The Seven Year Slip(97)



Había algo agradable en volver a hacerlo, sentarse en los mismos bancos del parque, dar de comer a los mismos patos en el estanque, tan trillado y natural. No seguro, en realidad, porque cada viaje era diferente, pero familiar.

Como encontrarse con un viejo amigo siete a?os después.

Capítulo 37

El último adiós

Después de despedirme de mis padres en la estación de tren, me fui a casa. Al apartamento de mi tía.

A mi apartamento.

El cambio no siempre era algo malo, como mi tía se había convencido de creer. Tampoco era siempre bueno. Podía ser neutro, podía estar bien.

Las cosas cambiaron, la gente cambió.

Yo también cambié. Se me permitió hacerlo. Quería hacerlo. Lo hice.

Había algunas cosas que no cambiaban: el Monroe, por ejemplo. Siempre me quedaba sin aliento cuando me acercaba a él, parecía el protagonista de una serie de libros infantiles sobre una ni?a. Quizá se llamara Clementine. El edificio siempre tenía un portero, un se?or mayor llamado Earl, que sabía el nombre de todos los vecinos y siempre los saludaba. El ascensor siempre olía como si alguien se hubiera olvidado la comida, y el espejo del techo siempre te miraba una fracción de segundo demasiado tarde, y la música siempre era horrible.

—Estarás bien —le dije al reflejo, y ella pareció creerlo.

El ascensor se detuvo en la cuarta planta. No recordaba cuántas veces había hecho rodar las maletas por aquel pasillo, con las ruedas enganchadas en cada nudo y abolladura de la moqueta. Llevaba el pasaporte en la mano y un montón de guías de viaje en la mochila. Siete a?os atrás, acababa de volver a casa de nuestro viaje por Europa, cansada y desesperadamente necesitada de una ducha; el resto de mi vida se extendía ante mí como las partes buenas de una novela que el autor aún no había escrito y no sabía cómo hacerlo.

Me licencié en Historia del Arte, algo que en realidad no tenía un único camino. Había pensado en opositar a comisaria. Había reflexionado sobre convertirme en una galerista. Quizás intentar un programa de posgrado. Pero nada de eso me atraía. Pensé que nada lo haría. Me había pasado todo el verano ojeando un viejo y andrajoso ejemplar de The Quintessential European Travel Guide que había birlado de una tienda de segunda mano en Londres, grabando paisajes sobre las trampas turísticas y los restaurantes recomendados.

Había dejado a mi tía en su apartamento, tan cansada que tenía los pies entumecidos, y había llamado a un taxi en la puerta, sin saber que otra persona acababa de colarse dentro. Abrí la puerta y entré, pero el desconocido me miraba con expresión perpleja.

?l me había dicho que podía tomarlo yo, pero yo le dije que podía él, y acabamos descubriendo que los dos íbamos hacia la Universidad de Nueva York de todos modos, así que por qué no ir juntos y compartir la cuenta. El peso de mi futuro se había extendido ante mí ahora que estaba de nuevo en tierra, en una ciudad en la que tenía que encontrar un trabajo y una futura carrera, y en lo único que podía pensar era en The Quintessential European Travel Guide, y en el logotipo del martillo perforador, y una idea empezó a formarse. Me habló del apartamento que estaba a punto de alquilar con dos de sus amigos, y de lo ilusionado que estaba por poder quedarse en la ciudad. Y entonces me preguntó…

—?Y tú? —No recordaba su aspecto (vaqueros desgastados y una sencilla camisa blanca), pero la mayor parte del día estaba borrosa. Había conocido tantas caras en los últimos meses que todas tendían a confundirse.

Incluso las que cambiarían mi vida.

—Creo que quiero trabajar con libros —le dije, sorprendiéndome incluso a mí misma—。 ?Es raro? —a?adí con una risa cohibida—。 ?No sé nada de la edición de libros! Debo de estar loca.

Y sonrió, y recordándolo, casi podía recordar su cara entonces. La curvatura de su boca. Sus ojos amables. Y dijo:

—No lo creo. Creo que vas a ser increíble.

Fue ese germen de una idea lo que, unas semanas más tarde, me llevó a solicitar todos los puestos de trabajo que pude encontrar en el mundo editorial. Todo para lo que estaba remotamente cualificada. Solo necesitaba un pie en la puerta. Solo necesitaba una oportunidad.

Lo siguiente que supe fue que estaba en una entrevista preliminar en una sala de conferencias de Strauss & Adder, sentada frente a una mujer tan elegante y atrevida que parecía hecha para el pintalabios rojo y los tacones con estampado de leopardo. Supe al instante que quería ser como ella, exactamente como ella. Alguien que tuviera su vida resuelta. Alguien con éxito. Alguien que se conociera a sí misma.

Pero al intentar ser Rhonda, nunca me había parado a pensar qué partes de mí misma había recortado.

Supongo que algo así como James.

Habíamos crecido y nos habíamos distanciado de distintas maneras.

Me detuve en el apartamento B4. Mi apartamento. Saqué las llaves del bolso y giré la cerradura. Sentí una bocanada de aire fresco al abrirse y el corazón se me estrujó en el pecho. Otra vez esa sensación. Tan leve, casi producto de mi imaginación. El hormigueo del tiempo sobre mi piel cuando atravesé la puerta y entré en el pasado.

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