The Seven Year Slip(93)



Así que no me sorprendió estar en la sala de espera. Juliette, en cambio, era nueva.

—Puedes irte —le dije, pero ella negó con la cabeza.

—De ninguna manera, me quedo con las cosas —respondió. Quise se?alarle que en realidad no tenía ninguna obligación con Fiona o Drew, pero luego me lo pensé mejor. Si ella quería estar aquí, ?quién era yo para decirle que no?

Al cabo de una hora, me estiré y miré el celular. Eran casi las diez y media de la noche. Juliette navegaba nerviosa por Instagram mientras yo esbozaba en mi guía de viaje el contorno de la sala de espera en la sección titulada Quiet Reprieves. El sofá somnoliento. Las sillas de aspecto cansado. La familia del otro lado, el padre que había vuelto con su mujer, los abuelos encorvados en las sillas para esperar, dos ni?os viendo una película de Disney en el teléfono de su padre.

—Mierda —murmuró Juliette, deteniéndose ante una foto.

Me senté y me crují el cuello.

—?Qué pasa?

Ella suspiró.

—Nada.

Eché un vistazo a su teléfono, de todos modos.

—?Es Rob?

—Tenía un espectáculo esta noche —respondió ella, pero eso no era lo que estaba mal en la foto. Estaba besando a otra mujer—。 Probablemente sea una fanática —dijo ella, como si quisiera explicarlo—。 Es muy bueno con sus fans.

La miré con espanto.

—?En serio?

—No importa. Me lo compensará —respondió ella, poniendo el teléfono en reposo y metiéndolo en el bolso—。 No pasa nada.

Pero no fue así. Me volví hacia ella y tomé sus manos entre las mías.

—Somos amigas, ?verdad?

—Eso espero. Ves mis historias privadas en Instagram, y si no somos amigas, realmente necesito reconsiderarlo.

No pude evitar reírme.

—Somos amigas, así que solo quiero decirte: que se joda Romeo-Rob.

Parpadeó.

—?Qué?

—Que se joda Rob —repetí—。 Eres demasiado lista, demasiado guapa y tienes demasiado éxito para que un guitarrista de la lista D de un grupo sin nombre te trate como si fueras reemplazable. No lo eres.

—Toca el bajo, en realidad… —murmuró.

—?Que se joda! ?Por qué sigues volviendo con él si te hace tan miserable?

Sus ojos se abrieron de par en par y abrió la boca, para luego volver a cerrarla, mirando a la familia del otro lado de la sala de espera, que había tapado los oídos de sus hijos, escandalizada. No me importó, era mi momento de película.

Continué:

—Lo entiendo, está bueno. Probablemente te da el mejor sexo de tu vida. Pero si no te llena de campanas estar a su lado cada segundo que pasas con él (si no te hace feliz), entonces, ?qué demonios estás haciendo? Solo se vive una vez —dije, porque si algo había aprendido de vivir en un apartamento que viaja en el tiempo es que, por mucho tiempo que tengas, nunca es suficiente. Y yo quería empezar a vivir mi vida como si estuviera disfrutando cada momento que tenía—。 Y si lo haces bien —dije, recordando la forma en que mi tía se reía mientras corríamos para abordar nuestros vuelos de conexión en el aeropuerto, cómo abría los brazos en la cima de Arthur's Seat y el Partenón y Santorini y cada colina con una hermosa vista que se encontraba, como si quisiera abrazar el cielo; la forma en que siempre se tomaba su tiempo para decidir lo que quería en un menú; la forma en que preguntaba a todos los que conocía por sus historias, absorbía sus cuentos de hadas y perseguía la luna.

—Si lo haces bien —repetí—, una vez es todo lo que necesitas.

Juliette se quedó callada durante un largo rato y luego se le llenó la cara de lágrimas.

—?Y si nunca encuentro a nadie más?

—Pero, ?y si lo haces? —pregunté, apretando sus manos con fuerza—。 Mereces averiguarlo.

Con un sollozo, extendió los brazos y me abrazó con fuerza, hundiendo la cabeza en mi hombro. No me lo esperaba, así que me puse rígida ante el repentino contacto, pero si ella se dio cuenta, no me soltó, porque se aferró a mí mientras lloraba en mi hombro. La rodeé torpemente con los brazos y le di unas palmaditas en la espalda.

No sabía que nadie le había dicho que se merecía más. No sabía que llevaba tiempo pensando en dejarlo. No sabía lo infeliz que había sido. Lo desgraciada que era. Dijo que no se había dado cuenta hasta que le dije que se merecía algo mejor.

Cuando por fin me soltó y me dijo que tenía razón, pensé en mi peque?o cubículo, en los cuadros de paisajes que colgaba en mi pizarra y en las pilas de guías de viaje que tenía guardadas en el cajón de mi escritorio. Pensé en volver a casa, al peque?o apartamento de mi tía, y tomar el tren cada ma?ana, y planear las aventuras de otra persona en una hoja de cálculo Excel para el resto de mi vida.

Y me di cuenta de que yo también era infeliz.

Las puertas de la sala de espera se abrieron de par en par y Drew entró de golpe, con una sonrisa tan amplia y brillante que era contagiosa, y cualquier respuesta que hubiera podido tener se borró en ese momento.

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