The Seven Year Slip(98)



El apartamento estaba a oscuras, salvo por la luz dorada del sol de la tarde que entraba por las ventanas del salón. Mother y Fucker se acicalaban en el aire acondicionado. Todo estaba ordenado, las mantas dobladas y las almohadas hinchadas.

Las mantas no eran mías. Y el sillón de mi tía estaba en la esquina.

El apartamento me había traído de vuelta.

Rápidamente comprobé la fecha en mi teléfono. Hacía siete a?os que volveríamos hoy. ?Ya lo había echado de menos?

Pero cuando me volví hacia la cocina, estaba sentado a la mesa. Llevaba unos vaqueros desgastados y una camiseta blanca con el cuello alargado y, de repente, vi al hombre del taxi. Cuando saliera, me reuniría con él en la acera. Compartiría un taxi con él, y me dolía el corazón al darme cuenta de que nos habíamos cruzado, una y otra vez, como barcos en la noche.

Levantó la vista y el reconocimiento iluminó sus ojos grises.

—Lemon…

Mi cuerpo reaccionó antes de que yo pudiera hacerlo y me apresuré a cruzar la cocina, y él me acercó, hundiendo su cara en mi estómago.

—?Eres real? —murmuró porque yo había desaparecido ante sus ojos la última vez que me vio. Cada día que volvía al apartamento, esperaba que me trajera de vuelta para poder explicarme, pero nunca lo hizo.

Le peiné el pelo con los dedos. Memoricé lo suave que se sentía, cómo sus rizos casta?os abrazaban las yemas de mis dedos.

—Sí, y lo siento. Siento no habértelo dicho.

Se inclinó un poco hacia atrás y me miró a la cara con esos preciosos ojos pálidos.

—?Eres un fantasma?

Me reí, aliviada, porque, sí, lo era y, no, no lo era, porque era complicado, porque ahora sabía lo que era esta sensación, cálida y boyante, y lo besé en los labios.

—Quiero contarte una historia —le respondí—, sobre un apartamento mágico. Puede que al principio no me creas, pero te prometo que es verdad.

Y le conté una historia extra?a, sobre un lugar entre lugares que sangraba como acuarelas. Un lugar que a veces parecía tener mente propia. Solo le conté las partes mágicas, las que se me pegaban a los huesos como una sopa caliente en invierno. Le hablé de mi tía y de la mujer a la que amaba a través del tiempo, y de su miedo a que las cosas buenas se estropearan, y le hablé de su sobrina, que tenía tanto miedo de algo bueno que se conformaba con lo seguro, que se recortaba tanto para encajar en la persona que creía que quería ser.

—Hasta que conoció a alguien en ese terrible y encantador apartamento que la hizo querer un poco más.

—Debían de ser muy importantes para ella —respondió en voz baja.

Le pasé los dedos por la cara, memorizando el arco de sus cejas, el corte de su mandíbula.

—Lo es —susurré, y él me besó, largo y sabroso, como si yo fuera su sabor favorito. Quería sumergirme en sus caricias y no volver a salir, pero había una parte de mí que me devolvía al presente, al lugar al que pertenecía.

—Pero, ?por qué siete? —preguntó al cabo de un momento, frunciendo las cejas—。 ?Por qué siete a?os?

—?Por qué no? Es un número de la suerte… o quizá sea el número de arco iris que verás —a?adí bromeando—。 Tal vez sea el número de vuelos que pierdes. El número de tartas de limón que quemarás. O tal vez sea cuánto tiempo esperarás antes de volver a encontrarme en el futuro. —Empecé a alejarme cuando me agarró por el medio y me atrajo de nuevo.

—Nunca tendré que esperar nada si nunca te dejo marchar —dijo con seriedad, sujetándome con fuerza las manos—。 Podemos quedarnos aquí para siempre.

Qué pensamiento más bonito.

—Sabes que no podemos —respondí—, pero me encontrarás en el futuro.

Sus ojos se volvieron acerados.

—Puedo encontrarte ahora. Hoy mismo. Buscaré por todas partes. Te…

—No sería yo, Iwan.

Hace siete a?os, me habría sentido fatal por él. Tenía veintidós a?os y acababa de sufrir mi primer desenga?o amoroso de verdad. Me había pasado el verano de juerga con mi tía, besando a todos los chicos extranjeros que conocía en bares sombríos. El amor no era algo que buscara, era algo que hacía una y otra vez para intentar olvidar al chico que me rompió el corazón. Apenas recordaba su nombre ahora: Evan o Wesley, algo de clase media y suburbana, que conducía un coche ecológico, con los ojos puestos en la facultad de Derecho.

Hace siete a?os, yo era otra persona totalmente distinta, probándome diferentes sombreros para ver cuál me quedaba mejor, con qué piel me sentía cómoda compartiendo.

Hace siete a?os, él era ese lavaplatos de ojos brillantes con jabón bajo las u?as, que llevaba camisas demasiado largas, intentando encontrar su sue?o, y en el presente, era lustroso y seguro de sí mismo, aunque cuando sonreía, se le veían las grietas, y eran grietas que probablemente la mayoría de la gente no quería ver. Pero yo también las quería.

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