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Perfectos mentirosos (Perfectos mentirosos #1)(129)

Author:Alex Mirez

Era algo que ya sabía. El día estaba raro y yo también. Además, en las primeras filas estaban sentados Aegan y Owen. Ambos hablaban.

—Es que estás nerviosa por lo de ma?ana, ?verdad? —me susurró Kiana, cómplice—。 No te preocupes, saldrá bien. ?Necesitarás nuestra ayuda?

Bueno, necesitaba saber algo…

—?Saben quién se encargará del sonido y de las pantallas en la feria?

—Artie lo sabe —comentó Dash mientras elevaba las cejas rápidamente con picardía.

Ella se rascó la nuca, algo apenada.

—Lo hará el chico del que te hablé… —me susurró al inclinarse un poco hacia mí como si fuera un secreto—。 Se llama Lander.

—?Podría pedirle un favor? —le susurré también.

Aunque llegó a oídos de Kiana. Reprimió una sonrisita.

—Uy, ?qué tramas, Jude? —canturreó.

No tenían ni idea.

Y ni idea tenía yo de cómo podía salir lo que planeaba.

—En realidad es algo que Aegan me dijo que necesitaba —mentí para que no pensaran que tenía que ver con mi plan contra él.

—Te enviaré la ubicación por Google Maps —me aseguró Artie.

En ese momento, una profesora se colocó tras el atril y anunció a través del micrófono que la conferencia estaba a punto de comenzar y que debíamos guardar silencio. Yo puse atención o al menos lo intenté, pero al final volví a sentirme presa de mis nervios.

Incluso me pregunté: ??En verdad debo hacer lo que pienso hacer ma?ana? ?Será lo correcto??.

Me hundí tanto en mis pensamientos durante un largo rato que no noté lo que sucedía hasta que me di cuenta de que el profesor que estaba dando la conferencia detrás del atril se había girado y quedado inmóvil mirando la pantalla de proyección. Solo en ese momento vi las imágenes, y los intestinos y esas cosas que uno tiene en la barriga y alrededor de esa área se me llenaron de plomo.

Había pasado de un momento a otro, así, sin previo aviso. En la pantalla estábamos Adrik y yo besándonos en mi apartamento, bajo la influencia del incienso.

Madre santa de todos los secretos.

Por los altavoces del auditorio salían nuestras voces: ?Haré que te rías…?, ?Jude, para…?. Era todo tan claro que no podía haber duda alguna respecto a lo que sucedía: yo a horcajadas sobre él, sus manos rodeándome, nuestros labios en movimientos intensos…

Un beso bastante normal si no hubiera sido por un detalle del que todos se dieron cuenta: yo no estaba besando a Aegan, mi novio, sino a su hermano.

En cuanto salí de mi asombro, me atreví a mirar hacia los lados. Todo el auditorio había quedado sumido en un silencio expectante. Cada individuo dejó de hacer lo que estaba haciendo para contemplar el vídeo. Kiana y Dash estaban pasmados; el resto de los alumnos y alumnas, boquiabiertos, con los ojos como platos, algunos incluso con una sonrisa maquiavélica en el rostro, como si fueran una especie de demonios que solo se alimentaban de chismes, desgracias y errores ajenos, y eso fuera justo lo que les estuvieran dando en ese momento.

Volví la atención de nuevo hacia el escenario y observé la fila de profesores ubicados allí. No entendían qué estaba pasando. Estaban perplejos. Atónitos, desconcertados.

El vídeo llegó a su fin, la pantalla se puso en negro por unos segundos y luego empezó a reproducir las imágenes de la conferencia. Solté un montón de aire, pero sentí que todavía contenía mucho en mis pulmones. Hubo un momento de silencio, como para procesar el asunto, y después estallaron los murmullos y las voces. Al mismo tiempo, la rectora habló por el micrófono pidiendo calma, diciendo que aquello estaba muy fuera de lugar, que era una falta de respeto, que quería saber quién había manipulado la proyección.

Pero nadie le hacía caso. Todos hablaban o me miraban. Que me miraran era lo peor. Sentía todo el peso de esos ojos juzgadores. Por primera vez en mi vida no supe qué hacer, si quedarme allí y hundirme en el asiento o levantarme y correr. Sentí muchísima vergüenza. Quise desaparecer, que me tragara el suelo y me escupiera en otro planeta. El secreto de que me gustara Adrik estando con Aegan era bastante malo, pero ahora que todos se habían enterado, me parecía un pecado mortal.