo como si no fuera a volver nunca más, y quizá aún me gusten algunos trozos de eso.

Me encantaba que dedicara cada momento a crear un recuerdo, que viviera cada segundo con amplitud y plenitud, y odiaba que nunca pensara —ni se le ocurriera— que volvería a bailar bajo la lluvia.

Las miradas confusas de los turistas en el patio del Louvre se fundieron en asombro cuando ella los arrastró —a todos los extra?os— uno a uno hacia la tormenta. Un violinista que había buscado cobijo bajo el borde de un puesto de periódicos se echó el instrumento al hombro y empezó a tocar de nuevo, y los ni?os salieron corriendo para unirse a nosotros, y pronto todo el mundo estaba dando vueltas bajo la lluvia.

Porque esa era mi tía. Ese era el tipo de persona que era.

La melodía de una canción de ABBA cantaba sobre las cuerdas del violinista, un gui?o sobre arriesgarse, sobre enamorarse, y bailamos, y al día siguiente me había resfriado y pasé el resto de la semana en el apartamento que habíamos alquilado, sobreviviendo a base de sopa de caldo y gaseosa. Nunca les dijimos a mis padres que me había puesto enferma, solo que habíamos bailado bajo la lluvia.

Nunca les conté a mis padres las cosas malas.

Tal vez si hubiera…

La lluvia empezó a amainar cuando Earl dijo:

—Oh, creo que tienes algo en el buzón.

Mi buzón. Me sacudió tanto oírlo. Se suponía que era de mi tía, pero ahora yo tenía las llaves y cualquier carta dirigida a ella llevaba seis meses sin recibir respuesta. Ella ya no recibía mucho correo, después de que yo cerrara su cuenta bancaria y sus tarjetas de crédito, pero a veces había algún correo basura, así que me acerqué a la hilera de buzones dorados y saqué mi llave.

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