Daba miedo si lo pensabas, pero yo decidí que, si el rechazo y la exclusión era lo que venía, lo enfrentaría con mi metro sesenta de estatura y la barbilla en alto, porque sí había sido una tontería insultar a Aegan la noche anterior, pero no lo admitiría.
Por supuesto, no me esperaba lo que en realidad pasó.
Atravesé las puertas del monstruo arquitectónico que era el edificio del Colegio de Ciencia y Artes Liberales. Por los pasillos, unos cuantos grupos me miraron como si fuera el único ser humano que había evolucionado del Homo sapiens a una especie nueva y tóxica. Otros, al pasar a su lado, asintieron como diciendo: ?Vas por buen camino, chica?. En la primera clase hubo silencios juzgadores e incómodos, pero luego, en la siguiente, un grupo de chicas me sonrió con aprobación.
?Qué significaba? ?Había hecho bien o había hecho mal? No estaba segura, pero sentí cierta satisfacción porque, no te voy a mentir, eso de pasar desapercibida por los pasillos con la cabeza baja, mordiéndome el labio y apretando los libros contra el pecho en definitiva no era lo mío. En cambio, ?ser vista por haber hecho lo que alguien no tuvo el valor de hacer antes? Gracias, gracias, lo aceptaré encantada.
Aunque… tal vez no debí cantar victoria tan rápido.
Sí habría consecuencias por mis actos, y eso lo entendí en la última hora, cuando fui a la clase extra que había podido elegir a mi gusto: literatura. El resto era pintura, audiovisual, música o manualidades, y yo no era nada buena en las artes plásticas si no se trataba de hacer figuras estúpidas u obscenas con plastilina.
El aula era, debo decir, impresionante, como todas las que había visitado ese día. La pizarra era un rectángulo transparente para escribir con marcadores acrílicos. Las mesas eran de un reluciente blanco, cada una con dos asientos. Me senté en la que estaba más cerca del gran ventanal de cristales azulados, desde el que se veían los verdes y extensos jardines de Tagus, y esperé.
La clase se llenó rápidamente con unos veinte estudiantes. Una mujer alta, delgada y con cuello largo que me recordó a un cisne se situó frente a la pizarra. Tenía un aire bohemio e interesante, como el de una escritora sin mucho éxito, pero con mucho talento. Dijo que era la profesora Lauris y nos dio la bienvenida a los alumnos de primer y segundo a?o a la clase de Literatura.
—Formaremos parejas de lectura —empezó a explicar—。 En todo el semestre debatiremos y trataremos de entender nuevas perspectivas. ?Por qué para algunos las cosas son azules o para otros son amarillas? Intentaremos entender eso, así que escojan a una persona y cambien de mesa si es necesario.
Giré la cabeza para escoger a alguien o para ser escogida, preparada para mi primera interacción social exitosa, pero solo vi el asiento vacío a mi lado porque por distraída y confiada no me había fijado en una cosita: el salón se había llenado, pero nadie se había sentado junto a mí. Mi mesa era la única con un solo integrante.
Alrededor, los estudiantes se movieron de un lugar a otro para ubicarse con su pareja. Esperé a alguien, intenté hablarle a alguien, pero todos me ignoraron y evitaron mi mirada. Hicieron como si en mi silla no hubiera una persona, solo aire.
Dejaron el mensaje muy claro: nadie quiere formar pareja contigo.
Al final me quedé sola. Se hicieron las parejas y a mí no se me paró ni una mosca. ?Que si eso me impactó? Por supuesto, pero lo disimulé.
—Derry —me dijo la profesora Lauris por encima de las voces de los estudiantes al darse cuenta de la situación—。 Compartirá sus opiniones conmigo.
Genial. Y además mi pareja sería la profesora, como si fuera una ni?a de primaria rechazada, algo que nunca antes me había sucedido.
Alguien se burló por lo bajo, pero no supe quién. Decidí no dejar que eso no me afectara. éramos adultos, ?no? Lo tomé como un adulto.
—Bien —continuó la profesora, de nuevo frente a la pizarra, ya con la clase tranquila y en silencio—。 Anotaré algunos…
Se interrumpió de repente porque alguien llamó a la puerta del aula.
Todos miramos hacia la entrada. Ya con quince minutos de clase iniciada, Adrik Cash se encontraba de pie bajo el marco de la puerta. Sostenía su mochila con una mano, y lo envolvía un aire somnoliento, con el cabello demasiado desordenado. No tenía cara de querer estar ahí. De hecho, parecía que acababa de levantarse y que había ido a clase solo para que no le pusieran falta.