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Yerba Buena(36)

Author:Nina Lacour

Colgó el bolso del gancho que había bajo la barra y se sentó.

Entonces, notó una ráfaga de movimiento. Sara se volvió hacia ella, con una carta y un vaso de agua en la mano. Emilie vio sus brazos fuertes y delgados, los tatuajes que tenía en la parte interior de uno de ellos, aunque las palabras seguían siendo demasiado peque?as como para descifrarlas. Observó su rostro con ojos de un azul profundo y con esas pesta?as rubias que se volvían más claras en las puntas.

—Hola —saludó Sara. Vio el hueco de su sonrisa, con dientes blancos y ligeramente torcidos—。 Vuelvo enseguida. —Dio unos golpecitos con una mano en la carta como si estuviera llamando a una puerta. Se giró rápidamente para alcanzar una botella. Vio la curva de sus caderas, la franja de piel que le asomaba entre la camisa y el cinturón. Emilie la miró con el rostro incandescente.

Recordó la primera vez que se habían visto, el modo en que había visto a Sara trabajando justo en esa barra, por la ma?ana. Lo bien que se había sentido cuando sus manos se habían tocado, cuando Sara la había saludado. Y cómo Sara había oído lo de la mesa del desayuno, había hecho la suposición lógica y había puesto fin a lo que podría haber empezado.

Emilie se preguntó si Sara también la recordaría. Esperaba que no, así tendría una segunda oportunidad para un primer encuentro.

Se concentró en la carta, pero lo único que Emilie podía ver era que Sara estaba en su periferia. Pasaron los minutos e intentó no mirar. Sabía que tenía que leer la carta para que Sara pudiera tomar nota de su pedido cuando volviera. Emilie lo estaba deseando. Había dos camareros en la barra; cada uno se ocupaba de la mitad de los asientos. Siempre lo hacían de ese modo, pero aun así a Emilie la preocupaba irracionablemente que cambiaran de lado.

Necesitaba concentrarse. Elegiría una bebida. Mejor aún, elegiría dos y le preguntaría a Sara su opinión, así se quedaría más rato con ella. Así Emilie podría escuchar más tiempo su voz. Puede que se presentaran, y Emilie tuviera la oportunidad de volver a sostener la mano de Sara.

Pero cuando Sara volvió junto a Emilie, se inclinó sobre la barra y le preguntó:

—?Cuándo dejaste de encargarte de las flores?

Ah, vale, pensó Emilie.

—Hace un tiempo —respondió. ?Cuánto tiempo había pasado?—。 Hace casi un a?o.

Quería decir: ?Ahora soy una persona diferente?. Quería enumerar en qué. Lo de Jacob había terminado. Había acabado la escuela. Se había mudado de su estudio de mierda a un lugar todavía peor, pero bueno, se había marchado. Había presenciado el declive y la muerte de un ser querido. Soy diferente. Soy diferente.

—?Y qué te apetece? —preguntó Sara.

Emilie sonrió y miró hacia abajo intentando ocultarlo.

Sara rio.

—?Qué?

—Nada —respondió Emilie negando con la cabeza. Solo… —Se?aló la primera ensalada de la carta sin fijarse en lo que era—。 Esto. Y un Yerba Buena.

—Perfecto —dijo Sara.

A Emilie ya no le importaba la comida, solo necesitaba un motivo para quedarse. Pero cuando Sara volvió con la copa de cristal, llena hasta el borde de un líquido amarillento con una hoja de menta que antes no formaba parte de la bebida, Emilie bebió con ansias. Cuando lo preparaba Jacob estaba bueno. Ahora tenía un sabor extraordinario.

—?Qué tal está la bebida? —preguntó Sara deteniéndose junto a ella un momento después.

—Deliciosa —contestó Emilie—。 También me encanta la menta. —Vio que Sara observaba la copa—。 ?En qué estás pensando? —preguntó, sabiendo que era una pregunta íntima para una casi desconocida.

—Es menta verde. Quedaría mejor con yerba buena —a?adió Sara.

Emilie sonrió.

—Sin embargo, la menta verde es un poco más fuerte, más intensa. La yerba buena es más delicada.

Sara se encogió de hombros, como si quisiera descartar esa idea.

—También es más difícil de encontrar, así que ponemos menta verde.

Luego le trajeron un plato de cerámica con queso de cabra, guisantes verdes y rábanos. Emilie probó un bocado y luego otro. Había olvidado lo buena que podía llegar a estar la comida. Y comer le recordó a un tiempo anterior a Jacob, cuando él solo era el famoso propietario del restaurante preferido de la familia y ella solo era ella.

Se acabó la ensalada y volvió a mirar la carta. No había ragú, así que tendría que elegir algo diferente. Pensó que, pese a que todavía era invierno, había alcachofas, cebollines, ajos tiernos y albaricoques. Pasó el tiempo y apenas se dio cuenta. Eligió pasta con habas, aceitunas negras y ricota salada. Sara volvió, como si fuera un milagro, y Emilie pidió.

—?Quieres otro? —preguntó Sara tomando la copa vacía de Emilie.

—Sí, pero esta vez quiero algo diferente.

—Ahora te traigo la lista de cócteles.

Emilie negó con la cabeza. Esperó lo suficiente como para que Sara la mirara y luego dijo simplemente: —Quiero cualquier cosa que me des.

Vio cómo cambiaba el rostro de Sara mientras registraba la invitación de Emilie y esbozó una breve sonrisa. Emilie no apartó la mirada cuando sintió que se sonrojaba, y su rubor hizo que la sonrisa de Sara se ensanchara.

—Está bien —aceptó Sara y esperó un momento más antes de darse la vuelta, sin dejar de mirar a Emilie como si quisiera asegurarse de que aquello era lo que ella creía que era, y luego volvió a sonreír y repitió—: Está bien.

En lugar de prepararlo en su espacio de trabajo a unos pasos de distancia, Sara volvió al asiento de Emilie con las botellas que había elegido. Sara no la miró, pero Emilie supuso que ella debía mirarla. Había algo de un marrón intenso con una etiqueta dorada. Algo más ligero en una botella más peque?a. Sara vertió una medida de la primera y después de la segunda, y removió con una cuchara larga de latón en un vaso de tubo lleno de hielo. Emilie vio de nuevo sus tatuajes mientras removía, todavía demasiado lejos como para poder leerlos. Quería preguntarle a Sara por ellos, pero no confiaba en sí misma como para dejarlo en una sola pregunta. Sintió su insaciabilidad, sabía que necesitaba acorralarla. Y sabía que a Sara le preguntarían por ellos a todas horas, montones de personas cada noche a lo largo de las noches en las que llevaba los brazos desnudos, y Emilie no quería formar parte de ese montón. Así que se obligó a mantener la pregunta en silencio y confió en la esperanza de que, más tarde aquella misma noche, tuviera la oportunidad de verlos por sí misma.

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